El viernes 13 de marzo de 2020, los que tienen el poder en Venezuela (el chavismo), declararon la suspensión de clases en todos los niveles a partir del lunes siguiente. Ese mismo día ya la prensa y las redes sociales, las cuales venían hablando de posibles casos infectados en el país, confirmaron el primero y que después la vicepresidenta de Nicolás Maduro también aceptaría su existencia junto a otros, en cadena nacional de medios de comunicación.
Nos había tocado, era inevitable. El domingo, Maduro establecería definitivamente la cuarentena para 6 estados dejando solo la actividad de abastos de comida y servicios considerados esenciales; y en los días siguientes sumaría el resto de los estados. De inmediato surgen dos grandes preocupaciones: ¡¿cómo resistirá nuestro pueblo esta pandemia si carece de lo esencial para vivir y muy especialmente de la higiene que es fundamental para evitar la propagación?! ¡¿cómo vamos a comer las mayorías empobrecidas si vivimos de actividades económicas informales que se realizan cada día y debemos encerrarnos en nuestras casas?!
Al observar la cuarentena desde la perspectiva venezolana con el cúmulo de problemas y peligros que puede generar, es inevitable pensar en la trágica normalidad de los tiempos del chavismo. Es decir, desde hace 21 años cada cierto tiempo, Hugo Chávez primero y ahora Maduro junto a su oligarquía bautizada como «los enchufados», han sometido a la gente a sobresaltos (crisis de alta conflictividad) de todo tipo. Los científicos sociales los han considerado como ciclos que claramente han logrado la consolidación de un sistema político con visos de «Estado policial». La población ha ido perdiendo gradualmente cada una de las bases de lo que se considera una vida digna dentro de una democracia liberal: haciendo primero que toda actividad política sea de alto riesgo (puedes terminar desde herido, exiliado, desaparecido, preso, torturado o muerto); para luego hacer que las actividades con que se sustenten la vida sean una verdadera proeza (trabajar no te garantiza ni siquiera alimentarte). El venezolano se ha convertido en una persona que todos los días debe salir a la calle a resolver cómo comerá él y su familia, cómo tendrá techo, luz, agua y mantener en funcionamiento los aparatos con lo que se vive. Solo pensemos que hace un año exactamente se sufría un mega-apagón de la luz junto a otros servicios que duró varias semanas ¡y que no se ha resuelto del todo al día de hoy!
Nadie puede negar que la declaración de cuarentena – a partir de los datos que se conocen del país – se hizo con tiempo, aprendiendo de los casos que se agravaron por no actuar de forma rápida (China, Irán, Italia, España, etc.). En eso hubo un cambio en lo que caracteriza a su gestión de gobierno en todos estos años, nos referimos a la permanente negación y ocultamiento de los problemas. Ocultamiento y opacidad que muchas veces se ejerce y estimula con fuerte represión. A pesar de ello, es inevitable la desconfianza ¡son 21 años! Pero algo se hace y llamamos a colaborar sin perder la capacidad de crítica por el bien de todos. Ojalá esto sea el inicio de un cambio en el chavismo el cual permita a su vez el cambio urgente que requiere Venezuela. Que la crisis traiga buenos aprendizajes y no un mayor avance del autoritarismo.
Pero nada de lo dicho resuelve los dos grandes problemas que advertimos inicialmente. Y muy probablemente fue por eso que el régimen hizo una pausa en su viejísima y reiterada retórica contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y le solicitó una ayuda. Este hecho me parece que es una muestra evidente del «despertar» ante la gravedad de la situación, la cual incluso (y esto es lo que más les preocupa con total seguridad) por su alto impacto en la economía más débil del mundo generaría cambios políticos. Los programas chavistas (y no tanto las sanciones porque estas solo tienen poco más de dos años) han generado la destrucción de la economía, lo cual ha llevado que en 7 años ésta decrezca más del 60% y la pobreza pase del 30% a más del 90%. La informalidad de la economía es lo dominante, y las mayorías se dedican a lo que llaman el resuelve, que se realiza generalmente en la calle, para complementar los sueldos que nunca alcanzan para comer porque la canasta básica alimentaria ya ronda por los 61 salarios mínimos (uno solo representa menos de 6$ mensuales). Ante esta realidad me pregunto con angustia: ¡¿Qué comerán en los días que se mantenga la cuarentena?! ¡y muy especialmente entre aquellos que mantienen con ese trabajo a niños y ancianos! ¡¿Qué va a ser de ellos?!
Los países desarrollados tienen ahorros para estas contingencias, pero los que tienen el poder desde 1999 en Venezuela se encargaron de despilfarrar y robar (dicho por ellos mismos) los ingresos que recibimos por el segundo mayor boom petrolero de nuestra historia. El Estado es incapaz hoy de ayudar a la gente. Las personas en los países normales tienen reservas (¡y créditos!) para los tiempos en que no reciben ingresos: desempleo, enfermedad o accidentes; pero en Venezuela los ahorros de la gente se han pulverizado desde el 2012 debido a la crisis de la economía que ya explicamos. El crédito es inexistente y los pocos ahorros de cada familia se consumieron en comida y otros servicios.
De esta forma la cuarentena nos toma en las peores condiciones y con la posibilidad que se agrave la crisis humanitaria compleja que padecemos. Ni hablar del sistema de salud que no tiene la capacidad para resolver los problemas diarios de la población tal como explicó en detalle el Informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en la República Bolivariana de Venezuela del 2019 y que tal como ha señalado este año las condiciones han empeorado.
Este sistema se caracteriza por carecer de los insumos necesarios y mantener un alto estado de insalubridad, por no hablar de la falta de agua y luz. Todo ello ha llevado a muertes que se pudieron haber evitados.
La conclusión es simple pero trágica: ¡Las mayorías en Venezuela están ante un grave peligro! ¡Si no nos mata el coronavirus nos puede matar el hambre por no hablar de cualquier otra enfermedad! ¿Qué hacer? La cuarentena que ya se está haciendo, pero considero que ahora lo primero es incrementar las ayudas que se dan a los más necesitados (hoy se llaman CLAP y bonos por el carnet de la Patria) e incorporar otros apoyos, y muy especialmente lleguen a todos y sin filtros de lealtades partidistas. Lo segundo es la solidaridad de la comunidad internacional, de la diáspora y de todos los que sobrevivimos acá.
Ya lo dijimos: afuera están en mejores condiciones para enfrentar la pandemia, y hay gente en el país que soporta mejor la crisis debido a que tiene un mayor «músculo económico». Esas personas deben ser generosas. Y por último y no menos importante, y esto atañe muy especialmente a los que tienen el poder, asuman las reformas económicas que permitan una mayor productividad ¡y que tenemos años esperando! Piensen seriamente el hecho de la necesidad que tiene la gente de la economía informal de salir a la calle para lograr sobrevivir.
Busquen formulas que combinen esta necesidad junto a la prevención. No tengo todas las respuestas pero creo que lo peor es caer en una distopía al mejor estilo 1984. No niego la prevención para nada y soy obediente de las medidas que se implementan en nuestro país, pero llamo a la necesaria reflexión antes que sea tarde.