Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir.
(Gabriel García Márquez, «Cien años de soledad»)
A modo de introducción
Esta parida va de economía, la que a los ojos de cada cual importa más: la hogareña. Servidor tiene el honor, el placer y la ventaja de estar en el campo de flores bordado. Un mal cálculo hizo que se me agotaran los medicamentos que para sobrevivir tomo cada día. Un anticoagulante –fluindione– que encuentro fácilmente en Francia. Allí, una caja de 30 comprimidos cuesta 2,91 euros, o sea al cambio actual unos 2.700 pesos. En Chile «no lo trabajamos», me respondió la farmacéutica de una de las tres cadenas coludidas. «Pero disponemos de otra molécula cuya caja trae 20 comprimidos, y cuesta 70.000 pesos». De ese modo mi tratamiento pasa de 2.700 a 105.000 pesos mensuales en menos tiempo del que tardo en contarlo. ¿Debo precisar que en Francia los 2.700 pesos los paga la Seguridad Social? Pocas horas más tarde, Mañalich, un mediocre incompetente, declaraba que «Chile tiene la mejor salud pública del mundo» (sic). Y aquí estoy… «confitado», como dice una vecina. Aislado, coronavirus mediante. A pesar de mi carácter lúdico, aventurero y travieso, no quisiera poner a prueba «la mejor salud pública del mundo».
Jodido coronavirus
Cuando pensé escribir esta nota, al coronavirus –desde Chile– no lo veías ni con un telescopio. Sin embargo la puñeta financiera planetaria ya había entrado en estado de coma. Como por arte de magia todos los medios, aquí y allí, coincidieron en echar mano a los titulares más susceptibles de generar pánico. He aquí algunos…
Recesión mundial toma forma y en Chile ya se anticipa un crecimiento cercano a cero.
La OMS declara el brote de coronavirus pandemia global.
Coronavirus pone fin al mercado alcista más extenso en la historia de Wall Street: Dow Jones cae 20% en un mes.
Angela Merkel estima que 70% de los alemanes se contagiarán con el virus.
Hasta ahí la cosa era apenas seria. Lo que desató el pánico fue lo inimaginable:
La UEFA suspende el Inter-Getafe y el Sevilla-Roma…
Aplazada la Copa Europa y suspendido el fútbol.
Sumado a la interrupción de las misas dominicales, la ausencia de las pelotas deja a las amplias masas sin opio, ni religioso ni pagano. Mala cosa.
En un arranque de solidaridad europea, el expresidente del Consejo Italiano, Matteo Renzi, envió un mensaje tranquilizador: «España estará en una semana en las mismas condiciones que Italia».
Haciendo gala de su legendaria eficiencia («lo único que sabe hacer bien esta boluda es hablar inglés», decía Sarkozy) Christine Lagarde, presidente del Banco Central Europeo por obra y gracia de no se sabe qué dios, urgió a la Unión Europea «a actuar para evitar una crisis como la de 2008». Dicho lo cual anunció algunas medidas: al día siguiente las Bolsas europeas se precipitaron en una caída sin precedentes, allí donde los precedentes abundan. Bendita Lagarde…
Por su parte, Macron intentó recuperar el manguito del emboque proponiendo «una actuación fiscal coordinada» de la Unión Europea. Alemania y los países nórdicos le preguntaron si sabía cómo cantan los gallos en el norte… Fin de la exhibición del niñato galo.
No sabiendo qué coños hacer, Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, le pide a España medidas extraordinarias ante la crisis… Tú ya sabes: cuando uno es impotente ante los acontecimientos, finge ser el organizador. En España, precisamente, los titulares de la prensa no le envidian nada a nadie:
Los velatorios de muertos por coronavirus: «Aquí no viene nadie. La gente tiene miedo».
Hacer gel desinfectante casero puede ser peligroso.
Guía para convivir con un contagiado de coronavirus.
No queriendo ser menos, un genio chilensis, –las fuentes omitieron precisar si de la Shile o de la Católica…–, se rajó con un comentario escalofriante:
Gerente de inversiones de AFP Capital: «Según bonos de EEUU, la probabilidad de recesión es de 80% ¿Pero qué pasa si los precios están equivocados?».
El boludito ignora que la única información que vale en la economía de mercado son los precios. Si ya no le puedes creer ni a tu madre, o sea a los precios… ¿qué nos queda aparte una eutanasia colectiva en plan Jim Jones y el Templo del Pueblo? (Guyana, 1978).
Trump, que ha vomitado toda su hiel sobre los científicos a quienes acusa de inventar peligros inexistentes, ahora les exige encontrar una vacuna en 24 horas cronometradas. Hay que joderse…
La FED, el banco central de los yanquis, víctima frecuente de los tweets de Trump, anuncia que en una semana inyectará un billón y medio de dólares más en los mercados monetarios. Diarrea general. Además, Jerome Powell, presidente de la FED, obtuvo una bajada de calzinhas, perdón de tasas de interés a cero por ciento. ¡Alabao! Cuando hace unos meses aseguré que la FED subió las tasas solo para poder bajarlas… (¿de qué sirve un banco central que no puede bajar las tasas?) hubo quien me acusó de tenerle manía a los bancos centrales (es verdad).
La TV, nunca tardía cuando se trata de embestir puertas abiertas y de banalizar el horror, ha ofrecido cifras de contaminados y muertos ad nauseam… ¡Minuto a minuto! Un pringao no acaba de exhalar su último suspiro, el rigor mortis aún no lo transforma en una suerte de palmera playera rígida y quebradiza, que la TV ya te lo ofrece como en la Edad Media la Iglesia ofrecía el espectáculo de hervidos vivos, empalados, desollados a cuchilla y otros sabios castigos que le devolvían la fe cristiana –ipso facto– al más escéptico.
Coronavirus: Francia cuenta, desde ahora [18 de marzo], 7.730 casos, de los cuales 175 muertos.
Mañalich, anda a saber de dónde saca el dato, anuncia que en Chile «habrá más de 40.000 contaminados» de aquí a fines de abril. Mientras tanto duerme tranquila niña inocente…
Relación coronavirus/economía
Pero… ¿esta parida no iba de economía? Así es. Si te doy el coñazo con el coronavirus es porque los mercados financieros, la economía, el sagrado crecimiento y el PIB de los cojones se fueron al diablo.
Las líneas aéreas, comenzando por LAN, le piden ayuda (plata) al gobierno. No son los únicos privados que estiran la poruña. En un santiamén se les olvidó que toda intervención del Estado en la economía es contraproducente y que la «destrucción creativa» (Schumpeter) mata a las empresas menos aptas para sobrevivir, privilegiando la aparición de otras más innovadoras y creativas. El darwinismo económico, pedestre y fatuo, queda de lado por causa de coronavirus.
¿Cómo es posible que el poderoso capitalismo se vaya de espaldas por la aparición de la enésima mutación de un pinche virus conocido desde hace décadas?
Lo cierto es que el coronavirus no tiene mucho que ver en ello. La economía capitalista está carcomida desde dentro desde hace ya tiempo. La hasta ahora tan bendecida globalización trajo consigo la posibilidad de dejar al rey desnudo en el ámbito planetario cada vez que surge un granito de arena que traba la ruedita tan bien aceitada del lucro como fuerza fundamental de la actividad económica.
El coronavirus es apenas el revelador de la miseria intelectual de los economistas y de la fragilidad de un sistema basado en la ley de la jungla, como no hace mucho el para-aminofenol revelaba las películas argénticas haciendo aparecer, nítidas, las imágenes fotografiadas por algún hijo de vecino.
Lo cierto es que, una vez más, debemos subrayar que cada crisis es una oportunidad de negocio, y un acelerador de la acumulación de los capitales en cada vez menos manos. No lo olvides.
Mucho dinero de las víctimas de las AFP se esfumará –ya se esfumó– en el aire. Algunos operadores financieros concentrarán su dominio en las transnacionales que ven su cotación bursátil hundirse cada día. Las remuneraciones, que no paran de bajar desde hace más de 40 años, se reducirán como peau de chagrin, las reivindicaciones de millones de ciudadanos quedarán para después («hay que ser responsables»), las costras políticas parasitarias alegarán que no conviene removerlas, visto que para hacerle frente al desastre «hace falta gente con experiencia».
Este es el verdadero desastre. Esta es la pandemia de la que conviene deshacerse.
Pero, desde luego, por el momento te tienen ocupado yendo a comprar cosas inútiles a las farmacias, mientras intentan explicarte que una sanidad pública raquítica, miserable, es «la mejor salud pública del mundo».
Entretanto, especulación mediante, las máscaras se pusieron más carillas…