Casi nunca se habla de ellos, pero eso no significa que los nadies no existan. Si nos ponemos a analizar un poco nos damos cuenta que son indispensables para que subsista una sociedad: cosechan los alimentos, limpian la basura de las calles, colocan los caños de agua bajo tierra para que llegue agua corriente a los hogares.
Son los que realizan los trabajos invisibilizados, los que acceden a los medios solo cuando se los criminaliza. Y también los millones que están sin trabajo o aquellos que subsisten por debajo del nivel de pobreza y tienen que apelar a las ollas populares para camuflar el hambre. Sí, es cierto. Casi nunca se habla de ellos, pero en junio, los nadies de Colombia y Ecuador pasaron a tener protagonismo y se anotaron sendas victorias.
Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada, que no son aunque sean, que no hablan idiomas sino dialectos, que no profesan religiones, sino supersticiones, que no hacen arte, sino artesanía, que no practican cultura, sino folklore, que no son seres humanos, sino recursos humanos, que no tienen cara sino brazos, que no tienen nombre sino número, que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local, los nadie, que cuestan menos que la bala que los mata.
(Eduardo Galeano, escritor uruguayo)
Ya el cineasta argentino Pino Solanas los había retratado en el documental La dignidad de los nadies, en 2005, que se centra en la vida de diversos personajes de la Argentina luego de la crisis institucional y socio-económica, y el estallido social de 2001, donde reconstruye las propuestas colectivas de los excluidos y sus esperanzas.
El Paro Nacional de más de dos semanas en Ecuador fue una victoria de los nadies, ninguneada por los medios. El gobierno aceptó derogar el Decreto 9 mediante el cual se expidió una política petrolera entreguista, privatizadora, contraria a los pueblos y derechos de la naturaleza, que ampliaba la frontera petrolera y se comprometió a realizar cambios de Decreto 151 sobre el sector minero, que impliquen alguna protección de derechos y territorios.
También debió acceder a renunciar al uso de «situaciones extraordinarias» para extraer recursos naturales en áreas protegidas, intangibles y de protección hídrica, así como a no aprobar nuevos proyectos minero-energéticos en esas áreas.
La represión y el accionar de la fuerza pública se complementaron con la activación de la extrema derecha portando un racismo sin límites y el llamado a «matar a los indios» para que «salgan de la ciudad» y «se queden en el campo». No es primera vez que esto se presenta, pero ahora se han presentado de manera más frontal y abierta, pretendiendo justificar su racismo y dar un toque de «análisis» a sus dogmas neoliberales y etnocentristas; han pretendido argumentar para cooptar a las llamadas clases medias.
La apelación a las Fuerzas Armadas que hizo el ministro de Defensa ecuatoriano puso en evidencia que las políticas que provocaron genocidios en América Latina están lejos de desaparecer, En su discurso, Lasso en la represión al estallido social, puso nuevamente en el tapete el viejo truco de la Doctrina de Seguridad Nacional de las épocas de la Operación Cóndor.
Estas conquistas de los nadies son un freno muy importante al extractivismo y la dependencia económica del país y un golpe a los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) y las condiciones de la deuda externa. Es un reconocimiento que hay otra política posible, que el país y sus pueblos no están condenados a vivir el neoliberalismo.
Significan, además, que el paro tenía motivos, argumentación y posibilidad de convertirse en política pública y no la versión oficial de un dirigente buscando la caída del régimen, otra noticia falsa que se repite con ventilador. Estas conquistas, no implican que la línea neoliberal se deje de lado.
La intención de desprestigiar las acciones populares está en la manera en la que se dicen los ataques (vándalos, violentos, manipulados), lo que se calla (el grueso de casos de represión injustificada, los gritos racistas de los gobiernistas) o que se dice a favor de quienes, a nombre de paz y trabajo, demanda persecución, cárcel y muerte. La mentira, la verdad parcial, la manipulación de la noticia, la calificación basada en prejuicios no alcanzaron para subir la credibilidad de este gobierno que estaba en el 11 por ciento.
Un dicho popular dice que «cada quién juzga según su condición». Por ello, cuando el ministro de Defensa salió a señalar que tras las manifestaciones estaba el narcotráfico. Hablar de dinero del narcotráfico, sin la más mínima prueba o siquiera razón de duda, se presenta como un intento de desprestigio de la lucha social, como hace unas décadas trataban de desprestigiarla señalando que estaba financiada por «el oro de Moscú».
El triunfo de la nadies en Colombia
Tras ganar la segunda vuelta electoral el 19 de junio, por primera vez en la historia de Colombia un binomio de izquierda llegaba al poder, y por la vía electoral. De esta manera lograron lo que varios movimientos guerrilleros no consiguieron en décadas de lucha armada, de la que el mismo próximo presidente, Gustavo Petro formó parte durante un corto tiempo.
Durante los festejos del triunfo electoral, la próxima vicepresidenta de Colombia, la militante afrocolombiana Francia Márquez hizo alusión a «los nadies», aquella expresión de Eduardo Galeano que remite a quienes no tienen voz, a quienes no se toma en cuenta, como si no existieran.
Galeano decía que «Sueñan las pulgas con comprarse un perro, y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte, pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen, y aunque les pique la mano izquierda o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba».
Los nadies de las sierras, la Amazonia, la costa
Mientras Francia los visibilizaba y rendía homenaje, un poco más al sur, miles de personas en Ecuador lanzaron un Paro Nacional, de la mano de las nacionalidades indígenas, y comenzaron a movilizarse en todo el país para protestar contra el gobierno del banquero presidente Guillermo Lasso. El objetivo no era derrocarlo, sino que este aceptara una lista de diez demandas puntuales que comenzaba con el pedido de reducción del precio de la gasolina.
La presencia masiva de las naciones indígenas en Quito, en la mitad del mundo, en la capital ecuatoriana, asustó una vez más a esa porción de la sociedad que se considera «blanca y culta» y, sobre todo, dueña del país. No toleran que vengan en masa a «su» ciudad hombres y mujeres de manos callosas, que no viajan a Madrid o París, y a duras penas pueden expresarse en castellano, dice Pedro Brieger en la televisión argentina.
Ahora, hace poco, acá nomás, la gente de poncho y faldas coloridas entró al camino, como si fuese a buscar la tierra prometida, o vida prometida, o muerte si no se puede sembrar y cosechar. Entró al camino como si fuera a juntar los colores del arco iris en un solo telar, con pasos de mucho tiempo y miradas tan largas que llegan a la ciudad.
(Kintto Lucas, periodista, poeta y escritor uruguayo-ecuatoriano)
«En la ciudad hay unos que dicen que la gente de poncho y faldas coloridas entró al camino para romper la paz. ¿Cuál paz?, se preguntan en los barrios de pobreza infinita donde los jóvenes se mueren de tristeza o rabia o las dos cosas. Mientras, los que hablan de paz ponen sus culos en remojo en las piscinas y beben whisky tras los muros altos que les impiden ver las calles, los muertos, la tristeza y la rabia de los muertos y los que sobreviven», añadía quien supo ser vicecanciller en Ecuador.
Son esos pacatos que no admiten que un indígena –y menos aún si es un dirigente- les hable de tú a tú. Y para ese caso está la bien adoctrinada prensa hegemónica, para demonizarlos y criminalizarlos, igual que como hicieron con otro indio, Evo Morales en Bolivia. No es nada nuevo: los dueños del país también son propietarios de los medios masivos de comunicación que –en toda nuestra América- invisibilizan permanentemente a los más pobres, a los nadies, que según ellos no tienen historia ni identidad.
No es solo en nuestras sociedades, pero en estas latitudes seguramente aquellos que se rompen el lomo todos los días produciendo alimentos, no tengan suficiente comida en sus casas o ranchos. Quienes colocan las cañerías de agua en las urbanizaciones, quizá no tengan agua en sus ranchos, rodeados de basurales. Aparecen en los medios no para rescatar sus luchas: solo para estigmatizarlos por algún hecho de violencia, lo hayan cometido o no.
Las esperanzas de cambio
Colombia ha elegido un gobierno de centroizquierda, y esa ha pasado a ser la mayor esperanza de cambio para los olvidados, los despreciados por una élite política blanca. El domingo 19 de junio Colombia se vistió de fiesta por el triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez. Miles de personas los recibieron con cánticos en el microestadio donde esperaban con ansiedad el resultado de una segunda vuelta cabeza a cabeza.
Hoy, el principal reto del gobierno progresista será convertir ese capital simbólico de representar el cambio en políticas públicas concretas, para que la opción progresista sea creíble, tras la rápida desilusión con el nuevo gobierno chileno.
Colombia y Venezuela comparten una de las fronteras más extensas de América, y probablemente la más transitada y permeada de América del Sur. Sin embargo, desde hace más de tres años el tránsito peatonal entre los dos países tiene muchas restricciones y vaivenes. El transporte automotor está clausurado y el de mercancías casi no funciona. Tampoco hay vuelos directos entre los dos países.
Pero hete aquí que el contacto sostenido entre el mandatario venezolano Nicolás Maduro y el presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, de cara a la reanudación de relaciones, los llevó a analizar la situación en la región fronteriza, diversos temas sobre la paz y la voluntad de trabajar en la construcción de una renovada etapa de relaciones entre ambos países. «Hay que normalizar las relaciones (...) La frontera es mi principal preocupación, porque ahí hay una ilegalidad fuerte, muy fuerte. También hay unas posibilidades reales», dijo Gustavo Petro.
Las relaciones diplomáticas están totalmente quebradas desde el 23 de febrero de 2019, cuando desde Colombia se intentó una irrupción en Venezuela para crear una cabeza de playa para los planes de desestabilización del gobierno de Nicolás Maduro, quien rompió los nexos políticos y diplomáticos con Colombia, al responsabilizar a la administración del saliente ultraderechista Iván Duque de apoyar las agresiones, en contubernio con Washington la extrema derecha venezolana.
Petro sacará a Colombia del frente de países que ha venido impulsando un «cambio de gobierno» en Venezuela (muy golpeado por varios cambios de signo político de los gobiernos de la región en los últimos tres años) y abrirá las fronteras, se espera que el mismo día de su toma de posesión. También dará inicio a un proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas que comenzará con la apertura de consulados, hasta llegar al intercambio de embajadores.
La histórica llegada de Petro y Francia Márquez a la presidencia y vicepresidencia de Colombia desactiva el único foco de conflicto en todo el continente que podía escalar hasta la guerra entre ejércitos regulares. Son buenas noticias no solo para el gobierno en Caracas sino para toda América Latina.
La segunda ola progresista y los libertarios
La fuerte ofensiva derechista de los últimos años en América Latina no logró estabilizar una nueva situación; los fascismos sociales y culturales crecieron, pero no consiguieron (aún) una nueva hegemonía, y la imposición «democrática» que pretendió el presidente estadounidense Joe Biden para la región, naufragó en la cumbre de Los Ángeles, mientras propuestas progresistas hablan de una nueva ola en favor de los pueblos.
Históricamente, el discurso antiestablecimiento y contra los partidos tradicionales fue bandera de la izquierda, por estar marginada del poder nacional, pero hoy es tomado, también por la ultraderecha «libertaria» contra los anquilosados partidos tradicionales de las derechas vernáculas.
En la región se observa el surgimiento de una nueva ola progresista en México, Argentina, Bolivia, Perú, Chile, Honduras –cada uno con su propia tonalidad-, ahora Colombia y quizás Brasil con Lula, que puede reemplazar al neoliberalismo tardío e iniciar un nuevo ciclo con más rol del Estado y preocupación de las grandes mayorías.
Una tendencia que como señala, el exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera, es un camino que como las olas del mar supone mareas altas y bajas, pero de avance hacia una región en la que la democracia deje de ser el privilegio de unos pocos y pase a constituirse en la constante de la vida social y política de nuestra América.
Durante la última década, Estados Unidos y la derecha vernácula lograron desarticular las instituciones que impulsaban el proceso de integración, como la Unión de Naciones de Sudamérica (Unasur), la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (Celac) y el Mercado Común del Sur (Mercosur) ampliado, con Venezuela incluida.
Hoy, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) responde claramente a Washington, al igual que la Organización de Estados Americanos (OEA). Esta coordina sus acciones de los organismos de inteligencia y seguridad de EE.UU., como una institución de intermediación de su agenda con el resto de las Américas.
Desde que surgieron gobiernos antineoliberales en América Latina, la región se ha convertido en el epicentro de las grandes luchas políticas del siglo XXI y, al mismo tiempo, en un balancín, en el que los gobiernos se instalan y son derrotados, regresan y experimentan una gran inestabilidad, algunos se reafirman, señalaba el sociólogo brasileño Emir Sader.
En Brasil, el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro anunció el nombre del general retirado del Ejército Walter Braga Netto, exministro de Defensa como su compañero de fórmula para las elecciones del 2 octubre, cuando se enfrentará al exmandatario progresista Lula da Silva y su compañero de fórmula el centrista Geraldo Alckmin.
Mientras que para Lula la democracia es el componente vital de la gobernabilidad, para Bolsonaro el fin de la democracia es el presupuesto fundamental no solo por el tipo de gobernabilidad «desde las bayonetas» que defiende, sino también la clave para la continuidad del proyecto de poder militar y la expoliación y privatización del país.
En una rápida mirada, debemos sumar el crecimiento de la confianza en las religiones (evangelistas, pentecostales), el descreimiento en la ciencia (antivacunas, terraplanistas), la profundización de las guerras santas (sionistas, talibanes, entre otros), el relego de la racionalidad frente al sensacionalismo ultraderechista y fascistoide de Donald Trump, Jair Bolsonaro, los españoles de Vox, los «libertarios» que resurgen como hongos con amplio financiamiento desde el norte, entre otros.
Y las grandes operaciones mediáticas por la imposición de imaginarios colectivos que faciliten la manipulación de las mayorías, con la tan mentada posverdad, las fakenews, las shitnews y el largo etcétera, además del desplazamiento relativo de las grandes corrientes de ideas del ámbito público-popular.
Pero también la ultraderecha, autollamada libertaria, ha cobrado notoriedad en los últimos años. Mientras más se agudiza la crisis capitalista, más fuerza toman las posiciones más radicales. «No hay nada más injusto que la justicia social», no se cansa de repetir el histrión argentino Javier Milei, para quien cobrar impuestos a las empresas es un robo y un crimen de lesa humanidad el atentar contra la propiedad de los ricos.
Otra característica es el llamado «hispanismo», que defiende la conquista española y las masacres perpetradas sobre las poblaciones indígenas de América Latina, y por ende estén en contra de los movimientos por los derechos indígenas y su autodeterminación.
Para los libertarios no debería existir la salud pública ni la educación gratuita. Buena parte de sus ideólogos también defiende la idea de la monarquía, los valores conservadores del cristianismo más retrógrado, y por ello se oponen al aborto y a los derechos de la comunidad LGBT. Asimismo, se enfrentan a la multiculturalidad y por ello son antinmigrantes y se acercan a posiciones racistas.
Y para todo ello nutren con extenso financiamiento a los think tanks, organizaciones no gubernamentales de tapadera, todo por cuenta de la Red Atlas y sus financistas estadounidenses y euroccidentales. Noticias falsas, vídeos manipulados, bots, una red internacional de think tanks ultraneoliberales o libertarios, así ha sido la campaña a la que ha tenido que hacer frente Gustavo Petro en Colombia, al igual que otros candidatos progresistas o de izquierda en sus respectivos países.
Además de participar en la campaña contra Petro en Colombia, estas redes también retuitean masivamente a cuentas del entorno de la Atlas Network como Agustín Antonetti, Agustín Laje, Javier Milei, José Antonio Kast, Álvaro Uribe, María Fernanda Cabal, Vicky Dávila, Andrés Pastrana y en Colombia la revista Semana, a Fico Gutiérrez, el candidato ultraderechista en la primera vuelta y a Rodolfo Hernández en la segunda.
La red Atlas se activa en cada proceso para incitar a sus principales influencers a hacer artículos y videos. como Agustín Laje, de la Fundación Libre, o Juan Ramón Rallo, exdirector de la Fundación Juan de Mariana; o Mario Vargas Llosa o Javier Milei visitando Colombia para buscar el voto joven. Los «libertarios» vienen desplazando a los partidos conservadores anquilosados en tantos años de democracia formal y dependencia de Washington y del Fondo Monetario Internacional.
Mientras, el progresismo –lejos de las propuestas revolucionarias, de la democracia participativa o de la vía electoral al socialismo- va ganando espacios en la región, que hoy muestra un rompecabezas que se irá armando, día a día, elección de tras elección, estallido social tras protesta popular.