Hay una doble moral de muchos de los llamados economistas liberales en Costa Rica y América Latina: por un lado, atacan ferozmente al Estado y cualquier subvención o ayuda, digamos, al sector agrícola. Sin embargo, en forma cínica, defienden a muerte —rasgándose las vestiduras si se tocan— las exoneraciones, exenciones y beneficios de las grandes empresas, extranjeras y nacionales, inscritas en los diferentes regímenes de protección fiscal (cooperativas, zonas francas, regímenes especiales, etc.). Doble moral y doble estándar; lo contrario al liberalismo intelectual y económico. Una exoneración de impuestos es siempre un beneficio y una prebenda pura y dura, similar a cualquier subvención pública. Es un «beneficio público diferenciador» en relación con otros sujetos sociales.
Recuerdan aquella tristemente célebre frase de Getulio Vargas, el dictador brasileño que gobernó entre 1934 y 1950: «Para mis amigos todo; para mis enemigos, la ley». Lo cual, puesto en tiempo presente, significaría: «Para mis empresas y las empresas de mis amigos, cero impuestos y, para el resto, la dura la ley de hasta el 35% de renta».
Solo en Costa Rica (país desde donde escribo esta nota), las exoneraciones y exenciones fiscales representaron en el año 2017 un 5.7% del PIB (La Nación y El Financiero, 7 de diciembre, 2017); es decir, casi el monto de toda la deuda fiscal del país en ese año. Para el 2019 fue casi igual. Esto significa que, con solo eliminar las exoneraciones a la mitad, se resolvería la mitad de la presión fiscal del país. En esta pequeña nación centroamericana, los grupos de presión y sectores de interés se las han arreglado para producir en las últimas décadas más de 192 leyes de exenciones, exoneraciones y beneficios específicos.
Son sectores que, simplemente, no pagan impuesto de renta, o bien, pagan muy poco. En el caso costarricense, esos lobbies económicos llegaron aún más allá en sus prebendas y beneficios estatales: en la Reforma Fiscal del año 2018 lograron, incluso, no solo que el impuesto de renta de régimen de zonas francas siguiera intocado (cero pagos de impuesto de ganancias o beneficios), sino que, también, lograron la exoneración del pago del IVA (impuesto de valor agregado) para todas sus compras internas. Y la cereza del pastel: a inicios de este año 2020, los diputados de la Asamblea Legislativa de Costa Rica les regalaron la última prebenda y beneficio público; los exoneraron del Impuesto Territorial (impuesto de bienes inmuebles). Como diría Getulio, para mis amigos ningún impuesto… para el resto de la ciudadanía, ¡todos los impuestos de ley!
Por otro lado, están aquellos que no son los amigos de Getulio: los pequeños productores, los ciudadanos de a pie, las pequeñas y medianas empresas de Costa Rica (pymes) que producen el 60% del Producto Interno Bruto (PIB) y que sí tienen que pagar la totalidad de sus impuestos. Pagan hasta un 35% de renta, según su rango; la totalidad del IVA en sus compras y, desde luego, todos los impuestos territoriales; más las obligaciones de la seguridad social (CCSS), que son obligaciones parafiscales importantes. Un mediano empresario costarricense me decía el otro día que, a fin de mes, su presión fiscal era casi del 55%. Pero los amigos de Getulio (exonerados de renta, IVA, e impuestos territoriales) no pagan más de un 15% o 20% en total.
Falsamente han salido por allí a decir que contribuyen mucho, pero no aclaran que su principal contribución es la recaudación del 13% del IVA que, en realidad, pagan los compradores de sus productos al retail. No es dinero de ellos ni de sus ganancias, desde luego. Es simplemente el dinero de sus compradores. Son simples recaudadores de un impuesto de los consumidores y ello lo trasladan a las autoridades hacendarias.
Una anécdota sobre el flat-tax
Estos economistas no son liberales. No creen en libre mercado ni en la igualdad de trato y oportunidades. No creen en la «amplia competencia, con fuerza y trato similar» (la frase es de Friedrich Hayek, uno de sus santos de cabecera, un gran economista, por cierto, mucho más consecuente que todos ellos juntos). Estos economistas tropicales no creen en el liberalismo económico ni intelectual. Son sectores prebendarios. Son una plutocracia corporatista que —disfrazados de libre empresa— le chupa al Estado con prebendas, exenciones y beneficios de distinta índole, disfrazándola de capitalismo. Pero son más paternalistas que nadie. Literalmente, la pava tirándole a las escopetas, cuando atacan a otros sectores.
Lo mismo sucede en Colombia, en México, en Guatemala y en otra serie de países de América Latina que he visitado. Me decían en meses pasados que los parques industriales de Medellín, del Cauca en Colombia, de Monterrey en México, etc. y varios otros lugares de nuestra región operan con los mismos beneficios y prebendas estatales. Por eso América Latina sigue postrada, pues es un capitalismo de mentira: se trata de un puro y vulgar corporatismo prebendario y sus exenciones y beneficios.
Termino esta nota con una anécdota que ilustra lo anterior. Hace unas semanas, dictando una de mis clases de Teoría del Estado en la Universidad de Costa Rica, le pregunté a un joven economista (quien estudia derecho, pero es ya parte del lobby económico de uno de esos grupos exonerados) si estaría de acuerdo con un flat-tax como forma de solucionar los problemas fiscales del país. Es decir, un único impuesto de renta, una sola tarifa para todos los actores económicos, sin excepción alguna. Un 20%, por ejemplo, pero que todo el mundo pague.
Como se sabe, el flat-tax está promovido por los economistas más «liberales» del planeta. Lo ponen como el remedio último, la pomada canaria, la solución para recaudar ganancia en rentas. El joven economista me contestó: «Pues sí, me parece una buena idea el flat-tax…. pero que a los sectores exonerados no me los toquen...»
—¿Y no le parece injusto? —le repliqué— ¿No viola eso todos los principios de la economía liberal, de la competencia real, del propio flat-tax promovido en Estonia y en otros lugares?
—Ehh, bueno, pero que a los exonerados no los toquen —me siguió insistiendo el joven economista.
Ya lo dije arriba. Doble discurso; liberalismo de mentira que no acepta la libre competencia en igualdad de oportunidades. Pura plutocracia prebendaria. Más paternalistas y dependientes de los beneficios del Estado que nadie en sus propios países.