Me gusta el fútbol. Sigo con atención el desarrollo de diferentes ligas; busco y leo historias sobre futbolistas, entrenadores y equipos. Cada cuatro años, como millones de personas en el planeta, me preparo para disfrutar del mundial y sueño con asistir a varios encuentros, incluyendo la final —ojalá con mi país en campo—. Siempre he tenido la ilusión de recorrer las calles de una ciudad sede para sentir ese ambiente propio de un lugar dedicado enteramente al fútbol, al menos por un mes. No obstante, para el próximo torneo, mi interés se reducirá a los resultados, a saber quién es el campeón, porque Qatar 2022 está lejos de ser una digna cita futbolera.
Las razones son claras para mí. Desalentarían a quien se tome el tiempo de analizar el evento y no se pierda en la marea mediática creada para empujar al consumo. Primero, no considero que el país de Medio Oriente pueda ofrecer ese ambiente propio de la competición, ¿o es que los fanáticos del Al-Sailiya SC o del Al-Rayyan SC son reconocidos por su entrega a la hora de alentar a sus escuadras? ¿Nos llegan imágenes que destaquen la creatividad y la entrega de las porras qataríes? Podrán decirme que en esta ocasión los turistas se encargarán de ello, ¿y fuera de los estadios? ¿Acaso las celebraciones o duelos por la derrota se harán en los lujosos hoteles de las películas? Si el fútbol fuera un deporte para disfrutar con privilegios, se jugaría en Wimbledon y no en los barrios bravos de Londres, Ciudad de México o Bogotá.
Segundo, el corruptísimo mundo del fútbol solo podía caer más bajo de una manera: otorgándole la sede a un país donde más de 6500 trabajadores han muerto en la construcción de los estadios, gracias a «excelentes» condiciones laborales: calor extremo, jornadas extenuantes y una pésima seguridad en los espacios de trabajo. ¿Por qué no renuncian? Muchos son migrantes de países africanos o asiáticos que no pueden salir del país sin permiso de sus jefes: esclavismo del siglo XXI. Me pesa mucho saber que lugares como el estadio Icónico de Lusail —el nombre incluye el «icónico»— fue hecho a expensas de la sangre de miles que no tuvieron más alternativas. Será como ver un juego en las pirámides.
Tercero, el mundial se realizará en noviembre y diciembre del 2022, alejándose de las tradicionales fechas veraniegas del hemisferio norte. Más allá de la novedad, esto trastoca todo el calendario de las ligas y competencias continentales, además de complicar el panorama a las selecciones y los jugadores. ¿Cuándo tendrán tiempo para preparar el torneo? ¿Qué nivel tendrá la competencia a nivel general? ¿Y las vacaciones de los jugadores? Pensando en los fanáticos que tendrán que ambientar el mundial, ¿les quedará fácil cambiar las vacaciones veraniegas por unas invernales más largas? Suerte tienen los del cono sur, porque su verano se aproxima a esas fechas.
Cuarto, el cambio de calendario obedece a la imposibilidad de jugar en el verano de Qatar, cuando las temperaturas oscilan entre los 40° y 50°. En el invierno no se superan los 20°, temperatura que complicará la adaptación de los jugadores. Son profesionales, no máquinas. La suerte vendrá, de nuevo, para los futbolistas que cada domingo estén en el cono sur, que no son la mayoría: el grueso de los participantes vendrá de las ligas europeas, dónde están los mejores. ¿Acaso tendrán misericordia los siempre exigentes periodistas deportivos cuando vean que sus jugadores no rinden por algún problema de adaptación?
Quinto, la sede fue entregada con un nivel de corrupción inusitado, inclusive para una entidad tan descompuesta como lo es la FIFA. Todos los puntos mencionados anteriormente eran evidentes desde un principio para las personas a cargo de la elección, pero los petrodólares no dieron espacio a la duda o al debate. Todo debía ajustarse a los caprichos qatarís.
Qatar 2022 ocurrirá, salvo que otra cuarentena llegue. Como fanático, me sentiré triste por aquellos que llenen las tribunas. Deberían ahorrar para el 2026, como yo, así no tendrán qué pensar en excusas para faltar a clases o al trabajo durante noviembre y diciembre.