El momento quedó para la leyenda. La estampa de Marilyn Monroe con la falda al vuelo una noche de verano neoyorquino en La tentación vive arriba, dio la vuelta al mundo varias veces. La imagen es uno de los símbolos de la sensualidad más potentes de todos los tiempos, pero también un estereotipo de la sexualidad femenina que, en muchos sentidos, fomenta la cosificación de la mujer, conforme a la mentalidad masculina de entonces, que aún pervive hoy, lamentablemente.
Marilyn era una mujer radiante, con momentos alegres, con relaciones convulsas. Una mujer inteligente y culta, pese al personaje creado por ella misma, que tanta fama le dio y que tanto sufrimiento, finalmente, le ocasionó. Por la publicación de lo que escribió en cuadernos, diarios personales, trozos de papel, cartas de menú o papel timbrado de hotel, sabemos de una persona con una gran pulsión creativa, ingeniosa, de pensamientos breves, a veces muy fragmentados, a veces muy profundos y en otras ocasiones muy aniñados, pero básicamente poéticos, en los que expresa la pasión que sentía por la vida y a la vez lo aprisionada que se sentía por la vida que tenía.
Desde la soledad, la mujer más cosificada del planeta pedía ayuda y no la encontraba. En sus escritos describió el mundo hostil en el que vivió su sueño dorado de Hollywood: «los conocí a todos. Eran despreciables y corruptos, pero te sentabas a su lado, escuchabas sus mentiras y veías Hollywood con sus ojos: un burdel abarrotado, un carrusel de camas en lugar de caballos». Marilyn, como muchas de aquellas adolescentes y mujeres jóvenes de entonces y como muchas de las muchachas de ahora, aprendieron pronto (investigaciones de Lindberg, 2006, y más recientemente Gervais y Eagan, 2017, establecen evidencias de auto objetificación en niñas de 6 o 7 años) a interpretar sus cuerpos como un objeto a ser mirado. Este fue el caso de Marilyn Monroe, de otras muchas estrellas del universo cinematográfico, pero, también, el de muchas más mujeres en el mundo común y corriente. Este es el tema que nos congrega hoy aquí y qué tanta repercusión tiene sobre la salud mental de ellas.
La tiranía de la objetificación del cuerpo
La cosificación sexual es un fenómeno que va desde la valoración sexualizada de los cuerpos de las mujeres hasta las prácticas más negativas y brutales a las que pueden llegar a ser sometidas, como son el tráfico sexual y la violación. Su práctica se caracteriza por la reducción del cuerpo de las mujeres a su apariencia física y trata a las mismas como cuerpos, de manera que, sus cuerpos sexualizados o partes de ellos, se separan de la persona, utilizando su sexualidad para el uso y placer de otros, mayoritariamente hombres.
La objetificación sexual de la mujer surge cuando las personas se centran en las apariencias, en las partes y funciones sexuales de los cuerpos. Los atributos no observables, como los pensamientos, sentimientos o deseos, dejan de tener relevancia. Una de las consecuencias más tempranas de la cosificación de la mujer aparece en su propio aprendizaje, cuando desde pequeñas aprenden a examinar minuciosamente su físico: experimentan la objetificación sexual por parte de otros, pero también se cosifican a ellas mismas persistentemente.
Cuando la mujer se cosifica, internaliza la perspectiva del sujeto que observa su cuerpo y acaban por ver su cuerpo como un objeto a ser mirado. Entonces, la comprensión del autoconcepto acaba por depender principalmente de la percepción de la apariencia física más que de otros atributos como las emociones, las cogniciones e, incluso, la salud. La objetificación sexual a través de los medios de comunicación, especialmente de las redes sociales y también de las interacciones personales, es clave para que muchas mujeres se centren en su apariencia más que en cualquier otra cosa.
Ya lo he comentado, la objetificación del cuerpo de las chicas se viene realizando cada vez a edades más tempranas. La ignorancia, la educación en estereotipos y la negación de la desigualdad, continúan atribuyendo la cosificación sexual al proceso evolutivo o al desarrollo personal reproductivo. Esta forma de ver la cosificación sexual de la mujer contribuye notablemente al alto grado de discriminación negativa que aún siguen padeciendo la gran mayoría de ellas, en muchos aspectos de las relaciones personales, sociales y laborales.
Marilyn era considerada estúpida. De hecho, el mito de la rubia tonta se afianza con el personaje que ella había creado intencionadamente y la idea que subyace a este cliché; la de que las personas atractivas no necesitan recurrir a su inteligencia para conseguir sus objetivos. Recientes investigaciones (me llamó la atención especialmente, al documentarme para este artículo, el estudio de Alexander Graff en 2012: Percepciones de una niña con ropa infantil versus ropa sexualizante), conforme el cual, las niñas vestidas con ropa más sexualizadas son percibidas como menos competentes e inteligentes. Lo que parece confirmar la perseverancia de creencias discriminatorias propias de la cultura patriarcal. En esta dirección también podemos observar como la cosificación sexual puede llegar a generar en preadolescentes, adolescentes y mujeres jóvenes, trastornos de ansiedad, depresión e incluso trastornos alimenticios muy problemáticos. Harrison y Fredrickson, en 2003, abordaron en profundidad estas consecuencias para la salud en Autoobjetivación y salud mental en mujeres adolescentes.
La desobjetificación del cuerpo mejora la salud mental
Las personas, mujeres mayoritariamente, que son percibidas como objetos sexuales, no son consideradas totalmente como seres humanos, merecedores de dignidad y respeto. Sufren un proceso de deshumanización. De por sí, este proceso ya acarrea un riesgo considerable de deterioro de la salud y del bienestar. Trastornos complicados de ansiedad, depresión mayor y multitud de problemas alimenticios, todos, y cada uno de estos problemas emergen a partir de un derrumbe de la autoestima y un concepto de sí mismas insoportable que, en muchos casos lleva a las ideaciones suicidas y, en otros, al suicidio mismo.
Como Marilyn, muchas mujeres cosificadas desde muy jóvenes han instalado la depresión ahí arriba, en sus cabezas, en sus vidas; sus mundos se han reducido a un manojo de apariencias y a la autoexigencia de un canon de belleza irreal. Lo bueno es que cada vez es mayor el movimiento que aboga por romper con estos cánones. Dejar de creer los estereotipos impuestos por la sociedad patriarcal y, como reflejo de ella, los autoimpuestos en muchas ocasiones a través, como ya hemos visto, por la objetificación del cuerpo, tiene una larga lista de beneficios para la salud mental.
Para empezar, desprenderse de la idea de perfección estética (como en realidad pasa con cualquier intento de alcanzar la perfección), nos libera de prejuicios culturales y nos reviste de mayor confianza. La confianza, no lo olvidemos, nos conecta con nosotras y nosotros mismos y, en consecuencia, supone un factor protector de la salud mental y del bienestar emocional. Por ejemplo, la cada vez más frecuente apuesta de la moda por eliminar ese canon de belleza aporta grandes beneficios psicológicos porque facilita la potenciación de una belleza que destaca nuestro atractivo personal y reduce la insatisfacción con nuestros cuerpos, tanto en mujeres como en hombres. Esta interacción propicia un dialogo más constructivo con nuestro autoconcepto.
Existe evidencia de que el apoyo social es un factor preventivo de la depresión y alivia los síntomas depresivos, y de que además influye positivamente en la salud física. Neurobiológicamente, esto se explica porque las relaciones interpersonales basadas en la confianza y la empatía favorecen la segregación de oxitocina, que reduce los niveles de cortisol relacionados con las respuestas de estrés y depresión.
Todo el apoyo social del que seamos capaces ayudará a la desobjetificación del cuerpo, del femenino particularmente, y de una de sus lacras más impactantes, la de la deshumanización. Para ello, no cabe otro camino que no sea el de mejorar habilidades, particularmente en los hombres, que nos permitan asumir una responsabilidad personal sobre el bienestar de nosotros mismos y de nuestros cercanos, especialmente las personas más jóvenes. Erradicar la cosificación de la mujer, también pasa por permitirnos ser vulnerables, nosotros, los hombres.