Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu fue un célebre filósofo y jurista francés cuya obra De l'Esprit des Lois (El espíritu de las leyes) impulsó el contexto del movimiento intelectual y cultural de la Ilustración; formulando e introduciendo el concepto de un sistema de separación de poderes entre el poder ejecutivo, el poder legislativo y poder judicial ya que, según el autor francés, los poderes del Estado «no deben concentrarse en las mismas manos» y debe haber «un sistema de contrapesos; en donde cada poder, pueda contrarrestar y equilibrar a los otros»; en contraste con la fusión de poderes que era lo que imperaba antes de que se instauraran la monarquía constitucional y los sistemas parlamentarios en la Europa de la época.
La doctrina de Montesquieu además introducía la necesidad de dividir el poder político, ya fuera este nacional, municipal o regional (local), para así garantizar la libertad política de los electores y evitar los abusos de poder por parte de quien lo ejerce. Y los conceptos de la independencia de poderes: un origen de poderes separado (cada uno con su propia fuente de autoridad o legitimidad) y la especialización de poderes: «solo hay un órgano para una sola función, lo que da como resultado una especialización orgánica junto con una especialización funcional (un órgano para una sola función), siendo ambas de especialización de aplicación limitada». No obstante, en la propia teoría de Montesquieu; los poderes no estaban totalmente separados; existían otros medios de poder que conectan e interactuaban con los llamados «tres poderes» y servían como controles y equilibrios; para evitar que cualquiera de los tres poderes tomara el control.
Es de esos «otros poderes» que quiero comentarles en este artículo; pero no los del tiempo de Montesquieu, sino de los de nuestro tiempo; de los otros poderes del siglo XXI. El denominado cuarto poder, que es una expresión simbólica que hace referencia a los medios de comunicación y prensa, en tanto dichos medios están dotados de gran poder e influencia sobre la sociedad para crear y formar opinión sobre los asuntos sociales y políticos que involucran al país y al mundo. Ya sea para bien: formando opinión y conciencia entre los ciudadanos con información veraz, eficiente y comprobable; o para mal: haciendo todo lo contrario con falsas noticias y sensacionalismo amarillista.
El quinto poder es la denominación que se da a dos fenómenos: uno político y otro social, muy distintos entre sí; pero, hoy día, ampliamente interrelacionados el uno con el otro. El primero es el fenómeno político de la intervención en el gobierno del Estado por las políticas económicas y de mercado. O más específicamente, en la intervención sobre el poder ejecutivo en la figura del presidente que gobierna sobre esas políticas. Eso por cuanto, lo que está detrás de esa intervención es lo que en términos populares se conoce como «el poder detrás del trono»; ese poder oculto, pero fehaciente que dirige los hilos de una nación a través de la economía de mercado y sus relaciones con la industria, la banca, la política, la sociedad, etcétera; y que busca, por todos los medios no ser regulado —desregulación y ser liberalizado—: libre mercado. Y qué, mejor forma de hacerlo que a través del poder político que dirige el Estado y, por ende, los destinos de la nación. El segundo es el fenómeno social surgido en torno a la Internet; más claramente, en torno a los servicios de redes sociales que se brindan a través de la Internet. ¿Por qué?, porque, al igual que el poder detrás del trono; estos medios digitales pueden ejercer poderes fácticos sobre amplios sectores de la sociedad moderna; cada vez más conectada e interconectada. Y esos poderes se encuentran al margen tanto de las instituciones públicas y políticas como del propio Estado. Nadie los gobierna y nadie los controla; y eso puede influir de manera notoria y contundente sobre las estructuras legales, políticas, regulatorias e institucionales que rigen a un país, a una sociedad y hasta al mundo. Y como la autoridad de esos medios no es formal, incluso, algunas veces, es ilegal.
Al tener esos medios una amplia capacidad; de hecho, amplísima capacidad de difusión y transmisión, llegan indiscriminadamente a todo tipo de personas: buenas y malas, cultas e incultas, críticas y crédulas, tolerantes e intolerantes, ecuánimes, fanáticos, etcétera. Estas, a su vez, publican, transmiten y replican su contenido no siempre veraz, no siempre bien intencionado y algunas veces, todo lo contrario, en las redes sociales. A menudo lo hacen para poder ejercer su poder fáctico sobre quienes los siguen desde las redes sociales y así tratar de legitimar su mensaje; aunque este sea totalmente falso, violento y antisocial. Afortunadamente también están quienes desde las redes sociales transmiten un mensaje de iure,o sea, «de derecho». Y más afortunadamente que esos son más cada día gracias a pequeñas publicaciones como esta y a grandes medios de difusión como Meer.