Las palabras tienen un poder tremendo; algunas más que otras. Las hay que generan emociones y conductas capaces de alterar e incluso cambiar por completo nuestras vidas. Si hay una palabra que resume la experiencia vivida por millones de personas durante el 2020, lo encapsula y pone en valor el esfuerzo humano ante la adversidad, es resiliencia. Si hay una palabra que definirá nuestro devenir personal y social en este 2021 que acabamos de inaugurar, es también, resiliencia.
Las palabras no son simples verbos que nos mueven a una acción o nos ayudan a predicar las ideas; ni sustantivan el fundamento de las cosas. Las palabras son guía de nuestros pensamientos que nos sumergen en la esperanza o en la desesperación. Resiliencia es de las que establecen que naveguemos en una dirección o en la otra. Cuando el planeta entero trata de encontrarle sentido y superar el profundo dolor pandémico conque nos azota el coronavirus, que ha conmocionado a nuestras civilizaciones y comprometido la salud mental de las personas por sus consecuencias y secuelas, las palabras adquieren un valor inconmensurable, antidepresivas.
¿Qué es la resiliencia?
Resiliencia, para quien no le suene la palabra, o para quien no sepa muy bien qué significa el término (aunque espero sean los menos), se define y se ha de entender, inequívocamente, como la capacidad humana, tanto en respuesta subjetiva como intersocial, de asumir con flexibilidad situaciones límites y sobreponerse a ellas propositivamente; de adaptarse adecuadamente a la adversidad, a un trauma, a un padecimiento o a una amenaza. La resiliencia implica un proceso dinámico que conjuga factores internos de la persona, familiares y sociales.
Ser resiliente no te libra de la angustia de la amenaza, como estamos comprobando con una pandemia que nos tiene a todos el alma en vilo, ni del dolor de otras malas experiencias. La resiliencia no es una forma de, ni te ayuda a, minimizar el impacto de las emociones que nos embargan en estas situaciones difíciles; de hacerlo no haría más que cronificar nuestro dolor. La resiliencia es un proceso de toma de conciencia real sobre nuestras necesidades, capacidades y limitaciones para afrontar un problema y tomar las mejores decisiones posibles sobre el mismo. La resiliencia potencia nuestra creatividad ante los cambios y situaciones difíciles y nos aporta la capacidad para relativizar y ver con perspectiva el momento vital.
Resiliencia en tiempos de coronavirus
Durante el confinamiento de 2020, algunos líderes europeos pidieron a sus ciudadanos disciplina y resiliencia para superar la crisis del coronavirus y la mortal enfermedad COVID-19 que provoca la pandemia y el daño psicológico subyacente, como medidas de contención y preventivas para poder trascender esa situación de dificultad y sufrimiento. Se trataba de un llamamiento a la acción para fortalecernos en la adversidad y transformarla en algo positivo. La resiliencia no funciona en el campo del pensamiento ni en el de la intención, sino en el de las actitudes, esfuerzos y sacrificios. Ante los embates del coronavirus, no solo se necesitaba entonces, y se necesita ahora, una mirada diferente, efectiva, sino la realización de acciones concretas, tanto de carácter individual como colectivas.
La resiliencia, aunque es una actitud subjetiva, también es patrimonio de la humanidad. Todos tenemos esa capacidad para superarnos, aunque no todos la desarrollamos de la misma manera. Que el coronavirus nos haya puesto la vida en almoneda, obliga a echar mano de ella. No es sencillo, para quien no está acostumbrado a desenvolverse de manera autónoma, autodeterminada, o presenta carencias de asertividad. Lo bueno, es que la resiliencia se aprende y, cuando nos encontramos al filo de lo imposible, aprendemos con rapidez. Aceptar y gestionar emociones en situaciones complejas y llenas de incertidumbre requiere entrenamiento.
El carácter advenedizo de la pandemia de coronavirus nos obliga a identificar señales en nuestro cuerpo desconocidas hasta ahora, algunas alarmantes, y que debemos escuchar con curiosidad y atención, porque implican aceptar nuestra enorme vulnerabilidad y una dificultad mental añadida para comprender la dimensión del miedo que ha traído a nuestras vidas un enemigo invisible y potencialmente letal, capaz de alcanzar a cualquiera. La falacia de invulnerabilidad, a la que nos hemos acostumbrado tantos humanos, especialmente los residentes en zonas confortables del planeta, de mejor calidad de vida y recursos para la salud, ha saltado por los aires. Toda la estructura de nuestra vulnerabilidad ha quedado al descubierto: la precariedad de la carencia de medios y recursos; la fragilidad, tanto biológica stricto sensu, como psicoemocional, en sentido más particular, con la que nos relacionamos con la vida misma. Y por su dependencia y exposición a la realidad más inmediata. La incertidumbre y el miedo al contagio y a la enfermedad han venido para quedarse por algún tiempo. Con ella conviviremos durante todo el 2021. Afortunadamente, nada dura eternamente y esto también pasará.
Afrontar cualquier tipo de miedo, requiere trabajar a través de la introspección aspectos resilientes fundamentales para superar esta emoción, que a veces nos paraliza y otras nos disparata, y alcanzar la centralidad que nos permita afrontar la crisis del coronavirus con garantías para nuestra salud física y mental. La resiliencia es una actitud necesaria para reencontrarnos con la normalidad, o con esa «nueva normalidad» poco clara, que aún nos queda por descubrir y, paradójicamente, por normalizar.
Una bifurcación en el camino para superarnos en 2021
Mientras que otras palabras poderosas en estos tiempos de pandemia, como coronavirus, contagio, confinamiento, reflejan los límites de la compasión humana conocida como «entumecimiento psíquico», la resiliencia promueve la esperanza, el optimismo y el renacimiento, frente al ensimismamiento y la apatía. La empatía que nos inocula la resiliencia también es un buen antídoto contra el negacionismo y las ágoras de la inmunidad de rebaño.
2020 ha sido un annus horribilis; una tragedia para millones de personas, un año lleno de pérdidas y dolor. 2021, me temo, no se le va a quedar muy atrás. Es una realidad que no podemos ignorar a estas alturas de la experiencia con la pandemia de coronavirus. Cuando nos sucede algo tan extraño e imprevisible, difícil de comprender y aún más de explicar, entramos en una bifurcación mental que habremos de resolver con acierto para preservar su salud. Podemos entrar en una espiral de desesperación alimentada por la incertidumbre o, por el contrario, iniciar un camino para encontrar un significado más profundo, que nos ayude a relativizar el miedo y alimentar las esperanzas de superar adaptativamente la crisis sanitaria, y también la existencial.
Todos podemos y debemos establecer nuestra mentalidad para este año nuevo. Nos esperan, aún, tiempos inciertos, meses llenos de expectativas. Conviene no hacerse muchas. Las expectativas son las autoras intelectuales de las mayores decepciones. Lo importante es que, en el viaje que tenemos por delante en este año y, probablemente, en los venideros, tomemos conciencia que la centralidad del mundo no se aloja en nosotros, aunque si nos puede llevar al centro de quienes somos. En eso también consiste la resiliencia. Y es que, cuando nos parece que ya no podemos cambiar una situación, el desafío de cambiarnos a nosotros mismos va y nos cambia la vida para mejor.
Nos hemos de transformar con base en lo experimentado, no cabe otra. El poder de desarrollar la resiliencia está al alcance de nuestras manos. Así como podemos aprender diferentes habilidades que mejoran nuestra calidad de vida, podemos ser más resilientes.