A cinco meses del inicio de la pandemia, la imagen que nos deja el concierto de países del tablero global empieza a ser más nítida. Como factor de recesión económica y social, la pandemia es en cambio un fenomenal acelerador de los tiempos políticos y parece encubrir el pasado con el futuro.
Las tendencias anteriores estaban a la vista. En octubre 2019, los Estados Unidos se retiraban progresivamente de los largos conflictos en Siria y en Afganistán, mientras desertaban sorpresivamente toda una serie de espacios multilaterales, símbolos del protagonismo excepcional desempeñado por Washington: Consejo de Derechos Humanos de la ONU, UNESCO, Asociación Transpacífica (TPP), Acuerdo nuclear con Irán, Acuerdo global sobre el Clima. Rumbo a ser segunda potencia mundial, la cooperación con China se volvió orgánica desde los años 90 a través de temas claves para la estabilidad global: por ejemplo la limitación de los arsenales nucleares de Corea del Norte e Irán, la participación en operaciones de paz junto con la ONU (Darfour), el crecimiento global, los equilibrios comerciales y la regulación de las tasas de cambio. En el contexto de la crisis financiera de 2008, fue Pekín quien lanzó el plan más ambicioso para frenar la recesión mundial en conjunto con los Estados Unidos, el FMI y el Banco mundial, acentuando el auge del continente asiático.
Esta relación se empezó a fisurar cuando el presidente norteamericano y los partidarios de una contención más firme del rival chino tales como John Mearsheimer iniciaron una disputa comercial y tecnológica cuyos fenómenos más visibles fueron el alza de los aranceles comerciales y el caso Huawei. En el telón de fondo se concretizaba la intención de frenar el desarrollo económico de China mediante la reducción de sus importaciones, la exclusión de ciertas empresas tecnológicas y la restricción de los visados estudiantiles chinos, junto con una presencia militar más importante en la zona Pacífica. En definitiva, de una globalización promovida, instrumentalizada y favorable a los intereses de la potencia ganadora de la Guerra Fría, se giró hacia un mercantilismo y un unilateralismo ofensivo que se profundizó hacia los países recalcitrantes como Irán, Venezuela, Corea del Norte o Rusia. Reasegurada por la actitud aparentemente ofensiva de Washington, China no dudó en este momento en reforzar su acción para erosionar la solidaridad transatlántica y dividir a los europeos entre sí. En efecto, más allá de las declaraciones humanistas y altisonantes, los líderes de Bruselas, chantajeados por los dos gigantes y fracturados entre sí, no han logrado correrse de las condiciones establecidas por Washington y fijar una postura soberana.
En otros escenarios, Turquía emprendía en 2019 una ofensiva en el norte de Siria, mientras se hacía presente también en Libia donde Francia y Gran Bretaña habían desatado en 2011 un fiasco desestabilizando a toda la región del Sahel. Volviendo en las relaciones internacionales a contramarea de la contención ejercida desde 1990 por toda la alianza atlántica, Rusia modificaba el rumbo del conflicto sirio a partir del año 2015, donde Irán posee también un peso regional preponderante. La misma potencia rusa se involucraba de modo perturbador en los conflictos en Libia, Venezuela y en distintos países de África. Estas actuaciones eran simplemente impensables hace unos años, más aún para un país como Turquía que integra la OTAN. En América Latina, la reactivación de una política ortodoxa fiel al estilo Monroe no permitió alinear un tablero regional ya desestabilizado por debilidades propias y que necesita visceralmente cooperar con China para mantener su crecimiento. En marzo 2020, la ruptura entre Rusia y los países productores de petróleo en la OPEP generaba otra desestabilización financiera en el inicio de la pandemia.
Por la magnitud de la vulnerabilidad humana y la recesión económica, la situación actual podría ser una oportunidad para poner el foco en los temas comunes que azotan y se plasman en las improvisaciones actuales y para que los dirigentes adopten un realismo más ético. Sin ideología ni partido, el virus podría haber puesto fin a ciertos enfrentamientos armados, también económicos y financieros, tal como lo apelaron varias voces y el propio Secretario general de las Naciones Unidas en abril 2020.
En la práctica, los proyectos de resolución para ratificar un cese del fuego y una moratoria de las sanciones para los países afectados por el coronavirus fueron doblemente rechazados de parte de los Estados Unidos, del Reino Unido, de los países de la UE, así como también de Japón, Corea del Sur y Canadá. En un asombroso silencio mediático, estos países han argumentado que la propuesta era esencialmente oportunista e instrumentalizadora de la pandemia. Este proyecto no sólo fue apoyado por Moscú y Pekín sino también por el G77 y el representante de las Naciones Unidas. Un poco antes, los Estados Unidos habían retirado su apoyo a la OMS en represalia a la influencia china ejercida en la agencia, mientras se constituía en otro plano una demanda de investigación de parte de múltiples países a China acerca del origen de la pandemia en Wuhan. Prisionera de sus mentiras iniciales y alentada por las inconsistencias americanas a la epidemia, las autoridades chinas desataron una respuesta también ofensiva. Combinaron campañas de propaganda en todos los frentes junto con el envío de insumos y equipos médicos y la expresión de duras declaraciones dirigidas hacia Norteamérica y el bloque occidental. Ejerció presiones sobre Europa para alterar las posturas críticas hacia ella, aprovechó las circunstancias tanto para ganar mercados (linea de ferrocarril Belgrado-Budapest, inversión en tecnología 5G...etc) así como también para intervenir legalmente Hong-Kong.
A esta espiral ofensiva, acaba de responder otra vez la hibris punitiva de Washington. La OTAN confirma que desarrollará la operación Defender 2020 durante la segunda mitad del año en Europa oriental, designando nuevamente a Rusia como blanco enemigo como si ella estuviera planeando todavía lo mismo que en la época del Pacto de Varsovia. La operación apunta a movilizar a los aliados otanianos en un nuevo umbral belicista y legitimar nuevos dispositivos nucleares tácticos recientemente puestos en servicio en el ejército norteamericano.
Un tono y una diplomacia «carnívora» se han instalado entre China y sus pares occidentales mientras la crisis requiere precisamente lo contrario. Parecen a veces dos gigantes con pies de arcilla que proyectan cada uno en el otro el chivo expiatorio de sus propias contradicciones. En el primer trimestre del año 2020, las inversiones directas de China en los Estados Unidos alcanzaban 200 millones de dólares mientras rodeaban los 2.000 millones en el mismo periodo en 2019. Europa, Japón y otros países han anunciado incentivar planes de relocalización de sus empresas fuera de China en pos de reducir su dependencia. Se cuestiona inclusive la fecundidad de las relaciones económicas con una China golpeada por la caída de crecimiento y el desempleo, negando el rol de locomotora que ocupó en la economía y la estabilidad mundial. Nuevas reglas del juego y estrategias están surgiendo. Con tal fortificación de los Estados y mutilación de la escena multilateral, ¿qué espacio queda para los bienes colectivos inherentes al mundo globalizado: los derechos a la movilidad humana, la integridad del clima y del planeta, la cooperación sanitaria y científica, la estabilidad financiera, los planes de incentivo económico necesarios para remontar los daños sociales?
De todos modos, las cartas geopolíticas quedan más descubiertas. Los errores acumulados del intervencionismo norteamericano, del doble estándar moralizador y de los cambios de régimen tanto en el mundo árabe como hasta Venezuela han crispado el imperium en declive y terminan beneficiando a la estrategia «del revés» chino, así como también a un despertar de la influencia rusa (y de otros a nivel regional). China se involucra en todos los espacios de influencia dejados por Washington y ya está demostrando más abiertamente que quiere dar vuelta a un mundo dominado demasiado tiempo por Europa y los Estados Unidos. Estos últimos quieren mantener a sus pares atlánticos en su órbita, mientras Europa enfrenta la cuestión de resolver la nueva tensión entre el temor a una América desgastada que la desprecia y el miedo a una China recargada de confianza y excediendo el sentido común de sus límites anteriores. En este tablero, el duopolio Estados Unidos-China acelera su posición de cabecera con una importante cantidad de espacios vacíos e intermedios que las potencias regionales pueden aprovechar.
Mientras se consolida este panorama, los desafíos planteados por el Covid-19 permanecen vigentes. En lo inmediato, se trata de desarrollar una solución sanitaria, prevenir más rápidamente los riesgos y emprender una recuperación sólida que no será posible sin un crecimiento global y sin China. Tanto China como Estados Unidos deberían anticipar las dificultades financieras que van a surgir del enorme volumen de deudas emitidas. Se requiere una cooperación inventiva para encarar los riesgos ambientales y energéticos, al igual que la profunda transición digital que se está acelerando con la pandemia.
Con tales retos, los ganadores serán los que logren tener conciencia de sus vulnerabilidades y sean capaces de guiar creativamente a su sociedad frente a una nueva responsabilidad individual y colectiva.