El pueblo kurdo tiene más de 5,000 años de historia en la región de Oriente Próximo. Este grupo de origen indoeuropeo ha tenido la noble suerte de tener entre sus personajes emblemáticos y grandes héroes del islam del siglo XII a Saladino, líder musulmán contra los cruzados de la época y poderoso Sultán del pueblo kurdo que, entre sus triunfos se encuentra la toma de Jerusalén en el año 1187 y el levantamiento de uno de los Estados islámicos más poderosos de la historia de este pueblo.
Sin embargo, también la historia de este pueblo da muestras de una de las injusticias más determinantes, y es que su independencia en la época moderna ha sido imposible. Desde el dominio Otomano en el siglo XIII hasta la época colonial post Primera Guerra Mundial y la era moderna del establecimiento de Estados nacionales dominados por árabes, a los kurdos se les ha negado un proceso de autodeterminación contemplado en el denominado «derecho de libre determinación de los pueblos» recogido en los pactos internacionales de derechos humanos.
Es durante el proceso de colonización del siglo XX, cuando se rompe el liderazgo otomano sobre la zona, lo que le podría haber garantizado una oportunidad de lograr esa «justa autodeterminación» bajo el modelo de Estado-nación. Sin embargo, al final, con la firma del Acuerdo de Lausane (1923) y los procesos de independencia que gestaron el establecimiento de diversos países excoloniales entre estos Siria, Irak, más el trazado de nuevas fronteras para gestar el territorio moderno de Turquía, que dejaría a los kurdos en medio de estos territorios, más una importante comunidad habitante en Persia (Irán), impediría que se diera al final un proceso de independencia para este grupo minoritario.
En el caso turco, se dividió la población entre dos vertientes importantes, una que defendía la posición de pertenecer al Estado turco con un nivel de autonomía garantizado por el movimiento nacionalista turco (kemalismo) y otros que apelaban al derecho de independencia. Esto llevó que en el período post Segunda Guerra Mundial, los kurdos apelaran desde 1945 (año de aparición de la ONU), hasta 1948 que se les permitiera un proceso de autodeterminación territorial que finalmente no se gestó.
En el medio de ese período, en 1946 se instauró un territorio independiente kurdo en la región occidental iraní de Mahabad que materialmente fue insuficiente, pese al apoyo de la URSS y su tiempo de existencia fue muy limitado.
Ya después de ese fallido intento de Mahabad, las regiones kurdas han tenido que vivir bajo la sombra de regímenes que los han reprimido o controlado, en ocasiones no solo negando su derecho de autodeterminación, sino también negándoles el derecho a vivir, como ocurrió en la denominada «Operación Al Anfal» en Irak, que fue perpetrada por el extinto líder iraquí Sadam Hussein entre los años 1986 hasta 1989 donde, según diversas fuentes, fueron asesinados entre 100 mil y 182 mil kurdos.
Por otro lado, la cultura e identidad kurda son rechazadas o negadas. En Siria, hasta el año 2011 el gobierno de Bashar Al Assad les brindó ciudadanía a los kurdos que habitan en el norte del país (Rojavá), siendo que antes de eso hasta les negaban el derecho a hablar su lengua, lo cual la ha llevado a un punto casi de extinción en algunas regiones además de Siria. Situación que se replica en Turquía e Irán.
Los dialectos más importantes del kurdo son el kurmanji hablado por la mayoría de los kurdos de Turquía; también el zaza, mientras que en zonas como Irak se habla sorani; en las regiones iraníes comparten el dialecto sorani, pero también el kurmanji y otros lenguajes más locales. Estos lenguajes son los que con los procesos de asimilación se han ido perdiendo con el paso del tiempo.
Ante la llegada del Estado Islámico (DAESH) a Oriente Próximo se presentó una importante coyuntura regional que llevaría en cierto modo a resquebrajar las divisiones territoriales heredadas del Acuerdo de San Remo de 1920; el cual, además fue el heredero de la estructura establecida durante el Acuerdo Sykes-Picot cuatro años atrás. Y esto encendía una luz de esperanza de que eventualmente se pudiera generar la posibilidad de que las poblaciones kurdas, al menos en las regiones gobernadas por árabes, lograran mayor libertad política y por qué no, independencia.
La región del Kurdistán sirio (Rojavá) declaró su autonomía en el año 2013, aprovechando la atomización del poder en este país, producto de las revueltas internas que hacían peligrar la estabilidad del régimen de Bashar Al Assad. Sin embargo, no contaban con una amenaza externa que pondría de cabeza sus deseos independentistas y que fue la República de Turquía, la cual lanzó a su ejército contra las posiciones kurdas bajo el pretexto de la lucha contra los terroristas en territorio sirio, siendo realmente el fondo del asunto que procuraban minar las fuerzas de este grupo de kurdos empoderados, ante el riesgo de que pudieran motivar a la población kurda en Turquía a causar levantamientos a lo interno del país buscando exactamente lo mismo; destacando, por supuesto, que la población kurda en Turquía es la más grande que existe.
El gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan teme que las crisis del mundo árabe se puedan trasladar a las calles de las principales ciudades turcas, sin embargo no está presupuesto que algo como una «Primavera turca» se pueda presupuestar en un corto período, por cuanto la realidad política de este país dista de lo que ocurría en los países a los que les llegó la «Primavera» con aires de invierno islamista, por lo que podrían ser las acciones militares contra zonas kurdas sirias solamente una excusa barata para hacer una demostración de fuerza como ejemplo para lo que ocurre internamente.
Otro hecho histórico trascendental en los últimos años para la población kurda fue el 2005 cuando este grupo ubicado en Irak recibió la capacidad de tener autonomía en su propio territorio, no se trata de un proceso de independencia, pero parecía un paso importante para que pudiera ocurrir, y esto tensaba los hilos de las relaciones de Turquía con los kurdos iraquíes.
Se debe recordar además que, según la constitución iraquí posterior a Sadam Hussein, el presidente del Estado es designado entre la población kurda por lo cual desde el 2005 hasta el 2014 Yalal Talabani fue elegido presidente iraquí, y posteriormente; Fuad Masum le sustituyó hasta el 2018, en la actualidad el cargo lo ejerce Barham Salih.
Irak está dividido por zonas con categoría de autonomía en varios aspectos, incluyendo en las ganancias de la explotación de recursos estratégicos, por lo que las zonas kurdas son de las más ricas, y generan ingresos al Estado, por lo tanto, cualquier intención de independencia genera rechazo en los demás poderes del país. Cuando los kurdos de Erbil y otras regiones decidieron hacer el referendo para independizarse en el 2017, las presiones para no aceptar la movida se dieron desde lo interno del gobierno iraquí, como también un fuerte rechazo por parte de Turquía, recibiendo además réplicas de rechazo desde los gobiernos de Irán y Siria por el temor que esto pudiera ser contagioso en sus territorios.
El proyecto kurdo desde una perspectiva de estatidad (visto occidentalmente) ha sido estéril, el apoyo no ha tenido reciprocidad debida y por el contrario se ha priorizado en conservar el discurso de proteger otro tipo de intereses, como la noción de una «sola Irak» (planteada así por el gobierno estadounidense actual) para poder tener influencia sobre un solo grupo de poder unificado a través del gobierno y que se pueda mantener controlado sin que se salgan del molde establecido de las alianzas, en este caso occidentales.
Sin embargo, este esfuerzo podría no estar siendo efectivo ya que hace rato que el gobierno iraquí recibe parte de su influencia regional desde Teherán, lo que podría significar un cambio paradigmático mucho más nocivo que la era Hussein. Por su parte, Turquía, para evitar un proceso de autodeterminación kurda, impone sus propios parámetros de control basados casi en una política chantajista contra Occidente y por supuesto que incluyen en estos criterios impedir un proceso de soberanía de dicha población.
Sin duda para los turcos esto es trascendental, históricamente la región completa estuvo bajo su influencia y la Primera Guerra Mundial los llevó a cambiar su composición fronteriza. A los turcos se les suma el hecho que son quienes poseen la mayoría de la población kurda, y obviamente el peso del factor territorial en esto es prioritario para la oposición turca, ya que este país no está dispuesto a perder territorio o a reducirlo para darle espacio a un nuevo actor con alcances inimaginables, pero que por su cohesión nacional podría entrar con mucha fuerza en la dinámica regional.
Ante esto, la posibilidad de autonomía y participación política es controlada, en las ocasiones que los kurdos (turcos en este caso) intentan llevar su activismo más allá se han visto expuesto a la represión de las fuerzas del Estado o al señalamiento de participación en terrorismo. Esto no solo les limita políticamente hablando, sino que también reprime a dicha población que termina siendo considerada como ciudadanos de segunda categoría o parte de un plan conspirativo, acusándoles de quinta columna contra la estabilidad del Estado.
Esta misma dinámica parece repetirse en varios de los países con importante población kurda, se les brinda un espacio político en los poderes estatales o a través del activismo político, se les permite participar, siempre y cuando su discurso no lleve a ideas de independencia, sino de asimilación y de «integración», finalmente el interés es que haya menos independentistas o promotores de dicha agenda como Abdullah Öcalan y por eso la castración política se convierte en un mecanismo efectivo para lograr ese proceso de dominio sobre la minoría kurda.