Enseñar es una experiencia fascinante. Yo la defino como el proceso de trasladar una pieza de conocimiento, una experiencia, una certidumbre, una emoción, de algún sitio de tu memoria a la de otra persona que está dispuesta a recibirla. Si ese pedacito de saber es relevante, conseguirá un espacio y se dispondrá a esperar por el estímulo adecuado que lo haga aflorar.
Llevo más de 35 años como facilitador de cursos de desarrollo personal, la mayoría de ellos relacionados con la gestión del tiempo. Antes, tenía grandes dificultades para hablar en público debido a mi carácter retraído. Hoy, después de más de 1,000 eventos de formación, me he adaptado a la nueva realidad, las nuevas tecnologías y sigo dictando cursos y ayudando a las personas a través del coaching.
Lo primero que aprendí, al aceptar el reto de diseñar y dictar mi primer curso, acompañado de quien desde entonces es mi socio, fue que cada ser humano tiene potencialidades que no se imagina y solo hace falta la ocasión y la decisión para desarrollar esos talentos. Atreverme a dictar mi primer curso, le dio un giro completo a mi vida. Nos fue tan bien que abandonamos una exitosa carrera gerencial en una prestigiosa empresa multinacional para dedicarnos a dictar cursos. Allí aprendí que tus talentos pueden usarse en beneficio de una empresa que te paga por ello, pero también en beneficio de tu propia empresa o emprendimiento.
Desde entonces, he aprendido muchas cosas y lo sigo haciendo todos los días. He aprendido que…
Mientras más enseñas, más aprendes.
El verdadero reto no es enseñar sino motivar y facilitar el aprendizaje.
Cuando sientes pasión por lo que transmites logras mucho más que cuando solo intentas compartir un contenido, por más experto que seas en el mismo.
En los cursos que se relacionan con el desarrollo personal, los principios fundamentales se mantienen con poca o ninguna variación en el tiempo; solo cambian los enfoques, las herramientas y la forma de motivar a los participantes.
Cuando diseñas un nuevo curso es como si hubieras procreado un hijo y eso te obliga a velar por su desarrollo en el tiempo. Posiblemente se parezca a otros, pero tiene su propia personalidad y haces lo posible para que se amolde a tus principios y a lo que quieres transmitir.
Durante el diseño debes enfocarte en la utilidad de lo que vas a transmitir; es decir, cómo lograr que el participante se atreva a hacer algo que antes no hacía y ese solo hecho marque una diferencia en su proceder y en su vida.
Cuando le das la responsabilidad a otro facilitador para que dicte un curso que tú diseñaste, debes asegurarte de que comparte tus mismos valores y cree en el contenido tanto como tú lo haces.
Mientas más conozcas a tu audiencia, más posibilidades tienes de hacer una buena conexión.
Un buen curso consta de unas pocas ideas importantes que se repiten a través de diversas estrategias que exponen al participante al mismo concepto desde diferentes ángulos.
Los participantes no dejan de sorprenderte cuando comparten contigo un nuevo conocimiento, una vivencia, una reflexión, una anécdota que te hace tener una nueva visión de la materia que estás transmitiendo.
El verdadero protagonista de una experiencia de aprendizaje es el participante. Por eso eres un facilitador.
En la enseñanza, la forma es tan importante como el fondo. El ambiente, los detalles, el clima son tan importantes como los contenidos.
Si no hay placer no hay aprendizaje. Es importante crear un ambiente relajado, hasta cierto punto divertido, placentero, para que la mente se active en modo de aprendizaje.
No es aconsejable perder el miedo escénico. La combinación de la adrenalina con el entusiasmo y la actitud positiva hace surgir efectos mágicos al comienzo y durante una actividad de adiestramiento.
Hay que prepararse exhaustivamente para cada curso, no importa cuantas veces lo has dictado. Es una muestra de respeto hacia ti mismo y hacia tu audiencia.
Los detalles hacen la diferencia y son otra muestra de respeto que ayuda a afianzar la confianza.
La confianza es esencial para que crean en ti. Para lograrlo, es fundamental que, en primer lugar, creas en ti y en lo que vas a transmitir.
Cuando llamas a los participantes por su nombre, has avanzado en ganar su confianza. Por eso, es conveniente aprender sus nombres incluso antes de iniciar la actividad.
Es importante incorporarse a la actividad, sea presencial o virtual, por lo menos una hora antes de su comienzo para poner todo en orden. Esto garantiza que no te llevarás sorpresas desagradables. También te permite comenzar a recibir a los participantes y romper el hielo con ellos antes del comienzo de la actividad formal.
Debes estar preparado y tener un plan B para diversas situaciones. Eso te permitirá continuar sin mayores inconvenientes el desarrollo del curso ante situaciones especiales. Prevé lo imprevisible.
Muchos participantes preguntan por herramientas tecnológicas que los ayuden y no se percatan de que primero deben interiorizar los conceptos, organizarlos y luego investigar cuál herramienta es la que más se adapta a su caso particular.
Durante el desarrollo de una actividad de formación, debes cambiar de estrategia al menos cada 20 minutos para mantener la atención de los participantes.
Cuando colocas a varios participantes a discutir sobre un tema particular y les propones una pregunta poderosa, surge el maravilloso efecto de la sinergia.
Debes hacer lo posible por capturar la atención de los participantes desde el primer momento de la actividad de formación.
Tu actitud corporal es más importante que las palabras que dices. Eso también es cierto para la actitud corporal de los participantes.
Nunca debes atentar en contra de la dignidad de un participante. Cualquier pregunta o intervención debe ser tomada en consideración con respeto, sin importan el juicio que hagas internamente sobre ella.
Las preguntas que haces son mucho más poderosas que tus afirmaciones.
Es muy poco y a veces nulo el nuevo conocimiento que aportamos. Los participantes ya lo habían escuchado, visto, leído o experimentado. El verdadero reto consiste en que ese conocimiento se conecte con una emoción, con un sueño, con un deseo y esa conexión active la motivación para convertirlo en acción positiva.
La gran mayoría de lo que los participantes reciben en un curso se les olvida. El verdadero aprendizaje está en aquellas píldoras de conocimiento que se instalan en algún sitio de la memoria y algún día son activadas por la intuición para ser aplicadas en una situación determinada.
Si el participante no aprende, o no queda satisfecho, no es su responsabilidad. Es la nuestra porque no fuimos capaces de motivarlo.
Cuando le enseñas o le colocas en contexto algo relevante a un participante, puedes contribuir a que cambie su vida radicalmente.
Cuando esto último sucede, es posible que te recuerden y te lo agradezcan toda la vida. Cuando te lo dicen, te das cuenta de que vale la pena hacer lo que haces.
Puedes dictar el mismo curso con el mismo contenido cientos de veces y siempre será distinto porque los participantes son distintos.
Hoy, sigo aprendiendo. La situación generada por la pandemia me ha obligado, una vez más, a reinventarme. Ha sido un trabajo difícil, de mucho estudio, práctica y dedicación, pero fascinante, y ha tenido sus recompensas. La pantalla ha sustituido al contacto directo y el nuevo reto es hacer que los cursos en línea sean lo más parecido posible a los presenciales.
Enseñar conlleva una gran responsabilidad. Cuando un músico desafina, la audiencia se da cuenta. Un facilitador desafina cuando intenta venderte algo en lo que no cree o no practica. Quizás mi aprendizaje más importante ha sido que, para enseñar, debes creer de corazón en lo que enseñas.