La pandemia viral que nos afecta, provocada por un coronavirus que no huele, no se oye, y no se ve, ha dado lugar a una hecatombe mundial sanitaria y socioeconómica. Lo anterior ha causado gran incertidumbre a la humanidad sobre todo por el temor a los rápidos cambios (mutaciones), que está teniendo dicho virus, tratando con ellos de sobrevivir a las defensas de nuestro cuerpo y a nuestras acciones personales y sociales para impedir los contagios como son; los confinamientos, las mascarillas, el alejamiento entre personas en la calle, limpieza de manos, y otras medidas. Su persistencia, nos muestra que es tremendamente «maquiavélico» ya que, pese a lo anterior, aumenta su velocidad de contagio y recientemente elevó su letalidad, y al presente, pese a la vacunación masiva no ha sido posible detener su gran actividad en muchos países llevando al colapso los servicios de los sistemas hospitalarios.
Este virus nos engaña, terminada la primera ola, muchos sanitaristas y países creyeron haberlo vencido como fue el caso de Alemania en Europa o Japón en Asia, sin embargo, ellos y muchos otros países (España, Francia, Italia, etc., Costa Rica entre ellos), al descuidarse su población de continuar con las medidas sanitarias impuestas, de pronto están ante una grave segunda o tercera ola de la pandemia con confinamientos de hasta un mes. los expertos creen que habrá una cuarta ola o se volverá estacional. Posiblemente los peores ejemplos los dan Brasil en Latinoamérica y la India en Asia, con una crisis sanitaria inconmensurable con un aumento en el contagio y la letalidad por mutación del virus. Se espera que suceda algo igual en los países africanos, no solo por su pobreza sino por la tardanza en obtener la vacuna.
Para agravar el problema, la indiferencia de muchos ciudadanos para adoptar las medidas para disminuir el contagio, agregado al grupo que no desea vacunarse por temor o por no creer, ambos constituyen un peligro latente para prolongar la enfermedad en el tiempo. Hay que recordar a estas personas, que no solo se trata de sobrellevar la enfermedad, sino que se señala que los pacientes hospitalizados (entre un 10% a 20% de los contagiados), un grupo elevado de ellos (se señala que un 40%), sufrirán posteriormente de serias molestias físicas o mentales por meses o más.
No me equivoco en creer que, la naturaleza que no perdona, decidió enviarnos esta advertencia por la destrucción que hemos hecho al medio ambiente durante siglos, con lo cual, estamos contribuyendo a acelerar el «cambio climático», eliminando además a millones de plantas y animales. Este coronavirus nos ha mostrado que no existen países y personas islas, afecta a las naciones ricas y pobres, a las democráticas y a las dictaduras, a los países grandes y pequeños. Lo mismo sucede con las personas de todo tipo.
En Costa Rica, país con 5 millones de habitantes y después de un año de contagios, felizmente a solamente ha provocado un poco más de 3 mil muertes, con 244 mil casos positivos (debe haber otra cantidad igual de no detectados), el 8% son niños; adultos mayores 7% y el resto adultos. En el mundo de casi 8 billones de personas, se señala que han sido contagiados a la fecha 150 millones y han fallecido un poco más de 3,000,000 de seres humanos, lo anterior a finales de abril del 2021.
De hecho, la naturaleza ha sido muy benigna, pues el virus que nos envió es sobre todo de tipo apoptosis, igual que los genes que tenemos normalmente en nuestro cuerpo y que constantemente ordenan la destrucción de las células viejas o enfermas o de las mutadas y hasta tumorales (evitándonos así un cáncer en la mayoría de los casos). Lo he señalado así porque la mayor mortalidad se produce en los mayores de 65 años y sobre todo en enfermos con diabetes, hipertensión, trastornos de inmunidad, obesos, cancerosos, y en los pobres, que por esa condición tienen más enfermedades y debilidades.
Un resultado positivo de esta pandemia ha sido, el que hay una sustancial disminución de otras infecciones respiratorias bacterianas que suelen presentarse anualmente, lo anterior posiblemente debido a las medidas de protección empleadas contra la COVID-19.
Cuando hoy la prensa nos señala que el virus está mutando (cambiando) y volviéndose más contagioso y agresivo, (en la mayoría de los casos las mutaciones suelen ser para menos), la realidad es que esto es lo esperado en ellos, pues es una forma de adaptarse para sobrevivir ante los problemas que encuentra en el ambiente.
Desde que el niño nace está expuesto al contacto de virus, bacterias, hongos y hasta parásitos, esto es importante porque es así como nuestro sistema inmunitario comienza a reconocerlos y aprende a defenderse de ellos. Los niños recién nacidos que no tienen normalmente Lactobacillus y otras bacterias en su intestino, no digieren la leche materna o la de vaca y habrá que criarlos con la de soya.
Los humanos somos un ecosistema ambulante de bacterias, virus, etc., huéspedes de nuestro cuerpo sin que, en condiciones normales, nos causen enfermedad. Estamos colonizados por miles de millones de bacterias y virus en nuestra piel. El Staphylococcus epidermidis vive en la piel y eso la protege de otras bacterias patógenas. También existen en igual cantidad otras bacterias en la boca, faringe, laringe y en el aparato respiratorio donde viven sin hacernos daño. Además, tenemos como residentes a millones de estos microorganismos en todo el trayecto del tracto digestivo. Ninguno de ellos es dañino y ayudan a iniciar la digestión de los alimentos y a transformar los nutrientes en otros para ser absorbidos, incluyendo la vitamina B12. En muchos casos contribuyen con su presencia a activar las defensas del organismo. Los bacilos E. coli, las cepas buenas que viven normalmente en el intestino, impiden cuando están en proporción normal que no proliferen otras cepas de E. coli más agresivas, así como salmonelas y anaerobios que nos enfermarían. Y para rematar sobre la importancia que las bacterias tienen para nosotros, debemos señalar que, la nueva vacuna contra la COVID-19 de la casa Pfizer-BioNTech, es obtenida de modificación de la bacteria E. coli, de la cual se obtienen millones de plásmidos de ADN, que son convertidos en ARN mensajeros que son la base de la vacuna.
Los virus son o están formados por restos de ARN y ADN (que son genes) y para alimentarse y reproducirse tienen que atacar y dominar a una célula animal, vegetal o humana o incluso a hongos y bacterias, y la obligan a producir miles de esos virus. En la antigüedad remota fueron un medio muy importante para trasmitir genes, con lo cual se incrementaba la diversidad genética y se impulsó la evolución de los seres. Hay miles de diferentes tipos de virus y no todos provocan enfermedades al reproducirse.
Todos los días, segundo a segundo, minuto a minuto, el llamado sistema inmune (inmunitario o inmunológico) que poseemos, defiende al ser humano atacando todas las sustancias extrañas o dañinas que invaden el organismo. Este sistema para activarse requiere del ingreso de estas y son calificadas como antígenos que pueden ser, bacterias, virus, células malignas y otras sustancias, en especial cuando ingresan a la sangre o linfa.
El sistema inmunitario está constituido por dos barreras:
El innato constituido por barreras físicas como la piel y las mucosas de la boca, la faringe, del aparato respiratorio y digestivo. Estas mucosas poseen células llamadas dendríticas, así como macrófagos, monocitos y neutrófilos, además, enzimas, proteínas y péptidos protectores, todos ellos rodean y pueden matar a agentes extraños como, bacterias, virus y hasta células cancerosas.
El sistema inmunitario adquirido constituido por los linfocitos de la sangre en especial los de tipo T que destruyen directamente a las bacterias, a los virus como el SARS Cov-2, causante de esta pandemia, y hasta células enfermas o cancerosas impidiendo que se implanten en los órganos. Para que estos linfocitos T destruyan a los virus y bacterias, antes estos deben haber sido detectados por los anticuerpos circulantes. Precisamente, otro grupo de linfocitos llamados B producen esos «anticuerpos» de diversos tipos. Lo interesante es que, los linfocitos tienen memoria y una vez producidos esos anticuerpos en respuesta al ingreso de un antígeno especifico (virus, bacteria), cuando ese antígeno vuelve a ingresar y atacar al organismo, meses o años después, ya existen defensas contra el mismo. Este es el efecto que causan las vacunas. Los glóbulos blancos se producen en la médula ósea, timo, bazo, se encuentran en la sangre y linfa y se acumulan en los ganglios linfáticos.
Otro ejemplo de cómo actúan a las defensas del organismo es el siguiente. El 80% de las mujeres que tienen relaciones sexuales contraen en algún momento de su vida una infección causada por virus del papiloma humano (CPH). Esta es una infección de trasmisión sexual que causa lesiones en el cuello uterino de la mujer. Estas lesiones en la mujer inicialmente son asintomáticas y se curan solas en un 90%, sin necesidad de ningún tratamiento, aunque en realidad quien cura las lesiones son los mecanismos reparadores defensivos del cuerpo humano. En un 10% quedan lesiones en el cérvix que un examen llamado Papanicolau detecta, y algunas de ellas si no son tratadas pueden dar lugar a un cáncer.
Cientos de millones de personas fuman, pero solamente una pequeña proporción sufren de cáncer del pulmón, debido a que las defensas «células reparadoras» del epitelio bronquial impiden que esto suceda al reparar las lesiones provocadas por los componentes del tabaco.
Sobre las vacunas y cómo actúan en relación, a nuestras defensas. Estas son preventivas de la enfermedad (no curativas) y su mecanismo de acción es como ya vimos, en cuanto a que, su componente genera una respuesta defensiva del sistema inmunológico del cuerpo humano. Las vacunas de nueva tecnología no están basadas en el uso de un virus entero o en parte inactivado, como las antiguas (la de la Poliomielitis), sino que, se basan en el uso de un ácido nucleico (ADN o ARN) como las del Pfizer y Moderna. En cambio, las de AstraZeneca, Johnson & Johnson y Sputnik emplean un vector viral.
En todo caso, la producción actual de estas vacunas es calificada como un avance revolucionario. Antes llevaba hasta 10 años producir una vacuna, ahora solamente se requirieron 10 meses; eso sí, los laboratorios privados de investigación recibieron miles de millones de dólares de los gobiernos de Los Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Alemania, etc. para investigar, suma que facilitó producirlas. Lo mismo sucedió en Rusia y China. Ahora son los gobiernos quienes compran y deciden qué hacer con la vacuna y por supuesto los países ricos son los primeros en recibirlas y emplearlas.
El problema con las vacunas es, que no sabemos por cuanto tiempo dan inmunidad; hasta ahora conocemos que 6 meses, no sabemos cómo se comportará el virus y, tampoco, si los vacunados pueden trasmitir la infección a otra persona. Una posibilidad es que tengamos que vacunarnos anualmente con gran negocio para las trasnacionales farmacéuticas, la esperanza es que los precios bajen, de hecho, la vacuna de Astra Zeneca vale la tercera parte que las otras.
El coronavirus que ha causado esta pandemia, como ya señalamos, ha provocado la mayor crisis sanitaria, económica y social de los últimos 100 años. Al finalizar la misma sería ideal lograr crear políticas de cambio social para disminuir la pobreza y la destrucción de la naturaleza y lograr mejoras sanitarias a diferentes niveles, de lo contrario se mantendrán las condiciones que favorecieron la aparición de esta pandemia y a la larga tendremos otras en el futuro.
Finalmente, habría que insistir en que, una cosa es intentar reducir la proliferación bacteriana de nuestro medio con medidas higiénicas, y otra cosa es aspirar erróneamente a eliminarla. Los humanos debemos aceptar que continuaremos por siglos y siglos acompañados de bacterias y virus. Debemos recordar lo que Darwin decía: «Los seres humanos formamos parte de la naturaleza no estamos por encima de ella».