If you're the kind that looks down on the masses
Even for your there's a feint
Get some New Rocks or a pair of Docs
Look just like those who ain'tAnd that is how
It came to be
After two long centuries
That in the name
Of human greed
The industrial revolution fixed everything for meSi eres de los que desprecian a las masas
Incluso para ti hay una trampa
Consíguete unas New Rocks o unas DocsPara ser como los que no lo son
Y así es como
sucedió
Tras dos largos siglos
Que en el nombre
De la codicia
La revolución industrial lo arregló todo para mi(The industrial revolution [and how it ruined my life], Voltaire, 2008)
El pasado mes de mayo Disney estrenó Cruella. Protagonizada por Emma Stone, la película funciona como una precuela del clásico Los 101 Dálmatas (Disney, 1961) centrada en la villana: Cruella de Vil. El largometraje cuenta la historia del genio incomprendido, la víctima que se enfrenta a un sistema malvado y opresor (personificado por la Baronesa). En un principio, la protagonista quiere conseguir la admiración y el respeto que cree merecer por su talento y, posteriormente, busca vengarse de la Baronesa, usurpando su posición y eclipsándola a través de una combinación de moda y actos vandálicos en línea con la idea que se tiene popularmente del movimiento punk de los 70.
Se trata de un extraño cruce entre El diablo viste Prada (Twentieth Century Fox, 2006) y Ocean’s Eleven (Warner Bros.,2001) con una banda sonora saturada de éxitos setenteros y una atractiva puesta en escena que esconde una triste, aunque previsible realidad: Cruella (Disney, 2021) ha sido creada con el único propósito de vender la estética punk a niñas adolescentes.
Sí, habéis leído bien. Sí, vuestra confusión es comprensible.
Ciertamente un personaje caracterizado por su obsesión por la peletería no parece el vehículo más adecuado para expresar los ideales antisistema, anticonsumismo y defensores de los derechos animales de la ideología punk. Pero ahí está la belleza del asunto. Permitidme que me explique.
Una breve y muy resumida definición del punk
¿Qué es un punk? Chaqueta de cuero, botas Dr. Martens, pantalones ceñidos, cabello teñido y peinado en una llamativa cresta… La característica estética de esta subcultura está tan integrada en la ideología popular que cualquiera puede imaginar a uno sin mucho problema. Pero punk es mucho más que su aspecto.
Nació en la Inglaterra de los años 70 junto con el estilo musical homónimo (punk rock) para expresar el malestar de la juventud sobre la precariedad socioeconómica en la que se encontraba.
«El actual estereotipo punk es cicatrizado por el marketing de masas y por un desafortunado énfasis en el estilo y no en la esencia», dice Greg Graffin en su Manifiesto Punk. Esta tribu urbana surgió con un fuerte componente de crítica sobre el rumbo que había tomado la sociedad contemporánea, discrepando de los estilos de vida y expectativas del sistema establecido, la educación convencional y las reglas de la estética. «El punk es la expresión personal de la singularidad que proviene de las experiencias de crecer en contacto con nuestra habilidad humana para razonar y plantear preguntas», explica Graffin. «Es un proceso de cuestionar y de comprometerse a la comprensión, que resulta en el progreso individual y, por extrapolación, guiaría hacia un progreso social… Sin el afán por entender y cuestionar las creencias mantenidas, la verdad permanece cubierta detrás de la costumbre, la inactividad y la ideología dominante».
Los mensajes políticos que aparecen habitualmente en la música y cultura punk dejan atrás el nihilismo y decadentismo. En su defecto están llenos de carga social. Se asienta sobre conceptos como el apoyo mutuo, igualitarismo, humanitarismo y la descolonización. Plantándose firmemente en posturas contra el autoritarismo y consumismo, el corporativismo, la guerra, el conservadurismo, la globalización, gentrificación, racismo y sexismo y defendiendo la igualdad de género, los derechos sanitarios, civiles, de las personas con discapacidad y de los animales, así como el pensamiento libre y la disconformidad.
Juguemos a un juego
Imaginemos por un momento que somos parte del equipo de mercadotecnia de una gran empresa especializada en productos familiares. Tenemos unos valores establecidos a lo largo de décadas y la confianza ciega de nuestros consumidores. Nuestros productos incluyen ropa, juguetes, libros. Creamos historias y vendemos merchandising de todo tipo: desde ponis y coches para niños hasta productos del hogar para adultos. La empresa es una mina de oro que gana millones y crece año a año.
Sin embargo, hay un fragmento de la sociedad que se nos escapa. Un grupo que no quiere estúpidas muñecas ni ornamentos para el árbol de navidad. Se trata de clientes potenciales con cierto poder adquisitivo y la fantasía de ser únicos en un entorno injusto pero que, al mismo tiempo, están desesperados por establecer conexiones y crear sus propios grupos sociales.
Hablamos de la adolescencia, una época en la que todo es confuso, las hormonas andan disparadas, el cuerpo reacciona de formas inesperadas y aparecen los conceptos de audiencia imaginaria y fábula social.
En psicología, el primero se refiere a la sensación de ser observado y juzgado por todo el mundo. Constantemente. Lo cual despierta una necesidad de establecer una forma de actuar. Una suerte de performance perpetua. El segundo explica el pensamiento de individualismo que aparece con la adolescencia. La idea de que nadie tiene tus problemas y, por lo tanto, nadie puede entenderlos. Este sentimiento de ser único en el mundo, de incomprensión por parte de los demás, puede conllevar un sufrimiento, que a su vez hace que el adolescente se revele contra la sociedad y las normas establecidas.
La pregunta que nos planteamos pues es ¿cómo capitalizar este mercado disruptivo sin contradecir nuestros valores o antagonizar a los padres? La respuesta no requiere que reinventemos la rueda. Es elegante y sencilla: dale la apariencia de lucha social, de individualismo, pégale las etiquetas «reinvéntate» y «consigue la ropa y los accesorios más rebeldes», utiliza fuentes provocadoras, salpica una pizca de nostalgia simulada y colectiva y voilá: Cruella.
De villana a icono rebelde
A la hora de escoger un producto dirigido a jóvenes adolescentes, la idea de humanizar a un villano sin redimirlo por completo es una táctica que Disney lleva años implementando. La idea es presentar un personaje cuyas acciones no sean socialmente aceptadas (hacer grafiti, realizar pequeños hurtos) y enmarcar estos actos como una forma de autoexpresión, asegurándonos de que los valores de estos personajes se alineen con los valores de la empresa.
Un gran ejemplo de esto es la exitosa saga Los Descendientes (Disney, 2015-). Centrada en los hijos de famosos villanos Disney, utiliza una estética «alternativa» para diferenciar a los protagonistas de los hijos de los héroes. En Los Descendientes, los protagonistas toman un papel de antihéroe: negándose a integrarse físicamente en el entorno de los «héroes». Su individualismo es puramente personal, sin llegar nunca a cuestionar o intentar romper sistemas sociales establecidos más allá de lo puramente cosmético.
Para Cruella, Disney siguió un camino similar, realizando una campaña de mercadotecnia muy visual llena de palabras como «cruel», «despiadada» o «imparable» y eslóganes que transmiten la idea de persona incomprendida: «nadie es malo del todo», «he nacido así».
Todo, desde su protagonista hasta el diseño de vestuario (a cargo de Jenny Beaven) ha sido cuidadosamente diseñado para transmitir la idea de rebeldía y provocación para que las niñas puedan sentirse identificadas. Se trata de una personificación de la fábula social. En este sentido, el trabajo de Beaven sirve una triple función:
Dentro de la historia resalta las diferencias entre protagonista y antagonista. En su papel de Baronesa, Emma Thomson luce piezas de alta costura influenciadas por diseñadores como Alexander McQueen o Christian Dior. Por otro lado, el vestuario de Cruella está inspirado en Nina Hagen y la firma BodyMap. Combina elementos militares con faldas y vaqueros y bebe fuertemente de las tendencias punk de los 70.
Fuera de la película, el vestuario establece un lenguaje visual fácilmente adaptable y reconocible. Aquellas personas que se sientan especiales e incomprendidas, que se vean reflejadas e idealicen al personaje sabrán exactamente qué aspecto es el que han de tener para demostrar que ellas también son inconformistas, únicas y rebeldes.
Pero un buen vestuario no es suficiente para convertir a una villana en un icono adolescente. Para eso necesitamos una motivación y un carácter. Adaptar a Cruella de Vil para este papel es sencillo, porque en sus encarnaciones anteriores era un personaje desconocido: lo único que se sabe de él es que quiere matar perros. Cualquiera que haya escrito fanfic sabe que eso significa que tienes libertad absoluta para inventarte todo lo demás.
En el lenguaje cinematográfico existen dos herramientas contrapuestas extremadamente efectivas llamadas kick the dog (pega al perro) y pet the dog (acaricia el perro). En esencia: si un personaje le da una patada a un perro, la audiencia decidirá automáticamente que se trata de una mala persona. Mientras que, si un personaje se muestra amable con un perro, da igual lo malvadas o retorcidas que sean sus accione, porque la audiencia lo considerará redimible. ¿Por qué es Cruella De Vil un villano en Los 101 Dálmatas? Porque pega al perro. ¿Por qué en Cruella no lo es? Porque acaricia a cinco perros. De esta manera los guionistas juegan con su personaje transgresor y egoísta, sin alienar a su público objetivo.
Por último, toda película necesita un mensaje, todo protagonista un código, un credo, algo que defender. En el caso de Cruella, este se resume en «hay que ser una misma para conseguir tus objetivos». Para ilustrarlo, el personaje oprime su «verdadero yo» intentando ser una «buena chica» hasta que llega a la conclusión de que no puede seguir haciéndolo, que tiene que ser su «auténtico yo». Este pensamiento lo expresa en el monólogo dirigido a su madre:
Lo he intentado, de verdad que lo he intentado, porque te quería. Pero la verdad es que no soy la dulce Estela. Por mucho que lo intente, nunca lo he sido. Soy Cruella. Nací brillante, nací malvada y un poco loca. No soy como ella [la Baronesa]. Soy mejor.
El equipo de marketing ha capitalizado hasta la saciedad la brillante actuación de Emma Stone en este monólogo porque refleja exactamente todo lo que se está vendiendo: el rechazo de la feminidad tradicional (no soy la dulce Estela) y el abrazo del auténtico yo (por más que lo intente nunca lo he sido). Apoyándose en la idea de fábula personal encontramos la afirmación que separa al icono de aquellos que vinieron antes (no soy como ella) con una verdad irrefutable que no requiere de argumentación (soy mejor).
¿Es Cruella un icono del punk?
Es cierto que la subcultura punk pone un especial énfasis en el individualismo, en ser uno mismo sin importar lo que la sociedad opine al respecto. En ese sentido la película presenta un personaje que encaja.
Cruella representa una llamada al individualismo, a la rebelión «porque yo lo valgo», «porque he nacido especial». Su lucha no requiere de un profundo estudio personal, de un deseo por cambiar o mejorar la sociedad.
En su enfrentamiento con la Baronesa, problemas como diferencia de clase o disparidad socioeconómica no entran ni salen. El pasado del personaje (haberse criado en las calles, robando para sobrevivir) se convierte en una anécdota que no informa sus acciones. Es un elemento decorativo más para intentar dar pena. El conflicto con la Baronesa, el motivo por el cual Cruella decide vengarse y termina por quedarse con el título, las posesiones y hasta los empleados de la Baronesa está enmarcado en una vendetta personal y nunca va más allá de eso. Por lo tanto, no, en el texto de la película, Cruella no es un icono del punk.
Individualismo fabricado en masa
El último rasgo en el que Cruella podría ser un producto punk es a nivel metatextual: su presencia en nuestra sociedad como producto cinematográfico, independientemente de lo que diga el texto.
Es en el estudio metatextual en el que la dicotomía de «Disney» y «punk» se deshace por completo. Cualquiera que me conozca sabe que me encanta Disney: sus películas, sus peluches, sus productos y sus parques de atracciones. Defiendo a sus princesas con capa y espada y me emociono cada vez que anuncian una nueva cinta de animación. Pero, por mucho que me guste la marca, no la convierte en más humana. No me hace olvidar que es una empresa cuyo objetivo principal es conseguir dinero, sin importar lo que tengan que explotar, ni lo que tengan que destruir para conseguirlo. Y la verdad del tema es que si vais ahora mismo a una DisneyStore o visitáis shopDisney.com, lo primero que veréis blanco sobre negro será el estilo apropiado de una subcultura que nada tiene que ver con esta empresa.
Cruella no es un icono punk. Disney es incapaz de crear un icono punk, porque la existencia de esta empresa es la antítesis del punk. Sus valores están intrínsecamente ligados a aquello contra lo que el punk está luchando. En su situación como corporación capitalista incita a un consumismo masivo y exacerbado, moviéndose y explotando la tendencia más lucrativa del momento ya sea comercializar el Orgullo o nuestra nostalgia.
Por citar al CEO de Disney Michael Eisner (1984-2005): «No tenemos la obligación de hacer historia. No tenemos la obligación de hacer arte. No tenemos la obligación de hacer una crítica. Nuestro único objetivo es hacer dinero».