El 24 de febrero anterior el gobierno de Moscú decidió realizar una operación militar contra Ucrania. Las motivaciones utilizadas para las acciones militares fueron diversas.
Por un lado, Putin creó el mito de la necesidad de «desnazificar» al gobierno ucraniano y de defender la vida de las poblaciones de habla rusa en las zonas separatistas del Donbás. Las acciones criticadas son principalmente realizadas por el denominado «Batallón Azov», grupo vinculado con la ultraderecha y el neonazismo y quienes se mantienen realizando actividades contra los separatistas desde el año 2014 en un enfrentamiento que ha causado cerca de 14,000 muertos; con al menos 3,500 víctimas civiles.
El modo operativo de Rusia fue muy similar a las acciones realizadas en Georgia en el año 2008. En primer lugar, apoyaron el separatismo de las regiones de habla rusa, posteriormente las reconocieron como independientes y luego entraron por «invitación» a defender los intereses de estas zonas hasta desmovilizar militarmente al gobierno, lo siguiente fue dejarlos como enclaves prorrusos defendidos desde Moscú como una forma de blindaje ante cualquier interés occidental de extenderse hacia el Este europeo; se mantienen como territorios «independientes», pero todo su eje de existencia está sujeto a las órdenes de Rusia.
En el caso ucraniano se ha dado un proceso similar, la diferencia quizás fue el uso de Crimea como experimento de separatismo y adhesión hacia territorio ruso que les dio la posibilidad de expandirse y empoderarse en las regiones del Mar Negro y que, con el conflicto actual, además de las zonas separatistas han logrado tomar control del sureste del país y todas las salidas marítimas de Azov hacia el Mar Negro, por lo que técnicamente Ucrania solo tiene una pequeña zona de navegación a través de Odessa, ciudad portuaria que además es la tercera en importancia del país y que de caer complicaría aún más la situación del conflicto.
La respuesta de la OTAN a esta agresión fue en inicios muy tibia, algunas inclusive marcadas de irrelevantes (iluminación de monumentos con la bandera ucraniana, hashtags en redes sociales, entre otros). Sin embargo, posteriormente fueron escalando los niveles de sanción primero cerrando los espacios aéreos para naves rusas, bloqueo en el sistema SWIFT (Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales), privándolos de transacciones monetarias a nivel internacional e imposibilidad de recibir pagos y de realizar pagos para el comercio mundial, también se sancionaron oligarcas rusos que tienen vínculos con el gobierno de Putin y se realizaron condenas a través de la Asamblea General de las Naciones Unidas (aunque no son vinculantes).
A estas acciones se sumó el apoyo militar básico para la resistencia ucraniana a través de armas provenientes de países miembros de la OTAN sin involucrarse ellos directamente en el conflicto con soldados en el terreno, principalmente para evitar una crisis en las condiciones que se encuentra en estos momentos y que se termine ocasionando una guerra abierta de alcances globales. Esto, obviamente, en el panorama más fatalista existente.
La resistencia ucraniana ha surtido efectos que no se esperaban e incluso no era algo que tuviera presupuestado el gobierno de Putin y, hasta el momento en que esta columna fue escrita, se preveía un avance mayor para presionar hacia una desescalada que incluyera la posibilidad de que Ucrania se mantenga en completa neutralidad sin insistir en su ingreso a la OTAN. Esto sería solo una parte de las negociaciones, como también buscaría el reconocimiento de Crimea como territorio ruso; algo que posiblemente no sea cedido tan fácilmente por Ucrania debido a la posición estratégica de la península, así como es probable que Rusia exija se reconozcan como zonas independientes las regiones separatistas del Donbás, lo cual también será complicado que ocurra.
Para intentar impulsar estos acuerdos favorables en el caso ucraniano, los rusos estarían ampliando sus acciones militares en las principales ciudades ucranianas, donde incluso en estos momentos la guerra urbana sería uno de los mayores obstáculos a superar y con lo que hacen uso de grupos paramilitares y ejércitos privados para evitar bajas militares del ejército formal.
De acuerdo con lo anterior, el uso de milicias chechenas al mando de Ramzam Kadýrov tendrá acciones importantes, con el agravante que este grupo no está bien visto a nivel internacional por la forma contraria al Derecho Internacional en que se comporta. De igual manera, el gobierno ruso estaría utilizando paramilitares sirios para hacer este tipo de guerra asimétrica, donde los ejércitos formales y los armamentos terrestres convencionales no tienen tantas posibilidades de salir ilesos.
El uso de la doctrina Gerasimov para ejecutar acciones desde diversos planos como lo son el material, legal, económico, comunicaciones, etc. es un modelo ruso de guerra híbrida que incluye varios frentes con una alta dosis de campaña psicológica con herramientas avanzadas para lograr la desmovilización del oponente, algo ante lo cual la práctica híbrida occidental ha hecho su propia «tarea», principalmente en el manejo de la información, cerrando los portillos hacia la comunicación proveniente de Rusia a través de canales como RT o Sputnik, así como también creando un frente de comunicación con un discurso en común contra Rusia, que ha sido un factor interesante en este conflicto.
Por otro lado, Rusia pretende usar la fuerza por medio de estrategias como la «Doctrina Grozni», aplicada en dicha ciudad chechena en los años 90 para deponer la voluntad de las fuerzas armadas opositoras con el bombardeo masivo de la ciudad sin contemplar diferencias entre civiles y militares. Esta misma estrategia se utilizó en Siria contra opositores al régimen de Bashar Al Assad, incluyendo el uso de bombas de barril con altos niveles destructivos.
Dadas las circunstancias actuales del conflicto en Ucrania, es posible que el gobierno ruso esté cambiando el objetivo inicial planteado y del cual se sospechaba tuviera después efectos invadiendo otras zonas prorrusas como la Transnitria o incluso moverse militarmente hacia zonas de los Balcanes para presionar el reordenamiento de fuerzas en las regiones euroasiáticas y la «repartición» entre las potencias globales.
No se descarta que este sea su objetivo a largo plazo, pero en las condiciones actuales primero deben salir del rollo que les ha significado la guerra en Ucrania, que les está costando más de lo esperado y que políticamente el precio a pagar por Putin no será menor, principalmente por parte de los grandes oligarcas del país que también se han visto afectados por el actual conflicto y las sanciones económicas impuestas.
Por el momento, el fracaso de la OTAN en el actual conflicto no se ha concretado, y aunque Ucrania no termine siendo parte de la organización, se fortalece la imagen del ente atlantista en cuanto a la obligación que sienten sus líderes de remozar sus aparatos militares y en cuanto a manejar una política común para defender sus posiciones ganadas después de la caída del bloque soviético, sabiendo que ahora no será sencillo seguir ampliando la cantidad de miembros, pero sí garantizando cierta protección con Estados que consideran «aliados» funcionales para sus propios intereses en diferentes partes del mundo, principalmente en las regiones euroasiáticas.