La situación en que se encuentra nuestro país, desestabilizado por la pandemia y por las políticas liberticidas de la clase política que lo gobierna, por la coyuntura económica y por el deseo de las élites mundialistas, es muy delicada: Tratemos de comprender la complejidad a través de una entrevista con Marco Rizzo secretario general del Partito Comunista, con el cual probaremos a hacer algunas reflexiones.
El pueblo está cansado, Rizzo, de los vejámenes, de los chantajes, de las discriminaciones que Mario Draghi ha cometido contra los ciudadanos italianos. ¿Están cansados también los partidos? ¿Cómo interpreta el hecho que hayan preferido tener en el Colle a Mattarella en vez del conocido banquero? ¿Cuán importante es, en cambio, la figura de la máxima carga del Estado? ¿Ha sido y será Sergio Mattarella un verdadero garante de la Constitución?
El espectáculo que han dado los partidos italianos en el Parlamento durante la elección del jefe del Estado ha hecho registrar el punto más bajo de la vida política de esta República, que puede encontrar un antecedente histórico, como se ha hecho notar, solo en el peor transformismo de la época monárquica.
Aparte el mercado de las vacas y el tiroteo a repetición de improbables e improvisados candidatos, se ha asistido al hecho de que los dirigentes de estos partidos no controlan ni siquiera a sus parlamentarios. Esto no significa que exista una sensibilidad democrática en estos últimos, sino más bien que ellos actúan sólo en función de sus miopes intereses de supervivencia personal.
En este vacío político la finanza internacional, en la que recordamos Italia no tiene una función primaria, pero tampoco muy secundaria, entra como un cuchillo en la mantequilla. Las mediaciones políticas ceden el paso a la ley del más fuerte con decisiones que se están tomando bien lejos de las sedes democráticas. Para el pueblo italiano esta es una pésima noticia, ya que incluso las más tenues defensas constitucionales previstas por el sistema burgués están siendo arrolladas.
Se ha dicho que la policy (la política pública) va sustituida por la politics (las simples relaciones de fuerza que supervisan la lucha entre las clases), o sea la gestión viene antes de las decisiones políticas que se llevan a cabo en otro lugar.
Es evidente que había una fuerza externa que empujaba para que fuera elegido Draghi, que dentro de poco se encontrará en la situación de tener que recoger los fragmentos de su mal gobierno. La prueba es que hace dos meses el PD, el partido más consecuentemente atlantista y europeísta, trataba de impedir la reelección de Mattarella, presentando una propuesta de modificación constitucional que prohibía la reelección del presidente de la República, justamente con la intención de imponer como única solución la elección de Draghi. Después de que las cartas se hubieran enrevesado en el pantano del Parlamento en una sesión ampliada, se retractaron de todo e hicieron presión por Mattarella. Es demasiado obvio que las órdenes llegaron de fuera, sin ningún respeto por los partidos y lo que habían dicho y hecho hasta poco antes.
En vez de dimitir todos, por el contrario, los dirigentes de los partidos han cantado victoria. ¿Pero victoria sobre qué? ¿Sobre su propia dignidad?
El centro derecha ha volado en pedazos. El centro izquierda se congratula de haber servido los designios de los susodichos «poderes fuertes». El M5S pierde la enésima y tal vez la última ocasión de demostrar que está aún con vida.
Qué hará en los próximos años Mattarella no lo podemos saber. Nosotros naturalmente nos auguramos que pueda oponerse a este sin sentido. Lo auguramos, pero qué podrá suceder no se sabe. Cierto, si él tuviera que dimitir dentro de dos años, abriendo esta vez el camino a la inevitable elección de Draghi, significa simplemente que habrá calentado la silla a este último.
¿Y cómo podemos interpretar la apresurada asignación a Giuliano Amato de la Presidencia de la Corte Constitucional? ¿Y a Franco Frattini como presidente del Consejo de Estado?
La elección de Amato es consecuente a una costumbre, según la cual el vicepresidente ocupa el lugar del presidente. No haría un escándalo. Más problemática es la elección de Frattini. De todas formas, son figuras que desde siempre están insertadas en los círculos internacionales, de ellas quien de verdad manda en Italia no tendrá nada que temer.
¿Si añadimos el peso de la reforma propuesta por la ministra Marta Cantabria, en qué dirección irá la justicia italiana?
No soy un jurista y no me aventuro en analizar cuestiones altamente técnicas relacionadas con la justicia. Como político registro en cambio las fortísimas críticas de los magistrados que deben gestionar la justicia italiana. Como muchas otras «emergencias», desde la sanitaria a la escolástica, la solución propuesta es siempre politics en lugar de policy, técnica en lugar de trabajadores, concentración en pocas manos en lugar de apertura democrática al servicio de la colectividad.
En este teatrito escenificado durante la elección del presidente de la República y durante el «gobierno de los mejores», hemos asistido a un matrimonio bastante contradictorio. ¿Cómo es posible que el Partito Democrático sea el que entre todos ha patrocinado más al ex presidente de la Banca Central Europea? Recordamos el momento histórico del «viraje de la Boloñina» en el que la moción de Achille Occhetto, apoyada, entre otros, por Massimo D'Alema, Walter Veltroni y Piero Fassino, ha conducido el 3 de febrero de 1991 a la disolución del Partito Comunista Italiano y a su confluencia en el Partito Democrático della Sinistra. ¿Qué clase económica y social representa hoy el PD?
De «democrático» el PD abusa solamente del nombre. Es el que con mayor agarre y convicción se ha sometido a los intereses externos y superiores. Sea en la política económica que en la política exterior está siempre a favor de los Estados Unidos y contra los intereses de la abrumadora mayoría del pueblo italiano. El enorme favor de que goza en los sistemas de información es la única cosa que le garantiza un sufragio todavía tan alto.
Su derivación del PCI histórico es totalmente inexistente. Basta pensar a cuánto pese mucho más la herencia democristiana en él, siempre reivindicada y a cuanto se haya renegado en cambio la herencia comunista.
Desde la hoz y el martillo hasta la encina, ¿dónde ha ido a parar la República fundada en el «trabajo»?
La República «fundada en el trabajo» nació de un compromiso entre fuerzas populares diferentes y en ciertos casos opuestas. Pero la fuerza que tenían los socialistas y comunistas consiguió imponer el máximo que consentían aquellas condiciones nacionales e internacionales. Recordemos que, al momento de la proclamación de la Constitución el 1 de enero de 1948, el PCI y el PSI ya habían sido excluidos del gobierno seis meses antes.
Dicho esto, por cuanto noble sea no hay un pedazo de papel, como nuestra Carta, que pueda representar por sí solo un baluarte y una garantía. Son las relaciones de fuerza entre las clases las que hacen la historia. Este es el punto de vista del materialismo histórico enunciado por primera vez en el Manifiesto del partido comunista de Marx y Engels de 1848. No ha sido nunca más veraz que hoy.
«Derecha, izquierda. ¡Basta!» cantaba Gaber en el 1994 y hoy, ¿se han invertido los roles?
No diría que se hayan invertido. En Italia y en el mundo no existe una derecha que sea «nacionalista» hasta el punto de defender los intereses del pueblo y presentarse como el campeón nacional. En estas situaciones los comunistas se han aliado siempre con ellos, desde los comunistas de Mao en China, a los resistentes en Italia en el CNL. Ciertamente permaneciendo siempre comunistas y postergando el ajuste de cuestas hasta después de la Liberación del extranjero.
Hoy la derecha «soberanista» es un partido de cartón. No lo ha sido Berlusconi, arrollado por la circunstancia de que Italia ha participado contra sus propios intereses en una guerra criminal contra la Libia; no lo ha sido Salvini, que ha abandonado las pulsiones antieuropeístas y hoy está en el gobierno; no lo es la Meloni, que no pierde la ocasión para abanderar demostraciones de estima hacia Draghi.
Pero también los «populistas» del M5S han acabado como lo han hecho. Han traicionado todas sus propuestas, incluso las justas, que los habían llevado a ser el primer partido. Todas. Di Maio que pasa del encuentro con los chalecos amarillos a exaltar Macron, de la petición de levantar cargos contra Mattarella a saludar como una victoria propia su reelección.
Por lo tanto, diría que el problema no es la sustitución de la derecha con la izquierda, ¡todo lo contrario! El hecho es que se ha creado un Partito Único Liberal, como ha sido definido, en el que los títeres que lo pueblan son totalmente indistinguibles.
¿Qué errores se han cometido para que pudiera acaecer esto? ¿Qué análisis se pueden hacer a posteriori?
La responsabilidad mayor la tenemos históricamente nosotros los comunistas, que hemos cedido, pedazo a pedazo, primero la ideología, después la posición internacional y finalmente incluso cualquier visión de clase.
Hoy el PD no es ni siquiera un partido «social democrático», es decir, un partido reformista para el que está claro el confín entre proletariado (hoy podemos decir toda la clase de los trabajadores, o sea de quien vive del propio trabajo) y patrones (es decir, los que se enriquecen –¡y hoy es mucho!– con el trabajo de los demás). No. Hoy la ideología dominante, única si no estuviéramos nosotros comunistas, sería el interclasismo absoluto, o sea la negación de las clases, de la lucha de clase. A los trabajadores, y en particular a aquellos más explotados y débiles como los jóvenes, se les inculca que son «emprendedores» de sí mismos, se habla de una herejía que hace sangrar los oídos a los marxistas como «capital humano». Es la exaltación de la «meritocracia», que es lo exacto contrario del mérito, es decir, es la selección del siervo más servicial y no del mejor trabajador que conquista la propia dignidad con su trabajo y con su conciencia.
Nada de nuevo con relación a lo que la burguesía ha siempre deseado y obtenido cuando los comunistas no están o son débiles. La ideología religiosa, la fascista, la liberalista, etc., tienen en común esto: El interclasismo, la cancelación de la agenda política del conflicto capital-trabajo.
Así que el rol de los comunistas debe ser el de volver a subir la pendiente ideológica, política y organizativa, resurgiendo del abismo donde nos hemos precipitado, nosotros junto con todos los trabajadores italianos.
¿Podemos admitir que la clase dirigente del PD odia la Rusia porque tal vez Putin es quien resiste todavía a la fascinación de los mundialistas?
Mire, los dirigentes del PD odian a aquellos que otros les dicen que tienen que odiar. Hago un par de ejemplos. ¿Qué necesidad hay por parte de Italia de condenar la pequeña pero gloriosa isla de Cuba, después de la ayuda que las Brigadas Sanitarias nos prestaron en tiempos de pandemia? ¿Qué necesidad hay de ir a meter el dedo en el ojo de Rusia, después de que Putin nos ofreciera todo el gas que necesitamos a los precios de la precrisis? Es obvio que están hetero-dirigidos.
Permaneciendo con Rusia, esta semana se ha mantenido una teleconferencia entre el presidente ruso y una densa delegación de su gobierno con altos exponentes del empresariado italiano. Los comentarios de los participantes son todos altamente positivos. El gobierno italiano se ha puesto de través y ha impedido que participase en la Eni, pero no con una carta explícita. Ni siquiera han tenido el valor.
Yo no quiero expresar ninguna consideración sobre la personalidad de Putin, creo que no le interesa a ninguno y menos que nada a él. Pero hablando de hechos. La Rusia, así como la China, Irán y la mayor parte de los países del mundo, la guerra no la quieren. Quien, por real sentimiento de humanidad, por interés geoestratégico. No importa. Por otro lado, están los Estados Unidos, a merced de una crisis epocal irresoluble, en la que hay hoy sectores prevalentes que ven en la guerra la única vía de escape.
El «mundialismo» es una máscara, una «falsa conciencia» como decimos nosotros los marxistas. En cambio, la substancia es esa: Quien quiere la paz y quien quiere la guerra. Y punto.
¿Quién converge hoy en eso que en las plazas italianas de los emarginados y de los disidentes se define «nosotros somos el pueblo»? ¿Cuán importante es ese «nosotros»?
Hoy en las plazas italianas y de todo el mundo occidental converge de todo. Las protestas reales que expresan un malestar fortísimo contra una gestión que definiría «demencial» de la pandemia, si no estuviera en cambio convencido que detrás hay cálculos sofisticados de militarización de la sociedad justo en vista de la próxima guerra o de todas formas di exasperación de los conflictos nacionales e internacionales.
Me provoca inquietud pensar que uno pueda renunciar al sueldo por no querer vacunarse. Pruebo por él un respeto grandísimo desde el punto de vista moral, junto a una consternación total por la errada elección del objetivo, la misma que me afecta delante de aquellos que se pegan fuego por protesta. Le digo: Miremos hacia un verdadero blanco, a la raíz de este desastre. Si estás en condiciones de hacer un sacrificio tan grande hagámoslo juntos por una causa más alta y duradera. Si de golpe las normas sobre la pandemia fueran retiradas, ¿habríamos resuelto los problemas de Italia? Creo que no. ¿Qué ha generado esta locura de disposiciones?
Pues bien, el marxismo nos enseña a aislar lo esencial de lo irrelevante, a individualizar la raíz de los problemas y el enemigo principal. Ese enemigo no es la vacuna sino el capital. Este es el límite que yo registro, con el máximo respeto y humildemente, en esos movimientos.
¿Cómo vive la nueva masa de excluidos la tecnologización de los procesos que en vez de aligerar nuestras tareas nos está quitando tanto el trabajo como los derechos?
Este tema es nuestro caballo de batalla para explicar lo descabellado del capitalismo. Una vez la miseria venía de la penuria: Carestía, guerras, pestilencias. Hoy la miseria, para la abrumadora mayoría, viene de la abundancia de los recursos productivos que conlleva la sustitución de los trabajadores con la tecnología, del trabajo con el capital. A este propósito aconsejo leer Marx, que sobre el argumento ha escrito todo lo que había que escribir. La riqueza, para poquísimos, hoy llega con la pandemia y con las guerras. El capitalismo no está enfermo, es la enfermedad.
Entre los ilustres excluidos de hoy podemos incluir también a los periodistas independientes que a menudo están sometidos a la «censura»: ¿Cómo se ha desarrollado el rol del Cuarto Poder en estos tiempos?
Lo que estamos viviendo en estos tiempos no es ciertamente una novedad. ¿Cuándo ha existido una información libre? Desde la antigüedad el poder ha plegado siempre la información según sus propios deseos. El que no se adecuaba iba a la hoguera.
Una excepción fue constituida por una milagrosa estación de los periódicos de los partidos de izquierda, y especialmente del PCI en su primera parte de existencia, en la que la difusión militante estaba en condiciones de sostener los costes y la abnegación de los comunistas desafiaba el fascismo primero y la represión democristiana después. Naturalmente la prensa burguesa tenía que perseguir esta prensa, dotándose de periódicos que hicieran competencia a aquellos sobre su propio terreno. No es que no hayan existido y no existan periodistas verdaderamente dignos de tal nombre, pero ellos debían y deben luchar incansablemente en sus redacciones. Sin embargo, esto ha constituido una brillante excepción en la historia de la humanidad, que hoy ha ampliamente absorbido el poder.
La televisión ha cambiado todo. La lucha se ha desplazado sobre niveles en los que la actividad militante «artesanal» no podía competir con la fuerza de la «industrial». Este periodo ha coincidido también primero con el desmoronamiento ideológico y después con el organizativo del PCI y por lo tanto se podría incluir entre una de las causas de ese hundimiento.
Internet ha vuelto a mezclar las cartas todavía más pesadamente. Hoy en la red se puede encontrar verdaderamente de todo y por lo tanto el problema ya no es la producción de la información, sino la posibilidad de alcanzar un número significativo de lectores. Lo que realiza la enorme infodemia, o sea la excesiva producción de noticias, es parar el efecto multiplicativo de la difusión de la información. El bombardeo de noticias incontroladas de las que es posible desenredarse solo con competencias y tiempos que no están al alcance de la ingente mayoría de la población, eso hace el resto.
Añadamos a esto el hecho de que algunos controladores centralizados de los medios sociales son capaces, con instrumentos más o menos sofisticados, de orientar la evolución de la difusión de la información y nos encontramos así la situación actual. La censura desgraciadamente no es realizada normalmente cancelando la información, sino bajando el grado de posible visualización. Claro está que, a males extremos, se aplican remedios extremos. Cuando eso no basta, se pasa al bloqueo del perfil social.
La cuestión del bloqueo del Twitter de Trump durante la campaña electoral es significativa. Los patrones de Internet hoy pueden parar incluso al presidente de los Estados Unidos.
Diría por lo tanto que la verdadera censura de hoy no se actúa con la cancelación de la información, sino con el ahogamiento en un mar de estupideces y falsedades que el propio pueblo de Internet contribuye a crear. Un sistema perfecto: Nos hacemos daño nosotros mismos. Como en tiempos de brujas, ellas no eran llevadas a la hoguera por la Santa Inquisición, sino por el mismo pueblo al que ellas pertenecían.
En China hacen experimentos en los que hologramas con inteligencia artificial dan las noticias en el telediario: ¿Qué será de nuestros «periodistas» en el momento en que la singularity de que habla Ray Kurzweil restructurará totalmente el mercado del trabajo? Un holograma es un cyborg, no necesitan comer, descansar y ni ser pagados, una vez construidos pueden trabajar las 24 horas y no ponen ninguna objeción sobre la verdad, ¿qué ha sido de la verdad?
No dramatizaría el problema. Un holograma o un humano que no tiene ninguna autonomía de seleccionar qué y cómo dar las noticias, ¿en qué se diferencian?
Por lo que respecta a la automación. Si está destinada a hacernos trabajar a todos menos y mejor, sea la bienvenida, si por el contrario hace más esclavos a unos pocos y expulsa del trabajo a la mayoría, es una desgracia. Pero la culpa no es de la técnica. El problema no se resuelve destruyendo las máquinas, sino destruyendo el sistema capitalista que funciona así y sustituyéndolo con algo mucho más eficaz y humano. Nosotros lo llamamos socialismo.
¿Dónde ha ido a parar el trabajo y el sindicato de los trabajadores? ¿En qué se ha convertido la CGIL?
Me provoca un inmenso dolor responder a esta pregunta pensando en lo que se ha reducido mi CGIL. De los demás sindicados ni siquiera hablaremos. Numéricamente la CGIL desgraciadamente es más que nada un sindicato de jubilados, un proveedor de servicios. El sindicato debería ser otra cosa. Pero no se recupera su rol simplemente evocándolo. Es en el fuego de la lucha de clase, de los conflictos cotidianos donde los trabajadores pueden volver a apropiarse de su sindicato y de su protagonismo.
Si nosotros disparamos a cero sobre los vértices sindicales y hacemos un llamamiento a tantos y tantos trabajadores que están ahí dentro para conducir una batalla contra ellos. No sé cuánto sea posible pensar en revertir la situación dentro de la CGIL, pero ya la batalla tiene un valor en sí misma.
Landini del brazo de Draghi, Cofferati que se convierte en alcalde de Boloña debilitando la pasión de las mareas humanas que habían colmado las plazas en defensa del artículo 18, pero tal vez ya lo había hecho Lama con la escala móvil: ¿Dónde ha iniciado el principio del fin? ¿Dónde han ido a parar los intelectuales de izquierda? ¿Los que han usado Pasolini para realizar sugestivos análisis y que hoy alimentan divisiones y discriminaciones a través de los medios? ¿Los que cantaban «quiero una vida peligrosa» y que propagan los sueros gubernativos? ¿Los filósofos, los actores, los literatos de tiempos atrás, todos enredados en la narración única?
Volvemos al punto ya comentado. El meollo de la cuestión está en la ideología. Cuando se pierde ésta se pierde el norte. No es una casualidad que decir hoy que un discurso es «ideológico» es igual a un insulto.
Es posible que la mayoría de los filósofos y literatos de otros tiempos no tuvieran para nada una visión ideológica. Se habían embarcado en un filón rediticio usando el PCI como un taxi para sus propias carreras. Y el PCI estaba bien contento de ello, satisfecho de rodearse de tantos «nombres prestigiosos», pero la mayor parte eran irremediablemente anticomunistas. Hoy prescindiría de ellos.
¿Qué dirían Gramsci y Berlinguer si pudieran salir de su tumba?
Su Gramsci me aventuraría a decir: «Me he convencido que incluso cuando todo parece perdido es necesario ponerse tranquilamente a trabajar empezando desde el principio».
Sobre Berlinguer, permítame que haga una premisa. Nosotros hemos criticado la visión y la obra de Berlinguer, desde el compromiso histórico al paraguas de la OTAN, incluso por la selección de los dirigentes. Y no obstante Berlinguer no era un «socialdemócrata» en el sentido peyorativo que se daba en aquel periodo, es decir, uno que hubiera perdido la perspectiva socialista. Solamente que sea esta perspectiva que el camino para llegar, según nosotros, eran para él del todo equivocados. Así como hace Togliatti en el memorial de Yalta al final de su vida en el que se lee una crítica al recorrido efectuado hasta entonces, incluso el último Berlinguer podría haberse dado cuenta que su política había llevado al partido a un callejón sin salida.
Por lo tanto, me imagino esta frase: «No puede haber inventiva, fantasía, creación de algo nuevo si nos sepultamos a nosotros mismos, la propia historia y la realidad», como escribió en Rinascita.
Si además añadimos los vientos de guerra que soplan entre Rusia y Ucrania, o mejor dicho entre Rusia y OTAN, ¿Qué nos deparará el futuro?
Hoy la situación internacional se está revelando dramáticamente. Por una parte, una potencia belicista y agresiva que arrastra con sí también a los aliados, por cierto, siempre más reacios a la guerra, que buscará la solución de sus propios desastres económicos. Por otro lado, la abrumadora mayoría de las naciones y naturalmente todos los pueblos, que la guerra no la quieren hacer, por horror o incluso solo porque no les interesa. Este es el momento histórico en el que estamos. No estamos a la vigilia de la Primera Guerra Mundial, en la que todas las potencias querían la guerra, sino a la vigilia de la Segunda, en la que había fuerzas que la guerra no la querían, pero por desgracia no se consiguió saldar a tiempo la coalición antifascista a causa del oportunismo de las susodichas «democracias» occidentales.
¿Qué podemos hacer «nosotros»? ¿Qué hará usted como leader para volver a agregar a los desilusionados, a los emarginados, a los despedidos a pocos años de la jubilación, a los relocalizados, a los intelectuales censurados, a los soñadores, a los idealistas, entorno a un proyecto de humanidad y de solidaridad perdida?
Nosotros los comunistas tenemos que hacer lo que siempre hemos hecho. Estudiar, organizar, luchar. Dar una perspectiva histórica y material a los trabajadores, infundiéndoles la convicción de que la historia no ha terminado, sino que tal vez todavía debe empezar. La diferencia entre un comunista y un simple democrático está en que el primero se fija objetivos mucho más altos y duraderos, pero lo hace con una concretes y una visión de la pequeña realidad mucho más fina y con modestia.
(Traducción: Federazione Estero del Partito Comunista)