Querido Don Victor:
No sabe cuántas veces lo recuerdo cada vez que las labores cotidianas no me permiten centrarme en el trabajo y en especial en lo que tanto amamos: leer y escribir. La labor intelectual es algo tan extraño en nuestro mundo. Estamos más cercanos al monacato que a la enseñanza propiamente dicha. Es un difícil equilibrio que anhelamos mantener los que somos profesores-investigadores. Y a todo ello se suma la realidad de mi país donde no solo es muy mal pagado, sino que incluso hay un claro desprecio por ese gran esfuerzo que significa comprender todo lo que nos rodea. Pero no podemos dejarnos vencer y aunque, como diría Mario Vargas Llosa, mucho tiempo se nos va en «trabajos alimenticios», ¡escribiremos hasta el último día de nuestras vidas! Y usted, amigo, agrega: «Ponerme a escribir y reprimir todas las preguntas sobre la finalidad de este esfuerzo» (29 de agosto de 1936).
La promesa en mi anterior carta fue examinar sus Diarios (Victor Klemperer, Quiero dar testimonio hasta el final) del año 1936 y, si era posible, 1937. Tiempos donde gradualmente sigue avanzando en su querida Alemania el totalitarismo y la persecución a los judíos (y a todos los que no aceptan el nuevo orden nazi). No era un pogromo tradicional, pero muchos seguían negando la realidad o quizás era tan horrible que era imposible creerla. A pesar del horror, se pudo dar la felicidad de un curso de manejo y lograr comprar un carro usado (Opel, 32 CV, del año 1932, totalmente descapotable y por 850 marcos) el 2 marzo. Me alegro por usted y su querida Eva, aunque le leo: «Hasta ahora, el asunto del carro solo acarrea problemas. (…) Una ocasión para fastidiar al ‘judío’» y en esa misma entrada agrega lo que ya todos aceptan, la consolidación de la dictadura: «La situación política me agobia cada vez más. Ya casi no hay esperanza de vivir el cambio. Todo el mundo inclina la cerviz. La infamia triunfa por doquier. Ayer, las aparatosas solemnidades del 30 de enero. ¡Tres años! Pueden resultar cien» (31 de enero de 1936).
La gente cree, en estos tiempos que vivo (años 2021), que hacer elecciones no democráticas es algo novedoso cuando la realidad es que usted en su diario no ha dejado de describir la gran cantidad de comicios que realizaba el nazismo. Y siempre en ellos el ventajismo, el fraude (aunque para usted no hace falta) y una campaña dominada por la polarización, «…bolchevismo o nacionalsocialismo, nada entre ambos», porque Adolf Hitler es muy claro tal como nos cuenta: «No soy un dictador, solo he simplificado la democracia» (23 de marzo). Y en medio de este ambiente descubre lo que es tener un vehículo, el cual en un principio había comprado para relajarse paseando. Nada de eso. «El coche me consume: corazón, nervios, tiempo, dinero… Nunca funciona bien, siempre hay algo que falla» (12 de abril).
Me gusta mucho cuando escribe sus sueños nocturnos, lo cual hace poco lamentablemente. Yo también sueño con la guerra tal como a usted le pasa. Muy probablemente por dos cosas: la tensión política y la prédica belicista. Prédica que es una de las cosas que más gusta de Hitler a la gente, y es por ello que «Nadie quiere desembarazarse realmente de él, todos los ven como el libertador en política exterior, temen una situación como la de Rusia, lo mismo que un niño cree en el hombre de saco», lo cual genera que la gente no se indigne «por bagatelas como la represión de las libertades cívicas, la persecución de los judíos, la falsificación de toda verdad, la destrucción sistemática de toda moral. Y todos tiemblan por su pan, por su vida, todos son horriblemente cobardes» (16 de mayo).
Los judíos siguen saliendo del país, pero usted no logra emigrar. La persecución se detiene por la celebración de las Olimpiadas, competición en la que Alemania gana medalla de plata en esgrima gracias a una judía: Helen Meyer. Hay que mantener las formas de cara a los visitantes y centrar la atención en el «renacimiento de la nación germana». Hecho que se busca también «demostrar» en el ámbito internacional al apoyar a Benito Mussolini y su invasión a Etiopía, y a los llamados «nacionales» de Francisco Franco en la Guerra Civil española que acaba de comenzar. Hitler aprovecha y restablece el servicio militar obligatorio prohibido por el Tratado de Versalles. Todo esto le hace pensar más adelante que «la guerra es inevitable, cada día nos acerca un poco más» (24 de noviembre). Ante esta clara violencia entre los extremismos, su análisis del papel de las democracias me ha parecido brillante porque usted no contaba con mi ventaja: la distancia temporal. De esa forma nos dice:
Francia e Inglaterra, son demasiado débiles para rechazar ellas solas los dos radicalismos y fanatismos: bolchevismo y nacionalsocialismo; tienen que apoyarse en uno de los dos para resistir el embate del otro, y tienen que preguntarse en todo momento cuál de los dos es para ellas el mal menor. Esta pregunta no encuentra igual respuesta en todo momento en Inglaterra y Francia, y eso produce fricciones entre ambas potencias (20 de agosto).
Desde mi presente, juzgamos con dureza a las democracias de su tiempo y afirmamos que no hicieron nada contra los regímenes totalitarios de entreguerras. Hecho que llevó inevitablemente a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Deberían leer su testimonio querido amigo. No lo tenían fácil. Me pregunto: ¿cómo ser demócrata cuando los extremismos se enfrentan? ¿Cómo superar la polarización y establecer la sensatez sin ceder ante las trampas de los que quieren destruir la democracia? En el siglo XXI el Estado de derecho está una vez más en retroceso. Ya no es el fascismo y el comunismo que usted padeció, sino nuevas formas de autoritarismo-populismo. La demagogia y el personalismo que vuelve otra vez con su anhelo de destruir la institucionalidad y las libertades; la irracionalidad que nuestro mundo científico-técnico no ha sabido superar. ¿Acaso la respuesta no seguirá estando en nuestras raíces humanistas-judeocristianas, en saber humanizar las ciencias?
Me despido prometiendo una vez más comentar en mi próxima carta sus años 37 y 38 para después entrarle de lleno a la guerra. Al mismo tiempo que recordamos como despedida una nueva prohibición en su vida que le dan como «regalo» el 9 de octubre:
Este es seguramente el cumpleaños más horrible de mi vida… Me dicen con precaución en la biblioteca que, en mi calidad de no ario, ya no me estaba permitido utilizar la sala de lectura. Que me darían todo lo que quisiera llevar a casa o a la sala de ficheros, pero que para la sala de lectura había sido decretada una prohibición oficial.
Los cumpleaños, así transcurran en la oscuridad, son tiempos de evaluación de la vida, pero sobre todo el anhelar seguir vivos para terminar nuestra obra. De esa forma, el 18 de octubre habla de sus proyectos escriturales (Lengua del Tercer Reich y sus memorias: Vita mea), el deseo de «sobrevivir a esta época». Duda… «Pero fue una gran felicidad llegar a casa y querernos mucho». Dios le dio a Eva, la vida, su experiencia frente al mal y tantos libros que pudo leer y escribir. Demos gracias.