Actualmente, cada vez más personas convierten sus ideas e imaginación en medios de vida, integrando —formal o informalmente— el ámbito de las industrias culturales y creativas que, de acuerdo con el concepto más comúnmente admitido, pueden definirse como los sectores cuya actividad organizada tiene como objetivo la producción, la promoción, la difusión y la comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico o patrimonial. El mapeo de Creative Industries clasifica a estas industrias en trece áreas de actividad: publicidad, arquitectura, artes y antigüedades, artesanías, diseño, diseño de moda, cine, diferentes tipos de software, música, artes performativas, editorial, radio y televisión.
La economía creativa es uno de los sectores de más rápido crecimiento en el mundo, contribuyendo con el 3% del PIB mundial. La creatividad es también un recurso renovable, sostenible e ilimitado que podemos encontrar en cualquier parte del mundo. Sin duda, es la industria del mañana, como demuestran los datos actuales que ofrece UNESCO: las ICC generan 2.25 billones de dólares y el sector cultural emplea a 30 millones de personas en el mundo.
En los años 90, emerge el concepto de economía creativa que entiende la creatividad —en un sentido amplio— como el motor de la innovación, el cambio tecnológico y como ventaja comparativa para el desarrollo de los negocios. Ello da lugar, primero en Australia y más tarde en el Reino Unido, al concepto de industrias creativas, entendidas como aquellas que «tienen su origen en la creatividad individual, la destreza y el talento y que tienen potencial de producir riqueza y empleo a través de la generación y explotación de la propiedad intelectual». En esos años, surgen también otros conceptos próximos, aunque diferentes, como las industrias de contenido o las industrias protegidas por el derecho de autor.
Las diferencias en las definiciones utilizadas dependen de los campos de actividad que cubren y en el interés que los usuarios de cada definición tienen, bien sea para medir el peso del sector, argumentar su importancia o definir políticas para promoverlo, según la UNESCO que —ante la diversidad de enfoques—, tomando como referencia el marco de estadísticas culturales de la institución en 2009, se propone una definición amplia del conjunto de las industrias culturales y las industrias creativas entendidas como:
Aquellos sectores de actividad organizada que tienen como objeto principal la producción o la reproducción, la promoción, la difusión y/o la comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico o patrimonial.
Este enfoque pone el énfasis en los bienes, servicios y actividades de contenido cultural y/o artístico y/o patrimonial, cuyo origen es la creatividad humana, sea en el pasado o en el presente, así como en las funciones necesarias propias a cada sector de la cadena productiva que permite a dichos bienes, servicios y actividades llegar al público y al mercado. Ello determina las principales características de las Industrias Culturales y Creativas, a juicio de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura:
Intersección entre la economía, la cultura y el derecho.
Incorporan la creatividad como componente central de la producción.
Contenido artístico, cultural o patrimonial.
Bienes, servicios y actividades frecuentemente protegidas por la pro-piedad intelectual —derecho de autor y los derechos conexos.
Doble naturaleza: económica (generación de riqueza y empleo) y cultural (generación de valores, sentido e identidades). Innovación y re-creación.
Demanda y comportamiento de los públicos difícil de anticipar.
Desde esta perspectiva que aborda las industrias culturales y creativas como un conjunto se distingue, por una parte, sectores cuyo modo de operación es la reproducción industrial o semiindustrial con la posibilidad de reproducir y distribuir a gran escala sus productos; y por la otra, sectores en los que los bienes, servicios y actividades no son reproducibles de manera industrial y operan a pequeña o mediana escala. Sin embargo, estos dos modelos comparten una dimensión común de salida al mercado: promoción y difusión.
La economía creativa se diferencia de otras industrias por el riesgo de mercado que conllevan los nuevos productos y servicios y por las formas organizativas que adoptan los principales agentes. Abarca desde microempresas hasta multinacionales y vincula los sectores privado, público y no lucrativo. Como antes indicamos, esta economía —que promueve la creatividad de la sociedad, fomentando la identidad de sus propias culturas y la diversidad cultural— es una de las que más ha crecido en la última década, tanto en términos de contribución al PIB mundial, como en generación de rentas y creación de puestos de trabajo. Su alcance no solo se limita a la tecnología intensiva, sino que combina esta con la producción artesanal, estimulando, por tanto, el crecimiento de países en desarrollo.
Otra singularidad que subyace en la economía creativa —a juicio de la mayoría de estudiosos— es la desigualdad que se produce entre una creatividad internacional que emerge en cualquier lugar del planeta y aquellos agentes que controlan la distribución que se concentra mayoritariamente en países desarrollados. La misma dicotomía se produce entre mundo urbano y rural, por lo que estas problemáticas hacen más necesaria la investigación y propuesta de nuevos sistemas de creación, distribución y comercialización que permitan el surgimiento de un tipo de emprendimiento más colaborativo y, por otro lado, que las políticas públicas tengan en cuenta su especificidad. La formación y promoción del emprendimiento en la economía creativa es clave para implantar soluciones que permitan un desarrollo humano sostenible.
Como reconocimiento a la importancia cada vez mayor de las ICC en la economía mundial, y en línea con los ODS y la Agenda 2030, el año 2021 fue declarado Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sostenible en la 74ª Asamblea General de las Naciones Unidas. En el documento aprobado por la ONU se reconoce que la economía creativa gira en torno a las actividades económicas basadas en el conocimiento y la interacción entre la creatividad humana y las ideas, el conocimiento y la tecnología, así como los valores culturales o el patrimonio artístico y cultural y otras expresiones creativas individuales o colectivas.
La misma declaración de las Naciones Unidas reconoce la necesidad de promover el crecimiento económico sostenido e inclusivo, fomentar la innovación y ofrecer oportunidades, beneficios y empoderamiento para todos y el respeto de todos los derechos humanos, y recuerda la Constitución de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en la que se establece que la Organización —como parte de sus propósitos y funciones— mantendrá, aumentará y difundirá el conocimiento alentando la cooperación entre las naciones en todas las ramas de la actividad intelectual, y haciendo notar el informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura sobre la cultura y el desarrollo sostenible, en el que se afirma que las industrias culturales y creativas deberían ser parte de las estrategias de crecimiento económico. También reconoce la necesidad constante de apoyar a los países en desarrollo y a los países con economías en transición en la diversificación de la producción y las exportaciones, incluso en nuevas esferas de crecimiento sostenible, comprometiéndose el organismo supranacional a sostener y apoyar las economías de los países en desarrollo en la transición progresiva hacia una mayor productividad mediante sectores de alto valor añadido, promoviendo la diversificación, la modernización tecnológica, la investigación y la innovación, incluida la creación de puestos de trabajo de calidad, decentes y productivos, entre otras cosas mediante la promoción de las industrias culturales y creativas, el turismo sostenible, las artes escénicas y las actividades de conservación del patrimonio.
Recoge el documento una valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible, reconociendo la necesidad de optimizar los beneficios económicos, sociales y culturales derivados de la economía creativa mediante la creación de un entorno propicio para la promoción de la misma, como el desarrollo de la tecnología digital, la economía innovadora y digital, el comercio electrónico, la creación de la infraestructura de información pertinente y la conectividad para apoyar el desarrollo sostenible, el aumento de la inversión de los sectores público y privado en las industrias creativas y el desarrollo de los marcos jurídicos pertinentes.
Finalmente, alienta la ONU a todos los Estados miembros, a las organizaciones del sistema de las Naciones Unidas y a otras organizaciones internacionales y regionales, así como a la sociedad civil, el sector privado, las organizaciones no gubernamentales, los círculos académicos y las personas, a que celebren el Año Internacional de manera apropiada y de conformidad con las prioridades nacionales, a fin de crear conciencia, promover la cooperación y el establecimiento de redes, alentar el intercambio de mejores prácticas y experiencias, aumentar la capacidad de los recursos humanos, establecer un entorno propicio a todos los niveles y hacer frente a los problemas de la economía creativa.
La declaración no podía llegar en un momento más oportuno. La pandemia de la COVID-19 ha paralizado la economía creativa en su más amplio sentido. Desde la creación, la producción y la distribución hasta el acceso, ningún actor de la cadena de valor creativa se ha librado de su impacto. La crisis sanitaria también ha revelado y agravado las vulnerabilidades preexistentes dentro del sector cultural. Muchos artistas y profesionales de la cultura no han podido acceder a las ayudas sociales y económicas que salvaban a los trabajadores de otros ámbitos de actividad. Por ello, parece que resulta necesario más que nunca promover unas políticas públicas efectivas para restablecer la viabilidad del sector.
Concluimos resaltando que la XXVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada el pasado 21 de abril en Andorra, incluyó entre sus acuerdos dos importantes mandatos concretos a la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB):
B.5 Implementar la Estrategia Iberoamericana de Cultura y Desarrollo Sostenible, herramienta fundamental de apoyo a las políticas nacionales en materia de cultura.
B.6 Encomendar a la SEGIB mantener y perfeccionar las acciones de apoyo a las instituciones nacionales para el óptimo cumplimiento de lo establecido en el Plan Estratégico de Fomento y Desarrollo de las Industrias Culturales y Creativas Iberoamericanas, dirigido a impulsar la competitividad e innovación de las MIPYMES y de los emprendedores culturales como factores fundamentales para la creación, producción, coproducción, acceso y circulación de las expresiones culturales en un mercado de contenidos culturales propios y su internacionalización.
Somos muchos los que esperamos que, cuanto antes, este mandato comience a convertirse en realidad y —sobre todo— que se constituya la tan ansiada Red Iberoamericana de Economía Creativa, llamada a dar el impulso preciso a un sector con tantas posibilidades.