Es difícil que la halterofilia, o pesas —como le solemos llamar de manera más coloquial—, logre captar la atención del público colombiano en momentos distintos a los Juegos Olímpicos o a los de las competiciones previas continentales o regionales. Podemos sumar los mundiales, aunque no logra generar el mismo ruido que el ciclismo o el fútbol. No obstante, el cierre del año trajo una noticia que preocupó a fanáticos, dirigentes y deportistas: las pesas podrían quedar fuera del programa olímpico de Los Ángeles 2028. La decisión incluye al boxeo y al pentatlón moderno, y la razón es la misma: el dopaje.
La cadena alemana ARD reveló, luego de una ardua investigación, que la «cultura de la corrupción» abunda en la Federación Internacional de Halterofilia (IWF): se oculta de manera masiva los resultados positivos de las pruebas antidopaje, han presentado muestras falsas de orina, hay pruebas de sobornos a funcionarios, entre otros hechos que dejan muy mal parada a la organización a cargo. Como ejemplo, está lo ocurrido con Lydia Valentín, pesista española, que obtuvo el oro luego de que todo el podio de los 75 kilogramos de Londres 2012 quedara descalificado.
¿Por qué preocupa tanto a los colombianos lo que puede ocurrir con la halterofilia? Porque es la disciplina que le ha permitido al país brillar: la primera medalla de oro para Colombia, en toda la historia de las olimpiadas, la obtuvo la María Isabel Urrutia en Sídney 2000, en los 75 kilogramos; la única medalla de oro masculina en la historia olímpica es de Óscar Figueroa, ganador de los 62 kilogramos en Río 2016; las pesas le han dado nueve medallas a Colombia —con siete deportistas distintos—, una más que el ciclismo —que tiene cinco nombres—; somos el país latinoamericano con mejor desempeño histórico en esta disciplina. Durante las competencias, el levantamiento de pesas siempre será tema de discusión en los almuerzos, causa de orgullo en los recuentos de las participaciones y motivo para anhelar los siguientes Juegos.
Sería fácil decir que hay otras medallas disponibles, que hay otros deportes en los qué participar, pero el problema es más serio. Luego de años de competencia, las pesas se convirtieron en un elemento representativo de Colombia, un camino para ver la gloria olímpica a una distancia posible, distinto a lo que ocurre con el fútbol o el ciclismo. No se vive del talento o inspiración de una mujer o de un hombre tocado por la divinidad: hay escuela, hay procesos y hay recambio. Las nueve medallas lo demuestran: todas fueron obtenidas en las últimas seis justas. Las pesas han dado nombre, casas y modos de vivir a colombianos que no nacieron ricos, y que todavía no lo son.
El Comité Olímpico le ha dado 16 meses a la IWF para que busque soluciones a los escándalos de su deporte. Mientras, los colombianos estaremos pendientes, sin mucha ingerencia en lo que se decida —podremos crear una tendencia del tipo #Ángeles2028ConPesas o algo así—. Ya hemos vivido situaciones similares: hemos esperado años para que el patinaje se convierta en deporte olímpico. ¿Razones? Desde 1992, somos el país que más mundiales de Patinaje de Velocidad sobre Patines en Línea ha ganado. Pero eso es otra historia, de momento la halterofilia es la que nos puede traer pesares.