Mientras se escriben estas palabras es evidente que el mundo tal y como lo conocemos parece encontrarse al borde del colapso o pendiendo de un hilo. El horizonte de una guerra nuclear nunca había estado tan cercano desde «La crisis de los misiles» de 1962. En los últimos tiempos nos hemos ido acostumbrando a las temerarias maniobras militares ejercidas entre el mar de Japón y las dos Coreas, a la tensión nuclear entre Occidente y Rusia (con algún actor geopolítico bastante importante de fondo como China) o la progresiva erosión de las democracias liberales tras «la Crisis del 2008».
En relación con aquella crisis económica, no debemos olvidar un claro síntoma de debilitamiento o agotamiento de las democracias liberales y del propio capitalismo: la aparición de los populismos. Lógicamente, estos populismos agravan esa sensación de fragilidad a la que apelaba al comienzo del artículo. Sin embargo, dicha fragilidad no solo se refleja en el presente, sino que afecta a nuestro telos como sociedad, e, incluso a nuestro horizonte como seres humanos.
La cuestión es, ¿a dónde se dirige esta deriva económica, política y social?, ¿al populismo reaccionario con tintes fascistas propuesto desde algunos partidos en Francia, Brasil, EE. UU. o la propia España?, ¿al populismo izquierdista con tintes comunistas extendido por Latinoamérica, España y parte de Europa que se ha ido descafeinando con el transcurso de los últimos 5 años? En definitiva, ¿a dónde nos dirigimos como sociedad?
Teniendo en cuenta estas premisas y preguntas retóricas varias, cualquiera pensaría que las posibles opciones que barajamos como sociedad sean o más democracia liberal o el retorno a los regímenes dictatoriales del pasado siglo XX. Ahora bien, todas estas opciones no parecen barajar ciertos retos que el presente nos comienza a anunciar en un periodo a corto plazo.
¿Qué sucederá con la próxima Revolución Industrial que será la Revolución Robótica?, ¿cuántos millones de empleos se llevará consigo una mano de obra barata, eficiente y que nunca descansa?, ¿en qué medida afectará esto al proletariado o al lumpenproletariado?, ¿qué respuesta tendrán ante la marginación política, social y económica?, ¿solicitar rentas básicas?, ¿nuevas revoluciones de tinte izquierdista?, ¿fascistas, tal vez?
Por fortuna, algunas de estas preguntas las ha formulado el historiador israelí Yuval Noah Harari, aunque el futuro que plantea este intelectual resulta bastante desolador. A tenor de la mencionada Revolución Robótica, él afirma que la clase obrera dejará de existir, ya que será desplazada por la inteligencia artificial y en el campo sociológico aparecerá una nueva clase de individuos: «la clase inútil». Bien es cierto, que él duda, con bastante franqueza, de que todo ese grupúsculo popular se quede de brazos cruzados.
Además, este autor afirma otros dos grandes retos que tendremos que afrontar como sociedad y especie en este siglo son: el transhumanismo y la modificación genética. Es decir, la posibilidad de convertirnos en seres biomecánicos o la de alterar nuestro propio código genético, que no es cosa de poco. En otras palabras, seremos capaces de poseer miembros robóticos, alterar el color de la piel de nuestros hijos genéticamente, su color de pelo o alguna enfermedad hereditaria entre otras tantas cuestiones, aunque cabe destacar que algunas de estas modificaciones ya son posibles en la actualidad.
Por cierto, sería bueno resaltar, como bien dice el autor israelí, que todas estas problemáticas no se barajan en ninguno de los discursos de los movimientos políticos mencionados con anterioridad, pero ahí están, fraguándose poco a poco y materializándose en la realidad más inmediata.
Es por ello, que mientras nosotros asistimos a «La Segunda Guerra Fría» puede que el futuro inmediato no guarde relación con el pasado más próximo, sino con un futuro casi inimaginable y mucho más distópico que el planteado por Orwell, Philip K. Dick, Huxley o las hermanas Wachowski.