Las próximas elecciones norteamericanas atraen la atención mundial y hay razones válidas, pues serán importantes tanto para los americanos como para el resto del mundo. Sobre todo, si las encuestas de todo tipo no son enteramente confiables. Nos consta que más veces han errado que acertado o que obedecen a tendencias previamente definidas, a favor o en contra de los postulantes. En todo caso, la verdad es que no hay pronósticos infalibles y solo se puede afirmar que será reñida.
De igual manera, se ha generalizado el criticar a Donald Trump; es lo esperable y rutinario. Pocas figuras mundiales han sido tan frecuentemente descalificadas por quienes analizan la política norteamericana y, en particular, al referirse a los candidatos a la presidencia y sus proyecciones. Todo lo que hace o deja de hacer, tenga o no resultados, es inmediatamente vilipendiado por los demócratas, que no le perdonan su derrota, y otro tanto hacen excolaboradores, intelectuales, profesionales, artistas, familiares y, en especial, medios de comunicación, como algunas cadenas de TV mundiales, entre tantos más, de manera a veces obsesiva. Pareciera que nada hace bien, ni tiene partidarios o votantes que lo eligieron y pudieren reelegirlo. Todo vale para hablar mal de Trump, no solo dentro de los Estados Unidos, sino en casi todo el mundo, incluidos los antinorteamericanos tradicionales. Es fácil.
Él mismo se ha creado su propia imagen. Casi siempre se muestra arrogante, agresivo, inesperado, avasallador, mal educado y se podrían agregar innumerables adjetivos descalificatorios; en una palabra: insoportable. Es una persona que jamás invitaríamos a nuestra casa para pasar un buen momento. Sin embargo, ganó la presidencia de la primera potencia mundial y pelea su reelección. Es millonario y conocido universalmente; nada mal para alguien tan poco dotado. O los norteamericanos que lo eligieron se volvieron locos, o quienes lo siguen le ven atributos que nadie más detecta. Tal vez sea necesario mirar este caso peculiar con algo más de racionalidad y menos emoción, en suma, con mayor objetividad.
La ciudadanía norteamericana común busca liderazgos políticos claros y prácticos, que les garanticen sus intereses, sobre todo, los propios y los dejen trabajar en paz. Las grandes ideologías o situaciones de interés mundial, por lo general, no están dentro de las prioridades de los habitantes de condados, pequeñas ciudades o suburbios, que tienen objetivos simples, locales, a lo sumo estatales. Los grandes temas son para los políticos de Washington, poco queridos por la mayoría. Les basta que su presidente les siga garantizando que son la máxima potencia, sin amenazas. Este el votante del 3 de noviembre al que apunta Trump y que incidirá en la Cámara de Representantes, y en parte del Senado, que se eligen directamente, voto a voto. Al presidente, son los electores quienes lo elegirán indirectamente, estado a estado. En 48 de los 50 de los estados de la Unión, el que gana más electores consigue todos los demás, como si no existieran. Muchos ya han votado por correo y no han visto los debates, ni verán los que vengan.
Trump no procura convencer a un demócrata o a quien lo detesta; se centra en los suyos y en lograr la mayoría republicana parlamentaria que necesita mantener. Les transmite seguridad con el lema de «America first», sin sobresaltos. Trump resalta en contraposición con Obama, quien fuera condescendiente con casi todos, inclusive enemigos, y muestra a Biden como su débil continuador. Argumenta que ahí siguen, igual o más poderosos, como China y otros, donde la lista es larga y los resultados escasos. En síntesis, demuestra tener el poder de contrarrestarlos, sin vacilaciones, nunca debilidad. En el debate, no dejó hablar a Biden, lo llevó al insulto y la confrontación. ¿Alguien recuerda alguna idea de fondo suya? Muy pocos. Este es el objetivo de Trump; solo destaca él, crea la noticia y se queda con ella. Los demás desaparecen, solo él importa y el resto del mundo puede opinar lo que quiera, total no es norteamericano, ni vota. Da lo mismo si lo apoyan o lo combaten. Sabe provocar y ser duro, como su personaje televisivo en El aprendiz, tan conocido y que tanto le sirvió. Su estrategia intenta demostrarlo.
¿Le servirá una vez más para reelegirse? Contagiado con coronavirus se muestra orgulloso de haberlo superado, para molestia de sus contradictores. Se han retrasados los próximos debates, por lo que, en verdad, nada es seguro. La salud de los líderes internacionales nunca es develada enteramente; podría producir temor y crear pánico político o económico. Nuevamente y como hace ocho meses, todo gira en torno a la pandemia, los aciertos y las equivocaciones.
Ahora que parece que todos son expertos —aunque llama la atención que nada hicieron—, criticar a Trump es la constante, más que defender un proyecto alternativo. Si pierde, sus oponentes festejarán como si se libraran de alguien indeseable. Si gana, los ataques podrán redoblarse. En suma, este país se muestra dividido. Por tanto, vaticinar el vencedor, sería una apuesta incierta.