La economía es importante, importantísima, indispensable, pero un desarrollo que sea solo económico es un mal desarrollo, o sería mejor decir que no es desarrollo. Se le puede calificar como crecimiento de la productividad y del Producto Interno Bruto, sin olvidar que este crecimiento es una condición necesaria pero insuficiente para alcanzar un desarrollo multidimensional del ser humano. La economía de algunos países, según dicen muchos informes de organismos internacionales, muestran, por ejemplo, importantes y positivos niveles de crecimiento económico e inversión internacional, pero en esas mismas sociedades la violencia es casi epidémica, la pobreza alcanza porcentajes elevadísimos de la población, la fragilidad de las instituciones sociales y políticas sitúan a esas naciones a las puertas de un estallido social y los rezagos son considerables en calidad educativa, esperanza de vida, ingresos y desigualdad. No todo lo que en economía brilla es oro.
Unidad de lo diverso
El corolario de la situación es obvio, y se aplica a cualquier país. El desarrollo humano integral requiere correlacionar de manera simultánea variables económico-sociales, ético-culturales y jurídico-políticas, de lo contrario, lo económico es un gigante con pies de barro. La simultaneidad y correlación armónica de variables pertenecientes a distintas esferas de realidad, responde al rasgo antropológico central de la condición humana: la persona es unitax multiplex (unidad de lo diverso), ella se desenvuelve simultáneamente en lo económico-social, ético-cultural y jurídico-político, de modo que su evolución en sociedad debe responder a esa circunstancia, y no reducirse a un solo factor o variable. Este es el punto de partida de la visión multidimensional del desarrollo. Reducir la pobreza, erradicar la pobreza extrema, disminuir la desigualdad, generalizar las oportunidades, expandir a las clases sociales medias, todo es factible, pero se debe aprender a correlacionar variables en un enfoque multidimensional, y se debe solicitar a grupos de presión y de intereses creados mostrar en la práctica su voluntad de desprendimiento y fraternidad, no como obra de caridad, sino como decisión de justicia.
Preguntas para un análisis de fondo
Dentro de una visión multidimensional del desarrollo, la cultura es mucho más que un instrumento para seducir turistas y contribuir al crecimiento del PIB; ella ofrece identidad e identidades al desarrollo; tradición, innovación y cambio, de ahí que, hace más de treinta años, Lawrence Harrison subrayara que la evolución social no es primariamente un fenómeno económico, sino cultural. El carácter cultural del desarrollo exige potenciar las dinámicas culturales en sus distintas raíces y otorgar a los temas culturales una prioridad de la que hasta el momento no han gozado.
Al respecto ciertas preguntas son inevitables ¿Cuál es la calidad de la inversión económica en el sector institucional de la cultura y en las culturas? ¿Cómo se evalúa el impacto socio-económico de los recursos destinados a esos ámbitos? ¿Implica la descentralización cultural potenciar los niveles de autonomía de los movimientos culturales, o se convierten estos en consumidores de las ideas y servicios del Estado, es decir, de quienes circunstancialmente ejercen la autoridad formal en el Estado? ¿Qué correlaciones existen entre la acción estatal y los emprendimientos privados? ¿Se originan las políticas culturales en un amplio proceso de diálogo social transpartidario? ¿Qué capacidades técnicas y de conocimiento reúne la institucionalidad cultural y los movimientos culturales a fin de elaborar, fundamentar y defender una estrategia responsable de progresiva elevación de los recursos presupuestarios, correlacionada con otras variables económicas del país y del mundo? ¿Cómo insertar las expresiones locales, regionales y nacionales de las culturas en las dinámicas internacionales?
La clave que da la historia
En directa relación con lo explicado, y como introducción al diálogo sugerido en el ámbito cultural, conviene recordar que en ciertos pensamientos económicos clásicos el trabajo se subdividió en productivo e improductivo, conceptuándose como improductivas aquellas labores distintas a las industriales, comerciales y agrícolas, tales como las ocupaciones propias de los creadores culturales. Esta tesis, que condujo a la desvalorización de las actividades culturales, de las culturas y también de la ética, no pudo ser evitada a pesar de las reflexiones ético-culturales de Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales, de la crítica de Eugen von Böhm-Bawerk a la teoría económica clásica del valor, de los abundantes análisis sobre variables no económicas insertas en la monumental obra de Joseph A. Schumpeter Historia del análisis económico. Si a lo dicho se agregan las investigaciones de estudiosos latinoamericanos que muestran la irreductibilidad de lo cultural a lo económico, se puede concluir que existe un nuevo paradigma sobre el desarrollo cultural que fundamenta la autonomía relativa de la cultura en relación a la infraestructura económica y política, pero que no implica irresponsabilidad fiscal, ni vivir en jauja, ni gastar a manos llenas y sin controles de calidad y eficiencia.
Transpartidario, transversal, autónomo y autogestionado
Conviene reiterar, finalmente, que la gestión cultural no es monopolio del gobierno ni del Estado. Cada persona, el sector cultural privado, los movimientos independientes, centros educativos, gobiernos municipales, institutos culturales, casas y centros de la cultura, industrias culturales y grupos artísticos, cumplen funciones relevantes en los dinamismos de la cultura, son sus generadores principales e insustituibles, de ahí que las políticas culturales no deban construirse en cubículos partidarios aislados, o desde las inefables reflexiones de la tecno-burocracia estatal. Es necesario, por lo tanto, transformar lo cultural en uno de los núcleos cardinales de las sociedades, transpartidario y transversal al Estado y al gobierno, autónomo y autogestionado.