Los libros son una excelente compañía, también periódicos y revistas. Los persigo y me rodeo de ellos. Sobre todo cuando estoy solo, lo que sucede a menudo. Leer me hace pensar, me hace bien y me ocupa. Inicio un libro y me lleno de preguntas como si fuese una conversación que dura horas y horas y crea dependencia. Uno de mis escritores favoritos es Fredrik Sjöberg, sueco, narrador, casi cronista. Mezcla de policía e investigador. Además de entomólogo con pasión por la pintura: en sus libros nos habla de insectos, pintores olvidados sobre los cuales reconstruye obra, drama y pasado. Antes de estudiar biología, estudió fotografía por un año, siendo hijo de fotógrafo.
Fredrik Sjöberg trabajó en el Museo de Arte en Estocolmo durante sus años de estudiante y recientemente ha llegado a las manos uno sus libros que no había podido encontrar: El arte de la fuga, donde nos introduce a un pintor sueco, casi completamente desconocido: Gunnar Widforss (1879-1934), que se hizo relativamente famoso como paisajista en los EEUU. El narrador encuentra por casualidad un cuadro del pintor, una acuarela que representa un pino al atardecer con toda la simplicidad posible de un pino y desde allí nace la historia. En la subasta, donde participó para comprar el cuadro ofrecido inicialmente en 3.000 coronas, lo vio venderse en 40.000. El comprador, un personaje de pocas palabras, que no había visto anteriormente, le dijo que el cuadro estaba destinado a un adquiriente en Arizona, donde el pintor era conocido y comprado a un valor cinco veces mayor.
En los archivos de las bibliotecas, el narrador no encuentra mayor información sobre el pintor y, contactando la familia, descubre a un hijo de la hermana de Gunnar Widforss, un arquitecto de 80 años que le pasa la correspondencia entre el pintor y su madre. Las cartas hablan de los viajes del pintor a varios países y ciudades. Empezando por San Petersburgo, Zúrich, Ginebra, la Costa Azul y New York, siempre haciendo trabajos de decoración y pintura. El narrador decide sin pensarlo dos veces partir a Las Vegas para alcanzar Phoenix en Arizona y descubrir más detalles sobre la vida del pintor, que vivió sus últimos años en esas tierras. El libro reconstruye paralelamente la investigación y la vida del pintor, haciendo saltos a otras historias y anécdotas.
En general sabemos poco de todo y en algunos pocos casos, siempre sabiendo poco, conocemos más detalles que todos los otros. Lo que importa es la curiosidad, pasión y método y que cada historia es un viaje al pasado, que nos hace reflexionar sobre el personaje, el escritor y nosotros mismos. Al final somos sólo historias, que se repiten y enredan, distinguiéndose y confundiéndose en nuestra frágil memoria y ahora sabemos que hubo un pintor sueco que viajó por el mundo pintando paisajes por poco dinero.
Gunnar Widforss es un misterio, o al menos lo fue hasta que terminamos de digerir el libro, que nos deja la agradable sensación de haber conocido una nueva persona. La narración tiene algo de historia del arte, crónica de viajes y también de reflexiones sobre la relación entre el hombre y la naturaleza. El personaje del libro, el pintor de los parques nacionales en los EEUU, que dio su nombre a una cima en el Gran Cañón era un fugitivo de sí mismo y su historia nos cuenta lo importante que es querer ser un artista para llegar a serlo, a pesar del miedo de no lograrlo.