Ya hace muchos meses que salió a la luz el proyecto de la Superliga europea. Un proyecto que está en espera y que tendrá, a finales de año, una resolución judicial que puede marcar su futuro, antes de que se haya llegado a disputar ningún partido.
La competición comenzó como una suerte de Champions League, pero en versión futbolera de lo que es Euroliga de baloncesto; una serie de equipos poderosos tendrían plaza fija y otras licencias podrían ser temporales para invitar a otros equipos a participar en función de sus resultados en otras competiciones. Viendo el enorme éxito que supuso ese formato para la mencionada Euroliga, que supone un incremento de partidos enorme y también confeccionar calendarios con casi tantos partidos como la propia NBA, es normal que otros deportes intenten imitarlo.
Y es que la Champions League genera muchísimo dinero, del que los clubes, que son los que ponen casi toda la carne en el asador, ven más bien poco. La UEFA, que básicamente organiza a nivel de calendarios y pone los árbitros, se lleva la mayor parte del pastel a cambio de nada, o casi nada, ya que arriesga cero y no se expone a pagar sueldazos de aúpa a jugadores lesionados durante meses.
Así que, visto lo visto, era normal que en algún momento los clubes más potentes, y por lo tanto los que más generan, decidieran coger al toro por los cuernos y poner una solución a un problema ante el que la UEFA siempre ha hecho, y sigue haciendo, oídos sordos.
Ojo, los clubes no son hermanitas de la caridad, aunque sí tienen razón en sus peticiones y en querer cambiar el estado de las cosas. También es cierto que ese formato complicaría a clubes más modestos el poder acceder a la gran competición y aumentaría las distancias, ya importantes en algunos países, entre los clubes punteros y sus rivales en ligas domésticas.
Ahora vemos cómo el problema es más complejo. Dicho esto, se llevó a cabo una enorme campaña para «devolver el fútbol a los aficionados» y echar abajo el proyecto de la nueva competición, una campaña que no podría ser más falsa e hipócrita. El fútbol hace tiempo que no es de los aficionados, y en el actual estado de las cosas está muy lejos de volver a serlo.
Las peticiones de los clubes, apretados económicamente en muchos casos y que se ven compitiendo ante clubes-estado, es muy legítima. Y, analizándolo cuidadosamente, muy posiblemente las ambiciones de la UEFA no lo sean tanto, y por ello hay sospechas, ya que ha habido muchos casos de corrupción en las altas esferas del mundo del fútbol.
En medio de la disputa quedan los clubes más pequeños, que ahora pueden aspirar a llevarse algunas migajas de vez en cuando y con la Superliga quizá ni eso, y, visto de ese modo, tampoco tendrían que estar eligiendo entre las sobras que les quieran dar (y que se ganen) ahora y pasar más hambre de la que ya puedan estar sufriendo.