A Celia García Ibáñez.
Peculiar es el ciclo del pretérito helecho: una vez que el reino de las plantas decidiera abandonar el océano para asentarse en tierra firme, pero mucho antes de que evolucionaran e incorporasen el binomio flor-espora (el fuego clorofílico), su fósil hábito reproductivo se basaba en la espora, como los hongos. Los helechos prosiguen reproduciéndose del mismo modo, tiñendo con la moderna belleza del más puro y cromático verde para todo aquel que los contemple. Las microscópicas esporas, si caen en suelo húmedo, eclosionan y forman un gametófito: una especie de prehelecho con forma de corazón dibujado por un niño, pintado de verde y recortado con el máximo cariño para obsequiar a alguno de sus progenitores. Este gametófito contiene los órganos reproductores masculino y femenino que, mediante el agua como concubina, provocan la fecundación del mismo y el nacimiento de la planta. La planta mientras se desarrolla se desenrolla: fija el carbono del aire y construye su esqueleto como si Dafne alcanzando el cielo en su metamorfosis, naciese de nuevo y, desde un puño, abriese la mano hacia el sol para mostrarle las yemas de sus cinco dedos.
La leyenda de la Tierra es la peculiaridad de los seres que acoge: es el sutil nacimiento del helecho pero también el destructor impacto del ser humano (Homo sapiens) en el medio que le rodea. La leyenda del ser humano (Homo sapiens), entre varias, proviene del canibalismo invisible que ejerce una persona X que vive en cualquier ciudad del mundo sobre las entrañas y el alma de sus distantes semejantes. Es el silencioso apoyo que promueve guerras y hambre:
Según ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, actualmente existen conflictos bélicos en Yemen, Irak, Siria, Sudán del Sur, Somalia y Afganistán, entre otros lugares de justicia desterrada. En total son más de 20 millones de personas desplazadas de sus hogares en el año 2019.
La pandemia más grande que enfrenta al ser humano es el hambre, los parches poscolonialistas que se han puesto en la trizada cámara de la rueda africana y asiática no permiten la esperanza de que alguna vez se hinche esa rueda. Actualmente, otra consecuencia del covid-19 es que el número de personas en el mundo que sufren hambre y/o viven en condiciones precarias se dispara.
La depredación de los recursos naturales1 está tan normalizada que, si en el estuario del río Valdivia se esquilma una población completa de sardinas para convertirla en harina de pescado, se dice que: «se agotó el recurso».
La aniquilación antropogénica es el camino que sigue el pompón (Sphagnum magallanicum) en las turberas del archipiélago de Chiloé. Este Sphagnum es un tipo de musgo que se forma en las aguas estancadas de está húmeda y fría región austral. Este gran manto vivo, de algodón verde, se descompone por su base anegada mientras sus ramificaciones «escapan» hacia el cielo alcanzando varios metros de altura. Como si fuese una esponja, absorbe el agua y la suelta lentamente a las napas subterráneas y pequeños afluentes que irrigan las islas cuando llega el momento preciso. En su interior se esconden miles de fósiles de las épocas anteriores de la Tierra por lo que, además, sepultan un gran depósito de dióxido de carbono que sería nefasto si migra del suelo a la atmósfera.
La turbera es otro «recurso natural» más. En su aprovechamiento para la industria botánica especialmente para la venta de orquídeas y otras plantas delicadas se liberan estos depósitos de dióxido de carbono hacia la atmósfera y se altera el ciclo natural del agua dulce del archipiélago y pérdida de la biodiversidad ecosistémica son algunas de las consecuencias negativas que se dan tanto a nivel local como global.
Precisamente, son las emisiones de gases de efecto invernadero y la contaminación del agua, los que convierten al anteriormente fértil planeta azul en un planeta estéril; como si el planeta envejeciera a nuestro ritmo.
La contaminación de la atmósfera acaba con la vida de 4,2 millones de personas según la OMS, aunque en algunos científicos incrementan esa cifra hasta los 8,8 millones de personas.
Las reservas de agua potable se reducen y se calcula que la mitad de la población mundial vivirá en zonas con escasez de agua para 2025 (OMS).
(Por cierto, el conjunto de océanos cada vez más acidificados y contaminados podría llegar a servir de mar de Galilea a futuros mesías que consideren el pasear sobre sus aguas, ya que la enorme capa de detritos que se acumula día a día no parece tener final, pero esto sería materia de otro estudio).
La lista roja de especies en peligro de extinción de la UICN engrosa a diario sus cifras. Actualmente, de las 63.837 especies evaluadas en la Tierra, 19.817 están amenazadas de extinción. Muchas de ellas, como el pompón, son esenciales para la conservación de las demás formas de vida y es que estamos interrelacionados más fuertemente de lo que altivamente se cree. Somos parte del micelio invisible del hongo de la vida en la tierra y, sin embargo, nos empeñamos en cortar los vínculos que tenemos con el resto de formas de vida, acelerando su extinción. Sin el efecto protector por dilución que nos brinda la naturaleza, el incremento de virus pandémicos que salten las barreras interespecie está asegurado.
Esta es la leyenda la de la especie del que escribe y del que lee.
En la posguerra española del siglo XX, sentía el bardo Celso Emilio Ferreiro y expresaba en su poema Longa noite de pedra (Larga noche de piedra, en castellano):
O teito é de pedra.
De pedra son os muros
i as tebras.
De pedra o chan
i as reixas.
As portas,
as cadeas,
o aire,
as fenestras,
as olladas,
son de pedra.
Os corazós dos homes
que ao lonxe espreitan,
feitos están
tamén
de pedra.
I eu, morrendo
nesta longa noite
de pedra.[El techo es de piedra.
De piedra son los muros
y las tinieblas.
De piedra el suelo
y las rejas.
Las puertas,
las cadenas,
el aire.
las ventanas,
las miradas,
son de piedra.
Los corazones de los hombres
que a lo lejos acechan,
hechos están
también
de piedra.
Y yo, muriendo
en esta larga noche
de piedra.]
La piedra es el elemento recurrente que utiliza el poeta para describir su estancia en la cárcel de la época en la que le tocó vivir. En la cárcel de la nuestra si protestamos nos arrancarán los ojos, si no lo hacemos nos arrancarán el planeta: Vivimos en la larga noche de la estupidez humana.
Nota
1 Léase aquí recursos naturales como el eufemismo antropocéntrico que existe para toda forma de agua, minerales y el conjunto de seres vivos que tienen el infortunio de compartir el mismo planeta con la mundana gente, como si fuese natural explotar en beneficio propio, pero en detrimento de otras especies.