En la mañana, mi padre estaba seguro de que perderíamos. No habría sido una sorpresa: una vez hubo un presidente en la noche y otro en la mañana —Rojas Pinilla y luego Pastrana, en 1970—, lo que llevó al surgimiento de la guerrilla del M-19; guerrilla desmovilizada en 1990 a la que perteneció Gustavo Petro, presidente electo de Colombia en 2022, con más de once millones de votos el pasado 19 de junio —otro 19—. Mi padre ganó, yo gané y muchos colombianos ganamos. Y ganar, como Colombia, no es algo a lo que estemos muy acostumbrados. Hablo de victorias como país: solo tenemos una Copa América —la del 2001, hecha por nosotros—. Siempre he creído que la bicicleta da más identidad que la pelota, pero no todos logran vincularse con los escarabajos. Una pena: ante la ausencia de figuras latinoamericanas en la máxima categoría del ciclismo, hasta los argentinos, como Mario Sábato, son felices de montarse en el bus. Que Gustavo Petro ganara las elecciones fue una victoria de ciclismo: con dolor, sudor, pedaladas, angustia y con ese sentimiento permanente de que algo va a pasar, algo en la ruta impediría que un candidato de izquierda llegara por primera vez al poder, un exguerrillero.
Nada se interpuso. La figura más visible de la derecha, Álvaro Uribe, reconoció la victoria de Petro en Twitter al poco tiempo de conocerse. Algunos uribistas no estuvieron a la altura de su líder político y repartieron culpas al mal gobierno de Duque —candidato uribista que le ganó a Petro en el 2018—, a la prensa —siempre más cerca de la diestra—, a la Registraduría Nacional, etc. Ese sentimiento tan colombiano del as bajo la manga que guarda el destino desapareció y muchos nos preguntamos ¿cómo celebramos esto? Perdónennos la novatada. Es que a la vicepresidencia llegó una mujer alejada de las élites políticas y de Bogotá: Francia Márquez —el New York Times tituló un perfil sobre ella así: «Madre adolescente. Empleada doméstica. Activista. ¿Vicepresidenta?»—; afro y defensora del ambiente —en el país más letal del mundo para defenderlo—; la mayor sorpresa política, la escaladora que nadie esperó que aguantara con los grandes nombres y supo atacar cuando el camino se empinó. Llegó con Petro en una carrera para duplas, como la que Cochise Rodríguez ganó con Felice Gimondi en 1973: el Trofeo Baracchi. El tour de Francia Márquez, como algunos recomendaron que se llamara la campaña de la entonces candidata a vicepresidenta, logró atraer a los nadies, los excluídos, lo que muchos ven como la periferia de un país tan centralista.
Hay que reconocer que Petro lideró las encuestas durante mucho tiempo. Los favoritos también pierden: el esloveno Primož Roglič perdió contra su coterráneo Tadej Pogačar, en la penúltima etapa —una crono, el mejor terreno de Roglič—, el Tour de Francia que las casas de apuestas le daban desde el día uno; Richard Caparaz acaba de perder el Giro de Italia contra Jay Hindley, el autraliano sorprendió al ecuatoriano en la subida final de la penúltima etapa. En Colombia se pensó que hasta una bala podía evitar la victoria, tal como pasó con Luis Carlos Galán en 1989 o Jorge Eliecer Gaitán en 1948. Han matado candidatos que tenían el trayecto más complicado a la presidencia: Carlos Pizarro Leongómez, Bernardo Jaramillo Ossa y Jaime Pardo Leal. A Petro y a Francia había que cuidarlos, hasta el Gustavo Petro de Brasil —tocayo del candidato presidencial a quien insultan en Twitter por confusión— lo pidió. Como desagravio, creo yo, el Petro colombiano invitó al Petro brasilero a su posesión.
Y ganamos. Y sentí esa alegría desbordada que me inundó cuando Nairo Quintana ganó el Giro o la Vuelta; algo que no habla bien de mí, porque esta victoria significa mucho más que esos logros deportivos. Y la gente lo supo: hubo lágrimas de alegría, celebraciones en las calles, un Movistar Arena —en Bogotá— lleno y rodeado por un río de personas. Y ahora viene la nueva carrera: hacer un gobierno que responda a esos once millones y no deje de lado a los diez que votaron por el otro candidato, Rodolfo Hernández, otra sorpresa electoral. Y con esta victoria alguien tendrá que perder, el tiempo nos dirá quienes; yo aspiro que sean los dopados, quienes siempre quieren ganar sin importar los medios.