Al escribir estas notas, desde luego polémicas, en torno a una experiencia política a la vez singular y global, no intentamos «juzgar» las intenciones de ninguna persona o grupo. Pensamos en los intelectuales y activistas, particularmente las y los brasileños que, al tomar la iniciativa de convocar a ciudadanos y movimientos sociales de todo el mundo, lo hicieron de «buena fe». No era una tarea fácil organizar encuentros de gente con ideas y culturas políticas tan diversas. Alguien debía asumir esa tarea, propia de «soñadores» y «románticos», de influir en los cambios mundiales, pero no en abstracto, sino a partir de una convivencia voluntaria en una especie de fiesta o de «carnaval» político.
Sin estructuras de gobierno ni jerarquías arrancó este experimento. Pero las reglas mínimas, una Carta de Principios y un Consejo Internacional, con ambigüedades y contradicciones insalvables, pronto se revelaron insuficientes para alcanzar sus proclamados objetivos. Así comenzó un proceso que, al cabo de dos décadas, no ha podido ser evaluado y que, no obstante, muestra signos de evidente desgaste, inercia y declinación.
A lo largo de los últimos 20 años, desde que se creó el FSM, miles y miles de organizaciones civiles y movimientos sociales han participado en este proceso social bajo la consigna de «otro mundo es posible». Auspiciado por Lula Da Silva y con la presencia activa de relevantes liderazgos intelectuales, sociales y políticos, este proyecto tuvo una amplia repercusión en su primera década, aunque ciertamente mayor o más visible desde América Latina que en el resto del mundo. Después, este fenómeno político —estrictamente voluntario y no violento— que involucraba, individual y colectivamente, a la ciudadanía mundial, cayó en la inercia. ¿Por qué tan singular proyecto, a pesar de frustraciones y contradicciones, sigue siendo una esperanza y una posible vía para progresivos cambios globales?
De entrada, podemos preguntarnos: ¿en qué ha contribuido el Foro Social Mundial al cabo de 20 años para disminuir los males del neoliberalismo y el capitalismo salvaje, contra el que supuestamente tendría que luchar? Ante las evidentes realidades locales, nacionales y mundiales de creciente polarización social —como lo muestran sobradamente cifras y datos económicos y políticos (presentados incluso en Davos 21)—, no queda más que reconocer con sentido crítico y autocrítico que el FSM ha fracasado. Y, no obstante, su mayor triunfo es su supervivencia, sostenida básicamente por nuestros amigos altermundistas brasileños. Por ello, más allá de actitudes fincadas en dogmatismos, en simulaciones ideológicas y en alineamientos con intereses que se sobreponen a un mínimo bienestar de las clases populares en todo el mundo, se hace necesario e, incluso, ineludible adoptar definiciones claras, unívocas, sin ambigüedades ni contradicciones como las que hoy podemos constatar en la Carta de Principios del propio FSM, sobre la cual se requiere un análisis, artículo por artículo, que lleve a nuevas propuestas de redacción.
Al ser ya impostergable replantear la estructura misma del Foro y la integración y funciones del Consejo Internacional, un Grupo Renovador internacional, integrado por fundadores originarios y un creciente número de personas y organismos interesados, ha lanzado ya tres Llamamientos, y ha creado un Grupo de Reflexión, en los que se considera indispensable revisar los principios y los objetivos con los que nació este fenómeno político, frente al que hay básicamente dos posturas:
la que quisiera mantener la continuidad del proceso como un «espacio abierto» sin pasar a la acción unitaria a nombre del Foro, y;
la que busca evaluar y renovar en su conjunto el proceso para avanzar en la construcción de un «sujeto político global»; de un «espacio-movimiento» capaz de actuar para promover democrática y pacíficamente las más justas y urgentes transformaciones mundiales.
Como nunca se han definido con claridad las tareas del Foro, propiciando inercias, pasividad, falta de legitimidad y evidentes contradicciones, hasta ahora la consigna hegemonizadora, real, pareciera ser: «Que cada quien haga lo suyo»; cada eje, cada tema, cada problemática debe ser afrontada en las organizaciones y movimientos por sus pares, en luchas y liderazgos parciales y comunes, en sus Foros temáticos o regionales desligados del conjunto y sin contar con la fuerza social y el poder aglutinador y unitario que bien podría y debería ser el FSM.
En fecha reciente el CI del FSM difundió nuevamente el texto de uno de los dirigentes brasileños, Chico Witaker (a quien desde luego mucho respetamos, pero con quien mantenemos grandes diferencias), escrito en 2012, que tituló ¿Nuevas perspectivas en el proceso del FSM?. Junto con ese, en otro más: Después del final de la discusión de GTI, ¿adiós al FSM? Foro Mundial Social perspectivas posibles, al referirse al FSM realizado en Túnez en 2013, Chico reitera argumentos que no podemos menos de calificar, con el debido respeto, de muy conservadores. Al hacer una revisión del significado de movimientos que entonces tuvieron cierta relevancia, los «Occupy» en Nueva York y los «Indignados» en España (que por cierto ocurrieron por completo al margen del Foro), expone una visión de esos acontecimientos, cuya dinámica sólo aborda desde fuera, y que bien podríamos calificar de «romántica» o «soñadora».
Dice, por ejemplo: «En mi sueño he visto la multiplicación de estas reuniones de barrio, en toda la ciudad, con una gran variedad de temas y cuestiones planteadas…». Muy bien, pero ¿por qué entonces no alentar en la realidad pura y dura esas acciones y reacciones, clara y abiertamente, desde y a nombre del FSM? Se reitera, en cambio, que «debemos seguir organizando reuniones hermosas y exaltantes, donde de una manera democrática y autoorganizada, decimos lo que estamos haciendo, nos enteramos de lo que hacen los demás… Esto es bueno y necesario para articularnos y construir la unión que nos dará la fuerza que necesitamos». Es aquí donde los argumentos se tornan inconsistentes. ¿Unidad y fuerza para qué? Hay además un casi «santo horror» al «control vertical» y al «asambleismo» propio de los perversos partidos políticos de izquierda: se «requiere el abandono de prácticas moldeadas durante más de cien años de acción política vertical, dentro de una izquierda que aboga por el cambio, pero acepta el autoritarismo, la violencia, el principio de los fines justificando los medios, la instrumentalización de los demás en beneficio de sus propias metas».
Pero, además, desde las alturas, desde la óptica del que «sí sabe» se formula otra interrogante: «¿Cómo las mayorías —manipuladas, insatisfechas o enfadadas— ven nuestras propuestas? ¿Tienen ellas conocimiento de lo que tuvimos el privilegio de conocer sobre los mecanismos que gobiernan el mundo, sobre los medios utilizados por los poderosos para explotar a los seres humanos y a la Madre Tierra, sobre las causas de las guerras que matan a millones, sobre las especulaciones millonarias con el dinero y con la comida? Etc., etc., etc.…». Es así que uno se pregunta si es ésta una visión horizontal o vertical del mundo. Y, no obstante, se propone «la construcción de una nueva cultura política, fundada en el aprendizaje mutuo, en la reflexión colectiva, en el respeto a la diversidad, en la horizontalidad de las redes…con decisiones adoptadas por consenso y no por votos que alejan o excluyen a las minorías». ¿Es esta una argumentación creíblemente democrática? ¿De quién se busca la «exclusión»?, ¿de las «minorías» o de las «mayorías»? Cuando hay confrontación de ideas en las que se atribuye al «otro”» sea de mayorías o minorías, de derecha o de izquierda, posicionamientos u objetivos que no le son propios, las cosas no pueden ir por un camino democrático.
Al analizar la Carta de Principios, un documento redactado hace 20 años podemos reconocer, a pesar de sus evidentes ambigüedades y contradicciones, que ha sido un referente útil, si bien insuficiente, para orientar las actividades del Foro. Sin embargo, la ausencia en él de claras regulaciones operativas sobre la conducción y el autogobierno de este proceso, como es la nula referencia a lo que después se constituyó como un Consejo Internacional, muestra la ineludible necesidad de replantear la organización y el funcionamiento del Foro, así como de su Consejo Internacional mismo, escasamente representativo y aún carente de legitimidad, tanto en lo sustantivo como en lo metodológico o procedimental. Todos estaríamos de acuerdo en buscar consensos para mantener la unidad, pero a falta de ellos, si no el único, al menos el mejor camino democrático es el que señalen las mayorías. En todo caso, cabe preguntar ¿consenso y unidad para qué? ¿Para no hacer nada, para no actuar en nombre del Foro y de su potencial fuerza política global?
Pareciera que la intención de Chico Witaker, cuya buena fe y mejor intención no ponemos en duda, en su último texto por WhatsUp (26/09/20) apunta a señalar con mayor apertura no sólo las dificultades de decidir sin romper la unidad del FSM, sino a atender la naturaleza y la viabilidad de una acción. Junto con él podríamos preguntarnos ¿qué puede y qué no puede hacer el Foro? ¿Cómo actuar, con quién, para qué? Son preguntas abiertas, que no tienen fácil solución. Por eso consideramos que hay que ocuparse de ellas como algo verdaderamente sustancial. Podríamos muy bien decidirnos a actuar; empero, ¿para hacer qué? ¿Para hacer sólo declaraciones, o algo más? En esto hay una regla de oro: el que propone actúa. Y actuar sobre problemas de alcance global implica definir muy bien los objetivos y los caminos, buscar apoyos, reunir fuerzas. ¿O no es así?
La libertad de expresión y de manifestación son armas poderosas, pero insuficientes. Su alcance está condicionado, en buena parte, por la difusión de los eventos y, como sabemos, los grandes medios están en manos de las derechas en casi todo el mundo. Por ello, la acción pacífica, no violenta, tiene que ir de las redes digitales a la calle y a la plaza pública, pero también a las universidades, a las iglesias, a las sedes sindicales y campesinas y a las empresas mismas; llegar a las huelgas, parciales o generales, a la suspensión del pago de impuestos, al boicot para el uso o consumo de ciertos productos o servicios.
Por ejemplo, si decidiéramos actuar contra los paraísos fiscales y el lavado de dinero (hechos irrecusables y a todas luces ilegales e ilegítimos en el ámbito global de las finanzas), ¿no es razonable pensar en un boicot (suspensión de movimientos, cancelación de cuentas) contra los bancos y las casas matrices dueñas de paraísos off shore? ¿O es esta una acción por completo ilusoria, inviable? O bien ¿cabe o no lanzar acciones y boicots contra empresas productoras o comercializadoras de armas? ¿O contra las industrias más antiecológicas y contaminadoras? ¿Marchar por la liberación de Assange, que nos dio muy fuerte información sobre crímenes de guerra y delitos patrimoniales en todo el mundo, es pedir demasiado?
Nadie tiene las soluciones a la mano. Hay que buscarlas individual y colectivamente, discutirlas a partir de una clara definición de temas o problemas sustanciales y con agendas. Es eso justamente lo que estamos buscando plantear y compartir desde el Grupo Renovador del FSM (GRFSM-México). No se trata de desconocer o negar lo logrado en veinte años, pero, al hacer la evaluación del proceso con objetividad y respeto a las diferencias de opinión, ya estaremos en el camino de lanzar, sin falsos temores, los debates a fondo.
Por lo anterior, con sentido crítico y autocrítico, quienes formamos parte del Grupo Renovador del FSM-México hemos expresado lo siguiente:
Reconocemos el valor de todos los esfuerzos por crear y mantener un proceso de convergencia y unidad en la diversidad de organismos civiles y movimientos sociales de todo el mundo.
Reconocemos que el modelo de organización y funcionamiento del FSM ha fracasado en su objetivo principal de contribuir a detener o contrarrestar el avance de un capitalismo depredador que ha extremado la polarización entre riqueza y pobreza a nivel mundial, y ha llevado al borde del colapso ecológico al planeta.
La estrategia de mantener la unidad para la reflexión y la comunicación en ejes temáticos separados ha sido insuficiente para integrar en acciones comunes a organismos y movimientos sociales.
La crisis de la pandemia por la COVID-19 ha ahondado las desigualdades, el desempleo y la precariedad en la salud y en la economía de las grandes mayorías, lo que hace más urgente la renovación del FSM.
Proponemos que los diversos Grupos Renovadores del FSM pongamos en el centro y como prioridad mayor la organización de debates serios, dentro y fuera del CI, para la evaluación general y autocrítica del proceso, así como la redefinición de objetivos y estrategias para generar las decisiones democráticas y la acción unitaria que tanto necesita el Foro. Es tiempo de hacerlo, es necesario, es útil. ¡Hagámoslo ya!