No sé si he escrito en exceso, en los últimos tiempos, o el exceso, como todo, a mí también me supera. Llevo un tiempo sin hacerlo, más que en aquellas publicaciones comprometidas (Wall Street International), más que ese primer pensamiento del día (Diaforismos), madrugador, en el que ejercito la mente única y exclusivamente para sentir que al despertar pienso y vivo en el presente.
Soy de nada o de mucho, me cuesta encontrar el término medio y así, mi vida es una eterna montaña rusa sin fin, con sus subidas y bajadas interminables.
Esta mañana hace sol, como ayer, pero una inmensa niebla lo ocultó hasta el amanecer. Lo veo desde la ventana mientras fuera se esparcen las diminutas partículas de ese virus que tiene atrapadas las conversaciones de nuestros días.
Y sí, pasamos ya el mes de enero y febrero, y nos dirigimos veloces al final de otro año en el que dudo nos encontremos más fuertes y sí más desconfiados y castigados por un ambiente corrosivo y negativo.
¿Cuánto cuesta extraer lo positivo cuando parece que la oscuridad tambalea nuestros días? ¿Es el invierno? ¿Es esta estación del año que convive entre grises? Sí, también es el invierno.
Necesitamos creer. Necesitamos esperanza.
La esperanza es ser capaz de ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad (Desmond Tutu).
Necesitamos de consensos y no de tanto diferenciarnos los unos de los otros. Las diferencias separan a las personas y los separatismos destruyen.
No están siendo buenos tiempos: la covid y ahora la amenaza de guerras que nunca terminan en un mundo habitado de egoísmos.
Como escribí en mi libro Transformándot: 100 días de alarma, vivimos una eterna anormalidad desde mucho antes que comenzara a formar parte de nuestras vidas la dichosa covid.
Vamos demasiado deprisa, estamos demasiado ocupados. No paramos, no reflexionamos, simplemente corremos y corremos llenando nuestro tiempo de lo absurdo y abandonando todo lo que importa.
Cada vez me gusta menos lo que me rodea. Y tal vez, también, cada vez gusto menos a los que rodeo. Puede que sea algo recíproco.
Las personas sensibles, hoy, tienen un valor que no solo no se aprecia, sino que se deprecia con el tiempo. Y no lo digo por mí, que dependiendo para quién, no es el caso. Pero sí lo digo por alguna de esas personas que me acompañan y que se convierten en seres diferentes en esta sociedad nuestra.
Ser sensible es tener emoción, empatía, solidaridad, compasión con los demás. Como decía, cerca de mí hay una persona extraordinariamente sensible, que hace de la sensibilidad uno de sus valores más profundos y te hace ver cada día que lo más importante no está en lo que tienes, ni en lo que eres, sino en la grandeza de ser persona.
Una persona bonhomía, que no es más que ser sencillo, bondadoso, honrado, afable de carácter y comportamiento. ¿Tan difícil? Parece que sí.
Somos una sociedad frustrada, generamos más deseos y apegos materiales que valores. De ahí, también, esos altísimos índices de suicidios no ya en adultos sino, más grave si cabe, en adolescentes. ¿Por qué?
La sociedad en la que vivimos, hecha/construida por nosotros, nos enseña a producir, a comprar, a consumir, pero no a controlar nuestros pensamientos y emociones.
Nos cuesta ser mejores.
De qué sirve acumular si perdemos lo interior.
Al llegar enero, muchos llenamos los cuadernos con propósitos que se repiten año tras año sin cumplirse. Nos falta compromiso.
Este año me vacié de todos esos propósitos porque solo quiero vivir en paz y tranquilidad, que todos aquellos que me importan y me acompañan en el camino vivan también en esa paz y tranquilidad. No pido mucho pero mucho es. No es fácil.
Posiblemente el propósito más importante y difícil que podamos emprender sea el de conocernos nosotros mismos. Descubrirnos, comprendernos, localizar aquello que nos limita, desprendernos de aquello que no nos permite crecer, cambiar los hábitos que nos perjudican mental, física y espiritualmente.
Ser mejor es un camino inhóspito y desconocido, pero apasionante.
La pandemia que nos acompaña y está golpeando el mundo nos ha recordado que somos frágiles. Somos tan frágiles que nosotros mismos hemos ido destrozando el mundo, nuestro mundo. Esto dice mucho de nuestra pequeñez.
La pandemia me ha hecho reflexionar sobre la mortalidad, sobre la impermanencia, sobre lo incierto de la vida, la vulnerabilidad. Estamos de paso y no aprovechamos el presente.
Buscar el equilibrio del tiempo, entre el que se pasa con los demás y con uno mismo, como nos recuerda Stephen Batchelor.
Ser mejor
Para terminar, recupero los 10 consejos de la Dra. Eger para una vida plena, ya que me parecen de un valor extraordinario y merece recordarlos por aquí.
La Dra. Edith Eva Eger, sobrevivió el infierno de Auschwitz. Cuando tenía 16 años llegó con su familia a Auschwitz. A los 94, sigue siendo una activa psicoterapeuta especializada en el tratamiento de traumas. Escribió su primer libro, La Bailarina de Auschwitz, a los 91 años y poco después su segundo libro, En Auschwitz no había Prozac. En sus libros enseña su sabiduría para vivir plenamente.
No tienes crisis; tienes desafíos. La Dra. Eger describe la vida como una experiencia llena de sufrimiento y luchas. Cada desafío provee una oportunidad para encontrar esperanza en la desesperanza. Cada lucha es un regalo, una oportunidad para encontrar luz en la oscuridad. La Dra. Eger afirma: «Mi sufrimiento me hizo más fuerte».
Siempre tienes opciones. Lo importante no es lo que te ocurre, sino lo que haces con lo que te sucede. La vida es difícil. «Nunca olvidaré lo que me ocurrió. Pero llegué a aceptarlo. Lo llamo mi ‘adorada herida’». La vida es una elección. Es mucho más fácil morir, pero «yo escojo vivir».
Vive plenamente hoy. «No doy nada por sentado. Tengo esta vida para vivir y no sabes qué va a pasar mañana». Ella describe la vida como si fuera un día largo. «Los rayos de sol de la mañana no van a regresar, así que celebra cada momento». Cada segundo es valioso.
Presta atención a lo que prestas atención. Tus pensamientos tienen la habilidad de crear tu realidad. Por lo tanto, sé selectivo. Reorientar tus pensamientos puede impactar la forma en que transcurre la vida, porque «si cambias tu forma de pensar, cambias tu vida». Esta fue una lección que le enseñó su madre cuando viajaban en un vagón de ganado hacia el campo de exterminio. Su madre le dijo: «Nadie puede quitarte lo que pones en tu propia mente».
Lo opuesto a la depresión es la expresión, porque lo que sale de tu cuerpo no puede enfermarte. La Dra. Eger habla sobre la importancia de sentir tus sentimientos. Todos nuestros sentimientos son legítimos y no hay emociones correctas o incorrectas. «No puedes sanar lo que no sientes», así que «llora con fuerzas. Ve al océano y grita, o grita en el auto y luego ríete como una hiena». Ella garantiza que guardar duelo, sentir y sanar te hará sentir mejor. Todavía más: «Mi Dios me da permiso para sentir cualquier sentimiento sin miedo a ser juzgada».
Quiérete a ti mismo y cuídate. La Dra. Eger cree que nacemos con amor y con pasión. Sin embargo, a lo largo de la vida aprendemos a odiar e incorporamos la mentalidad de «nosotros y ellos». «Nadie puede reemplazarte, así que quiérete a ti mismo por completo», aconseja. «Cuando te levantas en la mañana, ¿te miras al espejo y dices ‘te quiero’?». Deja de lado la necesidad de recibir aprobación y no dejes que otros te tiren abajo.
Sé selectivo con tu enojo. La Dra. Eger señala que «una vez que te enojas, cedes a tu poder. Cuando estás enojado no puedes escucharte. Yo soy muy selectiva respecto a quién recibe mi enojo. Disuelve el enojo; es inoportuno y no me gusta. Debemos seguir adelante».
El perdón es un regalo que te das a ti mismo. «No hay perdón sin furia». Solo Dios tiene el poder de perdonar. «Yo no tengo poderes Divinos. Solo Dios tiene la última palabra. Yo veo el perdón como un regalo que me doy a mí misma. El perdón te da la máxima libertad espiritual».
Dios siempre está presente. «Yo encontré a Dios en Auschwitz. Mi Dios estaba siempre conmigo. Dios me dijo que todo es temporario, nada es permanente. Dios tenía un plan para mí, no solo que sobreviviera sino también que pudiera guiar a otras personas y ser útil para ellas. Mi Dios está lleno de esperanza, lleno de luz, lleno de amor y de compasión».
No te rindas. La Dra. Eger se describe a sí misma como una mujer fuerte gracias a su identidad judía. «Nosotros, los judíos, nunca nos rendimos. Mis ancestros sobrevivieron al desierto y al Holocausto. Así que yo digo: ‘Sigan escalando la montaña y nunca se detengan’». Su mantra de vida es: «Yo soy, yo puedo y lo haré». Después de una vida de escalar la montaña, la Dra. Eger sigue escalando, dando a otros, intentando hacer del mundo un lugar mejor y lleno de curiosidad por lo que ocurrirá a continuación.