Numerosas fueron las poses y frases ingeniosas del escritor y dandi peruano Abraham Valdelomar Pinto (1888-1919), autodenominado «El Conde de Lemos». El crítico literario Luis Alberto Sánchez (1987) consigna muchas de ellas en su libro dedicado al autor de obras notables, como el cuento «El Caballero Carmelo» y la novela La ciudad de los tísicos: se besaba las manos diciendo que esas eran las manos que habían escrito las obras más bellas de la literatura peruana, decía ser capaz de vestirse de amarillo ocre con tal de llamar la atención, decía detestar a los hombres gordos porque ensuciaban el paisaje, se tendió en un jardín para que lo cubrieran de rosas. Estas «puestas en escena» se extenderían luego a las giras que el escritor emprendió por las más recónditas provincias del Perú, en lo que constituyó un suceso totalmente novedoso en el país andino.

Estas giras, que se inician en 1918, consistían en viajes a lomo de mula que llegaban a durar entre seis y ocho meses, durante los cuales el escritor se internaba por insólitos e inhóspitos lugares de la sierra peruana. El viaje comenzó por el norte, en la ciudad de Trujillo, para ir luego a Salaverry, San Pedro, Pacasmayo y Chepén. Siguió a continuación por Cajamarca, para concluir esta gira recorriendo Chiclayo, Paita, Catacaos y Piura. La gira del sur lo llevó a dictar conferencias en Arequipa, Puno, Sicuani, Moquegua y su ciudad natal, Ica. En estas presentaciones, que congregaban un público variado y multitudinario, Valdelomar —vestido extravagantemente, los dedos llenos de sortijas, encaramados los quevedos— disertaba sobre diversos temas, desde disquisiciones estéticas, elogios a los símbolos patrios, religión, etcétera. Como señala Esther Espinoza (2007), Valdelomar convirtió a la oratoria en «un nuevo y espectacular producto (debido a su presencia), [llevándola] fuera del ámbito académico o político, a los lugares más carentes de cultura y modernidad» (p. 31).

Ciertamente, Valdelomar no eligió los espacios académicos para la difusión de sus ideas y obra literaria. En lugar de buscar la consagración académica en la universidad, utilizó como vehículos expresivos el periódico y estas conferencias fuera del ámbito universitario.1 El Conde Lemos era plenamente consciente de la gran brecha que existía en esa época entre la universidad y el resto de la sociedad peruana, distancia que conoció durante su breve paso por las aulas de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.2

En este posicionamiento en espacios inéditos, su palabra iba de la mano con su cuerpo como significante. Se trataba de un cuerpo leído y presentado como declaración cultural, parafraseando a la crítica argentina Sylvia Molloy (2012). Así, según cuenta Ismael Pinto (2013), estando Valdelomar en un caluroso distrito del norte peruano, se le ocurrió emular a sus admirados griegos y se hizo fotografiar por un anticuario local, estando cubierto tan solo por una corona de pámpanos en la cabeza y unas cuantas ramas cubriendo su zona genital. En otra oportunidad, tras una de sus conferencias en la ciudad de Trujillo, en la casa del reconocido músico Carlos Valderrama, el Conde de Lemos, en un arranque de paroxismo estético, se tendió en el suelo y pidió que lo cubrieran de rosas. Uno a uno sus compañeros desfilaron frente a él dejando caer puñados de pétalos fragantes hasta dejarlo casi sepultado bajo ellos.

Esta espectacularidad (que no es más que la continuidad del afán por exhibirse, tan típico del entre siglo) se prolongaba en las conferencias mismas. Estas son también puestas en escena en las que la voz, la afectación, la vestimenta, hacen que en ellas la oratoria (género tradicionalmente académico o político) adquiera nuevas resonancias. Debido a ello, la simple lectura de los textos de esas conferencias nos transmitiría solo una parte de su significado total. En ellas, Valdelomar es consciente de que está frente a un público que asiste a «verlo» más que a «escucharlo». No estamos entonces ante la figura tradicional del escritor culto que busca atraer mediante su palabra y escritura, sino de uno que es capaz de «seducir» visualmente, llamando así la atención, mediante una especie de asociación metonímica, hacia la obra literaria. «Móvil, advenedizo y muy moderno, desplaza a las prácticas de escritura y lectura de los gestos, espacios y costumbres habituales» (Bernabé, 2003, pp. 59-60). Es decir, este símbolo andante que es Valdelomar incorpora en su autoconstrucción la escritura y el gesto. Resulta precisa entonces la relación que hace Mónica Bernabé (2003) entre política y dandismo:

¿No es en la oratoria donde el cuerpo y la palabra se aproximan al punto de tomarse una? ¿Qué está primero, el cuerpo o la palabra? El agitador y el dandi deben asumir posiciones similares cuando se trata de seducir, de cautivar a los que miran y no comprenden. En sus respectivos performances es posible distinguir una modalidad de individualización. Provocar y atraer la mirada de los otros son caminos que señalan un destino de rebeldía y resistencia. Política y dandismo encuentran en la oratoria el punto de máxima confluencia: la política de la pose y la pose del político (p. 46).

Durante mucho tiempo, la crítica literaria peruana propuso una división de Valdelomar en dos: el poseur y el patriota que celebra la sencillez de la provincia. Esta dicotomía se vuelve problemática dado que, como propone Molloy (2012), para finales del siglo XIX en Hispanoamérica (aplica para las primeras décadas del XX), la pose no estuvo exenta de significado político y fue un gesto decisivo en la política cultural. Podríamos, entonces, identificar la pose de Valdelomar como expresión de una de esas muchas voces del continente de las que también habla Molloy (2012) y considerar con la intelectual argentina «la fuerza desestabilizadora de la pose, fuerza que hace de ella un gesto político» (p. 43).

Notas

1 En sus giras, cuando acude a una universidad, no es a una de la capital, sino a una de provincias.
2 Su anti academicismo lo llevará a utilizar la palabra «universitario» con sentido peyorativo.
Bernabé, M. (2003). Dandismo y rebeldía en el Perú: el caso de Abraham Valdelomar. Iberoamericana, 11, 41-63.
Espinoza, E. (2007). La crónica modernista de Abraham Valdelomar. (Tesis de maestría, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Lima, Perú).
Molloy, S. (2012). Poses de fin de siglo. Desbordes del género en la modernidad. Buenos Aires: Eterna Cadencia.
Pinto, I. (2013). Valdelomar viajero.
Sánchez, L. (1987). Valdelomar o la Belle Époque. Lima: INPROPESA.