Cuando esta pandemia termine —porque todavía no hemos encontrado un medicamento que realmente la cure e impida que se transforme en una enfermedad endémica y que además ya no tengamos que seguir vacunándonos año tras año, para bonanza de unas pocas compañías farmacéuticas y para tragedia de la humanidad— habría que hacer muchos y grandes cambios. Aunque no creo que ni siquiera se rocen, porque los problemas están clavados en la profundidad de nuestra civilización global.
Comencemos por lo interminable: las guerras, las tensiones, aún en medio de la peste prosiguieron, y estamos cerca de los 68 millones de refugiados. Las tropas y las armas siguen siendo grandes y centrales protagonistas de nuestro tiempo en Europa, en Medio Oriente, en África, Asia y América Latina. Nombrar esos conflictos ocuparía un espacio enorme y sombrío siempre en crecimiento. ¿Hay alguna señal positiva en este sentido?
«Los muy muy ricos se volvieron mucho más ricos», según el ranking de la revista Forbes que elabora anualmente la lista con las personas más ricas del mundo. Esta vez son 2,755 los multimillonarios que aparecen, y se destaca que el 86% de ellos vio incrementarse sus fortunas en este año marcado por la pandemia.
El ranking presenta 660 personas más que hace un año, de las cuales 493 aparecen por primera vez, con 210 provenientes de China y Hong Kong. Jeff Bezos, de Amazon, se mantiene por cuarto año consecutivo como el más rico del mundo, con un patrimonio estimado en 177,000 millones de dólares; en tanto que Elon Musk, el fundador de Tesla, subió al puesto número dos con 151,000 millones de dólares. En total, las fortunas de los multimillonarios suman 13.1 billones de dólares, frente a los 8 billones de dólares de 2020. Estados Unidos es el país con más integrantes en la lista, con 724 personas; seguido de China (incluidos Hong Kong y Macao), con 698. Forbes utilizó los precios de las acciones y los tipos de cambio del 5 de marzo para calcular los valores netos de las fortunas: ¿alguien cree que esta acumulación vergonzosa de riqueza cambiará de tendencia? Yo no.
Las consecuencias de la pandemia son visibles incluso para los organismos internacionales custodios de las finanzas, pero solo declarativamente. El papa, apelando al cielo, ha solicitado a esos organismos que se perdonen las deudas de los países más pobres. No les pasa ni por la cabeza ni por la visera. La otra cifra en aumento exponencial es el número de pobres, de desempleados, de hambrientos y desesperados.
Uruguay es un ejemplo dramático, comenzó su lucha contra la covid en marzo del 2020 de manera impecable por parte del gobierno y de la gente hasta octubre. Luego, el desastre nos precipitó a los peores niveles del mundo en cuanto a contagios, a mortalidad, a contagiosidad y al número de enfermos por número de habitantes. El gobierno pasó de privilegiar la salud de su gente, a anteponer el manejo macroeconómico y el déficit fiscal; lo estamos pagando realmente muy caro y lo pagaremos por mucho tiempo. Una de las pocas cosas seguras es que los retrasos se pagan mucho más caro y en vidas humanas, al igual que en la propia economía nacional con una gran mortalidad de empresas y con 100,000 nuevos pobres en solo un año de pandemia.
La reestructura del mundo del trabajo no se está produciendo solo por la peste, sino por un proceso de reajuste de las empresas, de sus necesidades de recuperación, pero también para aumentar su competitividad y sus tasas de ganancia y con una influencia decisiva de las nuevas tecnologías. La combinación de estos factores va a producir un impacto todavía más fuerte en el desempleo a nivel mundial.
La fuerte tensión entre la introducción creciente de las nuevas tecnologías para aumentar la competitividad a nivel global y el impacto en el número de empleos es inevitable. No se puede dejar la situación librada a las reacciones del mercado, se necesitan combinar políticas públicas y sociales adecuadas, para evitar el desbarranque de muchas sociedades, con el consiguiente aumento de la pobreza, de la indigencia y de grandes tensiones. Procesos de estas dimensiones nunca serán indoloros.
Para afrontarlos hacen falta visiones estratégicas, audaces y profundamente renovadoras; no alcanza con invocar a Keynes o a Marx y a muchos otros economistas. Son una base cultural, pero se necesita pensar y planificar medidas nuevas que incluyan la reducción global de las horas de trabajo. Las 8 horas diarias son una conquista universal de hace más de un siglo, los descansos de dos días o un día y medio por semana son viejos, de otra época, se necesitarán cambios evolutivos y profundos. Los liberales son hoy un abanico interminable de tribus.
También son imprescindibles fuertes impactos educativos, no solo para los jóvenes que accederán al mundo de trabajo, sino para los que hay que reconvertir con la combinación de esfuerzos del sector público y privado. Planificar y ejecutar esos procesos —que requieren tiempo para sus resultados— es urgente y reclama mucha inteligencia y reformas profundas en la educación.
La infancia y la adolescencia afrontan, inexorablemente, la perspectiva de que millones no tengan asegurado un futuro básico, digno, entre otras cosas porque las familias donde nacen no tienen las mínimas condiciones para asegurarles esa posibilidad. Las metas del milenio, esos prolijos objetivos alineados por las Naciones Unidas, han retrocedido y tienen el peligro de seguir por ese rumbo; la solidaridad y la ayuda son solo parches en heridas cada día más dolorosas. Las respuestas tradicionales ya no alcanzan, hay incluso que considerar conceptos básicos como el de la propia familia. Cientos de millones de familias en este mundo no están o estarán en condiciones de resolver mínimamente la vida de sus hijos. ¿Qué pasará con sus nietos?
En el otro extremo de la pirámide de las edades, la pandemia pegó más duro que en ningún otro lado; los temas sanitarios asumieron dimensiones de catástrofe del peor darwinismo. Las jubilaciones y pensiones requerirían de grandes reformas, sin afectar la religión liberal, pero sin retroceder a antes de Bismark. Serán necesarios grandes cambios, asegurando una jubilación o pensión mínima garantizada.
Si en materia económica quedamos atrapados entre los porcentajes de cuándo crecerá la economía entre este año y el 2022, y no incluimos como aspectos fundamentales las heridas sociales y laborales que dejará la peste, es porque se está apostando al silencio, a la resignación, a la desesperación y nada más. Lo lógico sería que hubiese enormes protestas en el mundo. Hasta de esto soy pesimista y vengo de una experiencia humana y política de un gran optimismo de la voluntad.
¿Habrá espacio para una economía realmente sostenible ambientalmente, ampliamente colaborativa, para no solo preservar los cada día más afectados equilibrios naturales, sino promover el uso de los recursos con una visión estratégica y no solo por la ferocidad comercial? No se contestarlo.
Otra lección fundamental de la peste, que no es nueva pero asumió sus peores aristas, es la investigación farmacéutica. Esta no debería ser como hasta ahora la máxima expresión de la voracidad empresarial, debería ser parte de una nueva gobernanza mundial para descubrir nuevos fármacos y para producirlos; para que puedan llegar a toda la población mundial. El proceso actual de la distribución de las vacunas es exactamente lo que no debería volver a suceder. También existe la necesidad de reformar radicalmente la Organización Mundial de la Salud que ha desnudado como nunca sus incapacidades y debilidades burocráticas.
Pero antes de las enfermedades vienen las condiciones que las hacen posibles. Esta peste no fue un accidente ni nadie ha probado que el virus se fugó de un laboratorio; pero de lo que podemos estar seguros es que en Asia —en especial— el crecimiento desbocado de las ciudades en las últimas décadas ha puesto en contacto como nunca a los seres humanos y a los animales domésticos con la desforestación y con los animales salvajes portadores de miles y miles de virus desconocidos para nosotros. La COVID-19 es solo un ejemplo.
No se puede comparar esta situación con las grandes pestes que asolaron a la humanidad, por ejemplo, la enorme crisis del siglo XIV con la guerra de los cien años, la peste negra y el cambio climático en el norte de Europa. La reacción histórica y cultural de viajes fue nada menos que el Renacimiento con su desbordante caudal espiritual, artístico, arquitectónico, literario, de grandes viajes y descubrimientos y, naturalmente, político.
La actualidad es totalmente distinta, la respuesta es un repliegue general con pocas excepciones, entre otras las nuevas tecnologías, sin alma, con pocos dueños y enormes peligros de transformarnos a todos en usuarios-siervos medievales.
Tomemos otro momento de crisis aguda, la Segunda Guerra Mundial, salimos en todos los planos arriesgando, renovando, inventando con un amplio sentido de humanidad (con excepción de la bomba atómica). Intentamos recordar y sepultar las heridas del holocausto, y trazamos objetivos enormes, como asaltar el cielo en sus diversas expresiones físicas y espirituales.
Hoy las cotizaciones en las bolsas, la innovación alucinante en la modernidad de las armas (hasta Corea del Sur, presentó su nuevo caza sin piloto), las tendencias ultra radicales conservadoras sobre todo en Europa, pero también en otras regiones, son los elementos dominantes.
Un detalle, las calificadoras de riesgo, siempre tan fieles al progreso, siguen vigilando desde sus atalayas sobre las finanzas de los países pobres, aunque estos tendrían que invertir enormes cifras de dinero para atender la emergencia sanitaria y sobre todo la crisis económica y laboral. Responderán como siempre, ellos son los guardianes de los inversores y sin ellos nada funciona. Excepto los que son los dueños de las impresoras del dinero y del mundo.
Sobre un último aspecto, el estado espiritual de la «salida de la pandemia». Solo son especulaciones, porque en realidad la pesada carga de muchos meses de aislamiento, de vidas cotidianas totalmente modificadas y recluidas se le suma el alud de preguntas que todos tenemos. El relato dominante ya está construyendo una pequeña variante con los mismos argumentos, las mismas fatalidades de siempre. El sueño permanente de complacer nuestros consumos, cada uno a su nivel, desde los que pretenden que se conformen con un pedazo de pan o un tazón de arroz, hasta los ya no saben dónde acumular sus bienes. En definitiva esas diferencias y la lucha despiadada por esos espacios es lo que según ellos debe mover al mundo; el problema es hacia dónde.