Los conceptos de nacionalismo que se dieron desde la Era de las Revoluciones en el Siglo XVIII se han basado en el sentimiento de pertenencia a una colectividad con la que se comparte similar historia y cultura. Este concepto tomó mucha fuerza junto con el de autodeterminación para que cada grupo tuviera la oportunidad de desarrollarse en un territorio.
Con los nacionalismos en Europa, se mezclaron los conceptos raciales con el marcado europeísmo de las regiones; de esta manera, cuando en 1897 se llevó a cabo en Basilea el Primer Congreso Sionista, se exacerbó la desconfianza entre los grupos antisemitas que señalaban a la «raza judía» como un pueblo con intereses oscuros.
Uno de los mitos reincidentes sobre planes de dominación mundial judía, hasta hoy, tiene que ver con el Primer Congreso Sionista de Basilea en el año 1897. Para quienes no tienen idea al respecto de este congreso, las bases del mismo no tenían que ver con planes oscuros de conquista global, sino del combate a la creciente ola de judeofobia en los países donde habían comunidades judías, por lo que se plantearían las ideas para establecer las bases de creación de un proceso de autodeterminación judía y tener su propio territorio para desarrollar un «Hogar Nacional Judío», el cual se pensó en establecer en varios lugares, hasta que se llegó a la consideración de fortalecer la comunidad en la tierra histórica judía que en esos momentos estaba bajo administración otomana.
Ciertamente, un año antes, Theodor Herzl (Padre del sionismo moderno) estuvo de visita en Estambul para reunirse con el Sultán Abdul Hamid II (1876-1909) para persuadirlo de permitir el establecimiento de este Hogar Judío en territorio Otomano de la Israel histórica. A pesar de los argumentos al respecto, en ese momento se creyó en el supuesto de la reunión secreta conspirativa judía para dominar a los europeos. Entre esos el propio Édouard Drumont, que en 1898 se proclamaría líder del partido antijudío y exigiría entre algunas medidas la derogación del decreto de Crémieux de 1870 (abrogado en 1940) —entre sus puntos estaba el de otorgarle la ciudadanía francesa a los judíos argelinos que mantenían un estatus diferente basado en su religión.
Entre los temas conspirativos que aparecerían y se convertirían en excusas para enfocar el carácter de «chivo expiatorio» a los judíos, surgirían, en 1905, los Protocolos de los Sabios de Sion; el panfleto antisemita de Serguei Nilus, quien plagió el texto francés de Maurice Joly (1829-1878) «Diálogos del Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu», donde realiza una crítica abierta al gobierno de Napoleón III.
El libro se propagó a tal nivel que el propio empresario estadounidense, Henry Ford (1863-1947) invirtió en sacar grandes cantidades del libro para difundirlo por el mundo y expandir el libelo de las intenciones judías de conquistar el mundo.
Este documento argumentaba un plan realizado por los judíos para conquistar el mundo, para lo cual redactarían una serie de pautas (protocolos) con los cuales se harían del poder total:
[…] Bien pronto organizaremos enormes monopolios (colosales reservas de riquezas) en los que las fortunas de los cristianos, incluso las grandes, dependerán de tal forma de ellos, que al día siguiente de una catástrofe política serán absorbidas con el crédito de los Estados. Señores economistas aquí presentes, consideren la importancia de esta combinación (p. 42).
[…] Pero para que la libertad pueda de esa manera disolver y destruir completamente las Sociedades Cristianas, se necesita hacer de la especulación la base de la industria, de tal manera que toda la riqueza que la industria extraiga de la tierra no quede en manos de los industriales, que se emplee en especulaciones, es decir, venga a parar a nuestras cajas. La lucha encarnizada por la supremacía, los choques de la vida económica crearán, mejor dicho, han creado ya, sociedades sin ideales, frías y carentes de sentimientos (Protocolo VIII).
[…] Hemos corrompido, embrutecido y prostituido la juventud cristiana por una educación cimentada en principios y teorías que sabemos son falsos y que no obstante han sido inspirados por nosotros. A más de esto, las leyes existentes, sin mudarlas en su esencia, las hemos desfigurado con interpretaciones contradictorias, obteniendo resultados admirables (Protocolo IX).
[…] Una vez acostumbrado el mundo de esta manera a la idea de su propio valer, queda destruida la importancia de la familia cristiana y las trascendencias que tiene en la educación y no permitiremos que surjan personalidades a las que las turbas, dirigidas por nosotros, no permitirán que se destaquen ni siquiera que levanten la voz; las multitudes están acostumbradas a no escuchar sino a nosotros, que les pagamos su obediencia y su atención (Protocolo X).
Nótese en estos cuatro párrafos la constante de la supuesta intención judía de hacerse con el control de los cristianos y destruirles. Este sigue siendo fuerte el carácter religioso con el que se aborda la temática judía, aunque el argumento principal en estos momentos esté más relacionado con la superioridad de la raza. Por supuesto que, ahora, no es el cristianismo semita sino el cristianismo ario, el único grupo lo suficientemente potable para oponerse a los malvados judíos anticristianos.
El antisemitismo europeo siguió desarrollándose y la idea de una conspiración judía para conquistar el mundo se vio alimentada por otros fenómenos, por ejemplo los oficios a los cuales se habrían dedicado los judíos desde la prohibición de ser propietarios de tierras en Europa y las posteriores expulsiones, por lo que muchos eran contadores, administradores de tesoro, prestamistas, así como algunos oficios que no requerían mantenerse en un sitio específico; panaderos, carniceros, tejedores, sastres, herreros, carpinteros, zapateros, etc.
A la familia Rothschild, que ha tenido fuerte influencia financiera en Europa, se le ha acusado de tener un plan conspirativo para adueñarse del mundo. Esta familia comenzó su fortuna con el trabajo de Mayer Amschel Rothschild (1744-1812), quien abrió un negocio de cambista en Fráncfort, Alemania; posteriormente el patrimonio de dicha familia creció y se expandió a otros lugares de Europa como Inglaterra, Francia, Austria, Italia.
Debido a su éxito financiero, se han creado teorías conspirativas por sus influencias económicas, financiamiento al proyecto sionista en los territorios de Medio Oriente, donde ya se comenzaba a desarrollar una fuerte comunidad judía que buscaba el establecimiento de un gobierno judío. Además, la labor de filantropía, así como algunas de sus prácticas comerciales que han sido críticas, más que todo, de aquellos competidores “puramente europeos” y cristianos. Aunque el tema de la religión solamente era una excusa para señalar que los judíos no son iguales al resto.
Con base en esos argumentos se comenzarían a perpetrar crímenes contra los judíos, justificados ahora no solo por el aspecto meramente religioso, sino que la raza y la teoría de conspiración judía le daría mayores matices a los judíos que no serían vistos como europeos, aún y cuando la asimilación judía se hacía cada vez más fuerte, principalmente después de la haskalá o ilustración judía.
Ese aspecto de ilustración intentaría integrar a los judíos más allá de la vida comunitaria religiosa, superando las normas propias del Beit Din (juzgado rabínico) y pretendiendo que los judíos se vieran más europeos, por lo que la secularización de los integrantes comunitarios parecía una buena opción, pero las campañas antisemitas darían a entender que aún con su aspecto europeo, los matrimonios mixtos y su participación en movimientos culturales, políticos y sociales, seguirían siendo vistos como judíos.
El antisemitismo de patente europea, por lo tanto, era ya un concepto que se mantendría en el inconsciente contra los judíos, ahora por un tema abiertamente racial que los haría ver como inferiores. Entonces además de ser una afrenta religiosa, se trataba de un ataque contra la inferioridad genética que los judíos representaban.
Los mitos sobre el interés político judío de dominación mencionados anteriormente persisten hasta este momento. Con cada conflicto internacional, crisis económica o epidemia de salud o pandemia, como nos ha tocado experimentar este año 2020, no faltarán los conspiradores que desempolven las teorías de los «Sabios de Sion» o que presenten una versión remozada como el denominado Plan Kalergi sobre un proceso de «mestizaje» en Europa para acabar con el cristianismo blanco de ese territorio.
Sirve de inspiración para que los cuasi sectarios supremacistas de la ultraderecha recalcitrante de ese continente continúen exponiendo su odio contra las minorías; el cual nunca se ha detenido, sino que cambia de objetivo temporalmente o lo plantean bajo términos de lo políticamente correcto. De esa manera, justifican el ataque a mansalva contra minorías migrantes de África, Latinoamérica, o su islamofobia y la insistente judeofobia enraizada en una parte de la sociedad europea y que despierta cada cierto tiempo.
Sumado a los planes conspiradores se encuentran figuras que asumen el papel del «judío eterno» planteado por la propaganda del cine nazi en 1940, donde le daba esa personalidad conspiradora natural a los pueblos judíos a través de la «mimetización» de su entorno con tal de lograr sus «objetivos espurios».
En los últimos años se ha destacado la judeidad de personajes como Henry Kissinger, Bernard Henri-Levy, Jared Kushner o George Soros, entre otros, para crear teorías conspirativas asociadas a proyectos de conquista global en beneficio del pueblo judío.
En el caso muy puntal de Soros, este se ha transformado en el «Coco» maligno de los cuentos, y algunos analistas de ambos espectros políticos tradicionales (derecha-izquierda) utilizan a este particular personaje para promocionar una conspiración sionista de conquista global, o como un enemigo de occidente, promotor de su decadencia para implantar un «Nuevo Orden Mundial». Con todo lo negativo que se pueda creer (o no) de este personaje, que hace cada vez más sombrío su mito, se ha transformado en el reflejo del estereotipo conspirador promovido por la propaganda nazi.
Una estrategia adicional se hace cada vez más común y «fácil de respaldar» para encarnizar este odio contra los judíos en el marco de lo que sugieren como «discriminación aceptable» y es el uso del antisemitismo solapado de antisionismo, que traspasa las líneas solo de rechazo a las políticas del Estado de Israel y lleva a algunos a realizar manifestaciones propias de la judeofobia clásica (religiosa), o a trasladar esas características conspirativas de los protocolos o del judío eterno contra el Estado de Israel.
Lo anterior hasta el punto de que estrategias políticas asociadas con boicots, una excesiva agenda sobre lo que ocurre en esta zona del planeta en foros internacionales y una larga lista de acusaciones de doble lealtad contra los miembros de comunidades judías en diversas partes del mundo, hacen de la demonización generalizada contra Israel una manera «tolerada» de antisemitismo actual, que sin duda tiene las bases planteadas anteriormente de una sobredimensión del judío en política para convertirlo en el chivo expiatorio de lo malo que hay en el planeta, como bien lo diría el pensador Jean Paul Sartre: «Si el judío no existiera, el antisemita lo inventaría».
Notas
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