El hombre menudo, de pequeña estatura y ojos oscuros muy penetrantes, de cincuenta años de edad, acariciaba su blanca barba, mientras hojeaba el pequeño libro de setenta y dos páginas escrito en latín que recién había salido de la imprenta. Corría el año de 1628 y había tardado demasiado tiempo en publicar sus descubrimientos. De hecho, fue en 1615, trece años atrás, cuando culminó sus experimentos y estaba seguro de haber logrado una hazaña científica particularmente importante. De eso no había duda alguna. Tampoco pensaba que algunos de sus colegas, entre quienes había enemigos envidiosos jurados, tuvieran fuerza argumental y fáctica, de contradecir o poner en duda sus hallazgos. Pero tenía miedo, sencillamente temor, de las consecuencias que podía tener el hacer público las refutaciones de la teoría imperante. No era poca cosa demostrar que Galeno estaba equivocado totalmente en su explicación sobre la circulación sanguínea. Pensó en su colega español, Miguel de Servet, quemado en Suiza pocos años antes años por demostrar la circulación pulmonar. También en otros sabios que habían corrido igual suerte, por insurgir en contra de dogmas firmemente establecidos en el campo de la ciencia. Era famoso, estaba rodeado de comodidad y prestigio, tenía amistades de la más alta alcurnia y el presente y el futuro, no le preocupaban en lo absoluto. Poner en riesgo, tal zona de bienestar y tranquilidad, daba que pensar. Pero al fin, se dejó de vacilaciones y de miedos sobre la estabilidad de su vida y la seguridad de sus familiares, y publicó la monografía. La suerte estaba echada. Le puso de nombre: Motu Cordis.

Lawrence Harvey, el hombre al que nos referimos, no solamente es famoso por haber descubierto la circulación mayor, sino también por dar un giro radical a la investigación fisiológica. Su obra permitió romper los moldes de la vieja fisiología galénica y dar entrada a otra basada en la observación y la experimentación. Su vida y trabajos de investigación transcurren en una época de grandes cambios revolucionarios que se dan en la física (Kepler, Galileo, Newton), la anatomía (Leonardo, Vesalio), la filosofía moderna, la política y por supuesto, en el arte (la pintura, la escultura y otras manifestaciones culturales). Es la época del Renacimiento, tiempo de gloria y esplendor para la humanidad. Su propio país, comienza a emerger entre el concierto de naciones poderosas y en lo cultural, se da el lujo de tener a Shakespeare, la más grande lumbrera de la literatura. Curiosamente el mismo año en que Harvey abría su consultorio en Londres, Shakespeare estrenaba en el teatro El Globo, su gran obra Hamlet (Jay E. Greene). Asombrosamente ambos tenían un parecido físico muy señalado.

Los comienzos

Nace William Harvey el 1 de abril de 1578 en Folkstone, «la región de Inglaterra más próxima al continente» (Pedro Lain Entralgo). Llegó a este mundo en buena cuna, siendo el hijo mayor de los nueve que tuvo Thomas Harvey, rico mercader de Londres y su esposa Jean, emparentados con el conde de Bristol. A los diez años ingresa a la Grammar School de Canterbury y posteriormente al Gonville and Caius College de Cambridge, graduándose de bachiller a los 19 años. Allí recibió, además de una cultura muy diversa y profunda, la influencia italianizante de John Caius, médico humanista que se había graduado en la universidad de Padua y que había dejado muy viva su llama en el colegio que llevaba su nombre.

La fama de Padua atrae al joven bachiller inglés y, sin miedo alguno, dirige sus pasos hacia la Libre República de Venecia, conocedor de que su universidad, y especialmente la escuela de medicina, es famosa en esa época del Renacimiento. Allí dieron clases maestros de la talla de Vesalio, Colombo, Falopio, Fabricio de Acquapendente y Casserio. Fabricio fue precisamente su maestro de anatomía, quién le enseñó las válvulas venosas, interesándolo además en embriología y fisiología.

En 1602 recibe su título de médico, con mención especial por su erudición y marcado interés por el estudio. Se dice que por los años que pasó en la universidad de Padua, enseñaba allí también el gran Galileo y numerosos estudiantes de todas las carreras acudían a escuchar sus lecciones. Es muy probable que entre ellos figurara W. Harvey, cuya mentalidad investigativa debió ser agitada por el discurso del sabio físico italiano. Como bien refiere Lain Entralgo, «La Italia en que se formó el espíritu de Galileo, es también la que configura en su inicial madurez la mente de Harvey».

De regreso a su patria, no tardó en revalidar su título en la universidad de Cambridge. A continuación, forma familia al casarse con la hija de un colega, el Dr. Lancelot Brown, médico personal del rey Jacobo I y se inscribe en el Real Colegio de Médicos. Esto le permite acceder a la corte, ya que colabora con su suegro, convirtiéndose en médico de la realeza, al fallecer el padre de su esposa. En el año 1609, pasa a formar parte del cuerpo médico del Hospital de San Bartolomé de Londres. Se dedica a la práctica médica y a la docencia, ya que obtiene del RCM, que lo nombren encargado del curso de anatomía. Los manuscritos de esas lecciones se conservan aun hoy en día en el Museo Británico.

Durante todo ese periodo, continuó pensando y estudiando la circulación de la sangre, como lo atestigua algunas de sus lecciones anatómicas, estando consciente del movimiento circular de la misma. Pasó largas horas en el laboratorio haciendo disecciones en muy diferentes animales, como caracoles, ranas, anguilas, camarones, tratando de comparar los sistemas vasculares de estos animales, encontrando siempre la características muscular y contráctil del corazón. Determinó también las características del pulso originado por la fuerza motriz del corazón. Contando la cantidad de pulsaciones en una arteria que ocurría por minuto, podía de esta manera conocer la rapidez con que latía el corazón. Algo tan elemental, se constituiría en un elemento clínico muy importante para el diagnóstico, que había sido obviado por las generaciones pasadas de médicos.

A continuación, Harvey debía dilucidar el camino que seguía la sangre al pasar por los cuatro compartimentos del corazón. Su conocimiento desde Padua de las válvulas que había en los vasos sanguíneos, le permitió realizar experimentos que demostraban que el flujo sanguíneo solamente se realizaba en un sentido. Del ventrículo derecho, la sangre pasaba a los pulmones por las arterias pulmonares, regresando a la aurícula izquierda por las venas pulmonares. El siguiente paso era pasar al ventrículo izquierdo, de donde la sangre era impulsada por el corazón, para que, a través de la aorta, llegara a las extremidades del cuerpo. La sangre entonces regresaba a la aurícula derecha por medio de la vena cava y luego al volver al ventrículo derecho, se daba inicio a un nuevo ciclo. «Harvey llegó a la conclusión de que el latido del corazón, era la causa del continuo movimiento de la sangre de manera circular» (J. E. Greene). Así se echaba por tierra la vieja teoría de Galeno, que no consideraba un movimiento circular sino más bien un solo camino de ida y retorno por intermedio del sistema venoso. Según Galeno, las arterias no contenían sangre sino solamente aire. De acuerdo con él, la sangre se producía en el hígado. En sus numerosos experimentos hechos en muy diversos animales, Harvey calculó que si un corazón de una persona adulta, expulsa 60 cc de sangre por latido, a setenta y dos latidos por minuto, el hígado tendría que producir 225 litros por hora, si la sangre se consumiera como nutrientes. Por lo tanto, sin duda, «la sangre era el vehículo de transporte para los alimentos, no el alimento en sí mismo» (Sandeep Jauhar).

Harvey nunca llegó a demostrar cómo la sangre arterial pasaba a las venas, ya que faltarían varios años más, para que Malpighi descubriera los alvéolos. Específicamente eso sucedió en 1661, cuando este investigador realizó cortes de un pulmón de rana y los examinó con el microscopio.

La idea de la circulación sanguínea ya había sido sugerida por otros. Así lo había hecho desde el siglo XIII Ibn an Nafis, quien redacta en el Cairo un agregado a la parte anatómica del Cannon de Avicena, en el cual detalla con bastante acierto, la circulación pulmonar. Bastante se ha discutido que también lo hicieron en el siglo XVI Miguel de Servet (Serveto, al decir de Lain Entralgo) y Colombo, al mencionar que la sangre del ventrículo derecho pasaba al ventrículo izquierdo por los pulmones y no a través del tabique interventricular (R. Pérez Tamayo). Pero es indiscutible que la gloria de su descubrimiento le pertenece a Harvey.

Su vida personal

Aunque, como ya dijimos, se casó pronto después de su llegada de Padua, el matrimonio no tuvo descendencia. Poco sabemos de su vida en familia. En cambio, conocemos su participación en la vida científica y política de la Inglaterra de su tiempo. Fue amigo personal y médico del rey Carlos I y lo siguió en su trágico final. La lucha entre los parlamentarios y la corte, duró varios años. Cuando, a principios de enero de 1642, el rey se ve obligado a dejar Londres y trasladarse a Oxford, Harvey lo acompaña. No es ningún puritano ni comulga con las ideas de Cromwell y ni las de sus seguidores. Además, es leal a su protector y amigo real. Cuatro años vive Harvey en Oxford. Allí es admitido en su célebre universidad y tiempo después, lo nombran Master del Merton College.

Cuando las circunstancias del conflicto se vuelven más negativas, el rey le asigna el cuidado de sus hijos, a su médico personal, ya que confía totalmente en él. Las tropas reales son vencidas en la batalla de Naseby y, después, los hombres de Cromwell ocupan Oxford, obligando al rey a huir. Cuando es atrapado, es condenado a muerte y ejecutado. Mientras tanto, Harvey ha tenido que regresar a Londres, pero encuentra que su casa ha sido quemada y saqueada, perdiéndose muchas de sus obras. Pobre y sin clientes, se ve obligado a vivir en casas de sus hermanos, ricos comerciantes para ese entonces, y de algunos amigos. Pero tiene ánimo a sus setenta y un años para continuar sus investigaciones embriológicas y más aún, para publicar las Exercitationes de generatione animalium (Ensayos sobre la generación de los animales), que Lain Entralgo ha considerado como «el monumento inicial de la embriología moderna». En ella, describe entre otras cosas, sus observaciones en huevos de gallinas y otros animales, que transformaron las ideas que se tenían sobre los seres vivos. Es el primero en mencionar el concepto de ovocito, sugiriendo que los mamíferos poseen un «huevo», de donde saldrán todos los descendientes (ex ovo Omnia). En este sentido, pese a que Harvey es recordado por el descubrimiento de la circulación sanguínea, por lo que se le considera el padre de la cardiología, sus diversos aportes importantes, hacen que también se le considere como uno de los pioneros de la fisiología, anatomía, biología, embriología, zoología y genética.

Harvey pasó casi la mitad de su vida estudiando la problemática de la reproducción de los animales. En su libro citado anteriormente, no se cansó de promover los métodos de observación y experimentación, como armas fundamentales que debían utilizar todos los futuros investigadores. Lo dijo muy claramente: «Sin frecuente observación y reiterados experimentos, la mente se extravía buscando fantasmas y apariencias» (J.E. Greene).

Harvey en esos años de la derrota de su amado rey Carlos I, no se rinde y continúa atendiendo una modesta clientela en Londres. Mantiene magníficas relaciones con el Colegio Real de Médicos, quienes le siguen rindiendo admiración y aprecio por su monumental obra. Fue nombrado presidente del Colegio de Médicos en 1654, pero no aceptó dicho honor debido a su mala salud. Antes había logrado que sus hermanos financiaran la compra de una casa en donde instaló un museo. La muerte le encontró el 3 de junio de 1657, a los 80 años, en Londres, rodeado de fama y el reconocimiento de sus compatriotas y del resto de Europa.

Notas

Pérez Tamayo, R. (1997). De la magia primitiva a la medicina moderna. México: Fondo de Cultura Económica. La Ciencias para Todos.
Sandeep, J. (2019). Corazón. Su historia. Barcelona: Ediciones Obelisco. Primera edición.
Lain Entralgo, P. (1961). Grandes médicos. Una visión humana de la historia de la medicina. Barcelona: Salvat Editores. Primera edición.
Greene, J. E. (1978). 100 grandes científicos. México: Editorial Diana.