Varias noticias durante esta primavera nos harán recordar al 2020 como un año excepcional donde el problema mayor, COVID-19, aún subsiste y amenaza estar con nosotros por al menos un par de años más, de acuerdo a algunos entendidos. Aquí en EE. UU., muchos fueron distraídos del miedo a la pandemia, al escuchar y leer en las noticias que un par de personas, en oportunidades diferentes, habían visto volar en algún lugar del noroeste del estado de Washington algún avispón gigante asiático (Vespa mandarinia). Reportes similares indicaban que en unas tres oportunidades tal especie de avispón también habían sido observados en los alrededores de Vancouver, Columbia Britania, en Canadá.
Semanas atrás, a fines de julio, se confirmó que al menos una colonia de abejas fue aparentemente eliminada por los enormes avispones en la población de Custer, Washington, cercana a la frontera con Canadá. Independientemente, al menos un avispón asiático fue capturado en una trampa colocada con ese propósito. Varios científicos aseguran que estos avispones «asesinos» (¡una exageración de nombre, a pesar de lo realmente peligrosa que su picadura pudiera ser para nosotros los humanos, nuestras mascotas o animales domésticos!) llegaron al noroeste del pacífico americano en algún barco de carga. En carrera contrarreloj, autoridades han colocado múltiples trampas en áreas posibles en las que pudieran encontrarse. La intención es detectar y eliminar las posibles colonias establecidas y erradicar a los avispones antes que se conviertan en verdadero problema, y amenacen, entre otros, a la todavía algo «golpeada» industria de la producción de miel.
Tales avispones asiáticos gigantes, en general, no son agresivos a humanos o animales, a menos que se sientan amenazados. Desafortunadamente, en regiones de Asia (Japón, partes de China, Corea, Tíbet e India), donde se distribuye naturalmente la especie, causan una treintena de muertes anuales. La mayoría ocurrida luego que las víctimas fueran atacadas por numerosos avispones.
A pesar de esto, tal insecto, cuya picada es descrita como «¡un dolor abrazador!», por Coyote Peterson, o «el dolor debilitante de una migraña contenida en la punta de tu dedo», por Justin O. Schmidt, es considerada una delicia gastronómica en varios de los lugares donde prolifera. En Japón, sus larvas y pupas (hachinoko) son muy apetecibles, al igual que las de otras avispas y abejas, que en lugares como la región central de Chubo, hasta un «festival de las avispas comestibles» se celebra cada noviembre. Durante el festival se pueden conseguir vendedores que también ofertan kaiko (pupas de gusanos de seda) e inago (saltamontes del arroz), dos delicias culinarias. Pero el consumo de invertebrados y artrópodos, entre estos, no debería sorprendernos. Con deleite consumimos caracoles, langostas, camarones, cangrejos y cangrejos de río. ¿Por qué no consumir los cercanos arácnidos e insectos, entre otros?
La práctica de la entomofagia no es nueva, ni es exclusiva de esa región japonesa. En todas las regiones del mundo encontramos grupos humanos, adeptos al consumo de varios invertebrados, incluyendo diversos artrópodos. Huevos, larvas, pupas y adultos de varios insectos han sido consumidos por humanos desde tiempos inmemoriales, por casualidad o a propósito. De acuerdo a la reconocida investigadora mexicana Julieta Ramos-Elorduy, especialista en el tema, unos 3 mil grupos étnicos practican la entomofagia. Ésta es una práctica común en numerosas regiones, incluyendo Norte, Centro y Sur América, África, Asia, Australia y Oceanía. La propia Dra. Ramos-Elorduy nos comenta que más o menos en el 80% de las naciones del mundo entre mil y dos mil especies de insectos y otros artrópodos son componentes de la dieta de algunos de sus pobladores.
En México, son particularmente reconocidas, aunque el consumo de insectos ha disminuido algo en tiempos modernos, las tradiciones culinarias del país que mantienen un saludable uso y consumo de tan entomológicas criaturas, según observan los investigadores Felipe Viesca y Alejandro Romero:
Desde épocas prehispánicas los insectos han estado presentes de manera muy importante en la vida diaria y religiosa de las distintas culturas [de México]. Un caso muy ilustrativo es el jumil en Taxco, Guerrero, dónde en la cima del cerro Huixteco hay un templo dedicado a ellos; además el primer lunes posterior al día de muertos, la época en que abundan, hay una gran fiesta en su honor que congrega a mucha gente de los pueblos cercanos. Antes se pensaba que estos insectos eran el alma de los difuntos que regresaba para volver a convivir con sus seres queridos, quienes los consumían suponiendo en ellos la presencia materializada de los ya fallecidos ... Entre los aztecas era tal la importancia que tenía la hormiga productora de escamoles (sus huevos [larvas y pupas]), que había cantos y danzas dedicados a ellas. La abeja silvestre que elabora la cera de Campeche, también conocida como abeja alazana o melipona, era objeto de culto de los mayas, para quienes era una divinidad adorada…
A pesar de lo popular del asunto, la amiga Miriam Aldasoro Maya nos comenta que es tanta la riqueza biocultural del país, que todavía queda mucho por entender y reconocer acerca de la numerosa entomofauna que provee nutrientes a muchas etnias desde tiempos inmemoriales:
Studies to date have included only 6 indigenous groups: Bats’il k’op (Tseltal), Ben 'zaa (Zapotec), Hñähñu (Otomí), Jñatro (Mazahua), Yucatec Mayas, and Pjiekakjoo (Tlahuica) distributed in 5 states (Chiapas, Oaxaca, Hidalgo, the State of Mexico and Quintana Roo) and 2 linguistic families (Mayan and Otomangue) ... Though indigenous people represent an important part of the cultural diversity of Mexico, there is also a considerable number of nonindigenous cultures represented, for example, by peasants and afro-Mexican communities. Thus, there is a wealth of ethnoentomological knowledge and wisdom yet to be discovered.
Siempre recuerdo con gusto, que, en el 2008, tuve que viajar a la ciudad de México para presentar los resultados de un proyecto que realicé con el amigo Martín Aluja y su equipo de investigadores del INECOL de México con financiamiento de la Universidad de Texas A & M y el CONACYT. Los buenos amigos, Gustavo Yépez Gil quien trabajaba en México y Alicia Castillo, quien visitaba la ciudad para dar algunas charlas, así como yo, coincidimos durante esos mismos días. Amablemente, luego de no vernos por cerca de 20 años, Gustavo nos invitó a degustar Escamoles (larvas y pupas de hormigas de especies del género Liometopum), Chapulines (saltamontes del género Sphenarium) y Gusanos de Maguey (larvas de la polilla Comadia redtenbacheri), con salsa de huitlacoche (el hongo Ustilago maidis) en un reconocido restaurante de la zona rosa. Recuerdo con decepción, que los gusanos faltaron, por no estar en temporada.
Pero en Suramérica no estamos tan lejos en el consumo de artrópodos, aunque ciertamente no son del gusto de la mayoría de las comunidades «occidentalizadas». Sin embargo, al menos unos 40 grupos étnicos amazónicos consumen numerosos invertebrados terrestres. Con seguridad la entomofagia está extendida en mayor o menor cuantía en un número mayor entre los grupos nativos de las cuencas Orinoco-Amazonas.
Entre los grupos indígenas con quienes he tenido la suerte de haber conocido, se encuentran los ye’kuana, los yąnomamö y los wo'tiheh, quienes consumen al menos unos 30, 20 y 20 invertebrados identificables, respectivamente, mayormente insectos. Aunque con seguridad el número para cada grupo debe ser aún más alto.
En alguna oportunidad, visitando Puerto Ayacucho y en espera de la avioneta que eventualmente me llevaría a Yutajé, pequeña población del noreste del estado Amazonas, en Venezuela, tuve la suerte de encontrarme con un par de wo'tiheh quienes pernoctaban en uno de los vecindarios que bordean a la ciudad, habían encontrado unas arañas monas o tarántulas gigantes (Theraphosa blondi) y se disponían a rostizarlas. Una vez eliminados los pelos urticantes y cocinado el interior, se las comieron. Afortunadamente, me permitieron, luego de mi insistencia, probar un poco de una. El sabor me pareció similar al de los camarones, aunque un poco de sal hubiera sido lo indicado para acrecentarlo.
En alguna otra oportunidad, pude apreciar, en el bosque cercano a la comunidad de Parima B, en la Sierra Parima, Amazonas, cercana al nacimiento del río Orinoco, varios yąnomamö que se deleitaban consumiendo comejenes del nido de una enorme colonia que habían recolectado. Me acerque a ellos, quienes me permitieron tomar uno de los pequeños pedazos del nido del suelo, conteniendo unos cuantos comejenes, muchos inmaduros, suaves, cuyo sabor y olor me recordó el aroma y sabor de las limas. Mucho tiempo después, contratado para trabajar en la Universidad de Georgia, en alguno de mis viajes de recolecta de avispas por el sur de Georgia, cercano al Pantano Okefenokee, vi una enorme comejenera y se me ocurrió explorar y recolectar varios de estos insectos de su interior, para comerlos. Tenían un ligero sabor a almendras.
Entre los ye’kuana del poblado de Culebra (Mawadi-anehidiña), también en Amazonas, logré probar las gordas larvas del gorgojo Rhyncophorus palmarum (que ellos llaman Dimuco o algo similar). Bien rostizadas, pueden llegar a tener la consistencia de un «chicharrón» con ligero sabor a coco.
Ya en Yutajé, en el bosque, acompañado por uno de los pobladores de una pequeña comunidad Wo'tiheh, pude ver cómo, usando la vena de una hoja de palma, mi acompañante la introducía en un agujero en el suelo, moviéndola constantemente. Pocos minutos después, una araña mona salía «atacando» a tan extraño intruso, para ser capturada. A pesar de mi insistencia, mi compañero de recolecta, no me permitió compartir tal delicatessen, cuyas patas amarró con las suaves hojas de palma, para llevársela orgullosamente a su casa.
Sin duda, no quisiéramos que los enormes avispones asiáticos se establezcan en territorios fuera de sus áreas naturales, de allí la importancia de su erradicación en la región del Noroeste del Pacífico. Pero de ser ese el caso, habrá que entrenarse para aprender a recolectar sus larvas y pupas, utilizando trajes especiales que impidan la penetración de sus fuertes y poderosos aguijones y, poco a poco, acostumbrarnos a consumir tan apetecible manjar.