No puede haber mejor manera de regresar a los Siglos de Oro que desde el ambiente que cada mes de julio recrea Almagro, con la compañía de teatro clásico jaleando por sus calles y con representaciones de toda índole en una buena variedad de espacios.
En esta última edición, tuvieron el gusto de presentarnos al que fuera uno de los más conocidos personajes de las tablas allá por el siglo XVII, Juan Rana, al más puro estilo de Calderón en la que fuera su despedida.
Aunque pueda resultar desconocido para buena parte del público de hoy, entonces era un habitual de los escenarios, protagonizando entremeses, esto es, las pequeñas obritas que se representaban en los descansos de la obra principal. Tan aclamado debió de ser, que con frecuencia los grandes de la época le tomaban como personaje central de sus textos: una buena parte de estos han llegado a nuestros días (más de setenta), de autores anónimos, de Calderón, Moreto, Quiñones de Benavente y otros autores de la época.
Juan Rana, originariamente, es un fantoche, un ser simple, que se desenvuelve entre las incorrecciones lingüísticas y los juegos de palabras con tendencia al doble sentido. Expuesto en la figura del alcalde o posiciones similares, es blanco perfecto de bromas y engaños; bobo en sus razonamientos y, sin embargo, en ocasiones cuerdo en las resoluciones. Incita, a partes iguales, a la risa y a la compasión.
Fueron varios los actores que se ocuparon de dar vida a tal personaje, pero Cosme Pérez consiguió mimetizarse con él durante cerca de cuarenta años, de tal manera que lo convierte en una segunda identidad.
La primera mención a Juan Rana de la que se tiene constancia se remonta a 1624, precisamente en un texto de Lope, Lo que ha de ser: es un papel breve en el que figura como alcalde bobo, pero el hecho de que se haga referencia a él con nombre y apellidos lleva a pensar que se trata de un personaje que ya estaba presente en el imaginario del momento. Se especula con que el texto en el que hiciese su primera aparición pudiera ser un entremés que se habría perdido.
Después aparece en un texto de Pérez Montalbán, El segundo Séneca español, ya en un papel más importante, que llega incluso a hablar con el rey Felipe II.
No obstante, en ninguno de estos entremeses hizo Cosme Pérez de Juan Rana por primera vez en los escenarios, sino en un entremés anónimo que pudiera ser anterior a ellos.
De cualquier modo, Cosme Pérez comienza a representar el personaje de Juan Rana de manera habitual y tiene tal acogida que los autores escriben sus obras para que sean representadas expresamente por él. Los nombres de Juan Rana y Cosme Pérez llegan a difuminarse, de modo que puede aparecer, tanto en el cartel como en la propia obra, con cualquiera de los nombres. Los dos son uno solo.
Muy poco se sabe de lo que fuera la infancia y juventud de Cosme Pérez, más allá de la creencia de que pudiera haber nacido un mes de abril de 1593. Algunos críticos opinan que pudiera haberse casado con Bernarda Ramírez, actriz que en numerosas ocasiones diera vida a la propia mujer de Juan Rana, hasta ese punto llegaba su mimetismo.
Fue reverenciado como mejor actor cómico de la época, cuyo contrato especifica, por representar la «parte principal de la graciosidad», lo que equivalía a ganar 10 reales de ración, 20 por cada representación y 50 ducados por la fiesta del Corpus (unos 560 reales). Ningún otro cómico de entonces alcanzó la celebridad de Juan Rana.
Nos hallamos en la época de Felipe IV, sin duda el momento de mayor florecimiento artístico que se haya dado nunca en nuestro país, tanto que al propio rey se le atribuyen varias obras. Felipe IV y su esposa acuden regularmente al teatro, disfrazados y a través de un pasadizo reservado para ellos. Las representaciones en el corral del Príncipe y en el de la Cruz son diarias. El teatro goza de tal popularidad y estimación como nunca antes; hasta los menos asiduos van si ese día hay comedia nueva. El público es exigente, debido en buena parte a la enorme fecundidad de Lope («en horas veinticuatro pasaba de las musas al teatro»).
Mientras tanto, Cosme Pérez iba desarrollando su actividad teatral por los rincones de España, actuando para distintas compañías. Y en Sevilla conoce a María Calderón, la Calderona, con la que entabla amistad. Más tarde, Felipe IV coincidiría también con ella en el Corral de la Cruz (su preferido, al igual que el de Lope), y todo indica que el propio Cosme ejerciera labores de tercería entre ambos. De esta relación nació Juan de Austria, el único de los hijos bastardos del rey que fuera reconocido.
Se desconoce hasta qué punto la relación personal que el actor tenía con el monarca pudo influir en su consideración en la corte. Pero, posteriormente, fue acusado de homosexualidad, imputación que pudiera haber sido insuflada por lo afeminado de sus representaciones; pero, en cualquier caso, en los tiempos que corrían para tales acusaciones, resultó exculpado, tal vez por el éxito que ya cosechaba o tal vez por la intervención de Felipe IV. Tras este hecho, su actitud en los escenarios se volvió más provocadora y, además, comenzó a adoptar puestos de mayor responsabilidad dentro de la profesión: lejos de verse afectada su carrera, aumentó su fama y aprecio.
Juan Rana alcanza tal notoriedad que ya en 1637, en la celebración de la Academia Burlesca con motivo del carnaval, el tema principal le tiene a él como protagonista. Sin embargo, en 1642, con 49 años, comienza a dejar constancia de su deseo de no seguir en los escenarios, deseo que seguirá expresando el resto de sus días. Aunque fue mucho el éxito que le proporcionó el alcalde venido a menos, también supuso su propia desgracia, ya que en su longeva vida no puso quitarse de encima el espectro que siempre lo persiguió.
Pero a pesar de este sentimiento de frustración, su prestigio no hace sino aumentar. En 1649 se celebra el matrimonio de Felipe IV con Mariana de Austria, de la que bien se conoce su afición por el teatro, lo que contribuye al aumento del esplendor y de la fiesta en la corte. Con esto, Cosme se convierte en el actor preferido, hasta el punto de que sus actuaciones se limitan casi en exclusiva a las celebraciones de la corte y la nobleza.
Tal era la relación, que se piensa que pudiera haber asistido a la boda real. Estuvo como invitado en El Escorial y la reina le concedió una pensión vitalicia por las risas que en ella lograba despertar, aunque justificando las dificultades económicas del cómico para así evitar envidias. Después, esta pensión Cosme se la cederá a su hija Francisca, con la condición de que nunca se suba a las tablas (a la muerte de Francisca, le será restituida la pensión «por ser viejo y hallarse pobre»).
Y no solo esto, sino que gracias a esa cercanía con los monarcas consiguió que conmutaran la pena de muerte dictada a su sobrina, también actriz, que había sido acusada de asesinar a su marido, librándola así del tormentoso final que a esta le aguardaba.
Han pasado los años y, aunque nada ha cambiado, sin embargo, Cosme nunca ha dejado de reiterar su deseo de abandonar el teatro, cansado de interpretar al personaje con el que ya siempre se le confunde. Seguramente por eso Calderón escribe para él el papel del gracioso Bato, como un intento de sacarlo de su encasillamiento en los festejos de 1653 organizados por la reina, en la obra mitológica Fortunas de Andrómeda y Perseo.
Pero este papel solo supone algo anecdótico. Los autores siguen escribiendo obras para él, y él las sigue representando. Sin importar la brutalidad que caracterice a alguna de ellas, como la mojiganga de Calderón en la que, para despertar las risas, los personajes lo lanzan por los aires para después dejarlo caer al suelo. Ya cuenta con 64 años.
Envejece y su estado salud empeora, lo que hace que las actuaciones se reduzcan. Pero, aun así, sigue siendo el elegido para las representaciones en la corte, lo que en alguna ocasión obliga a que lo tuvieran que llevar en silla de manos. Su última actuación tiene lugar tres meses antes de morir (han pasado ya tres años de la muerte de Felipe IV): tiene 80 años.
La última fiesta escénica en la que interviene, que resultó popular por celebrarse ante Carlos II y su corte con motivo del cumpleaños de la reina madre, fue un entremés de circunstancias de Calderón (el que fuera su homenaje personal a Cosme Pérez), El triunfo de Juan Rana, representado entre la primera y segunda jornada de Fieras afemina amor, del mismo autor. El cómico hace de estatua de sí mismo para recibir los laureles de su popularidad, con numerosas alusiones a que es viejo y está retirado.
Los gastos de estos festejos fueron tan elevados, que las críticas llegaron a afirmar que hubo que recurrir a Juan Rana, del mismo modo que se hizo con el cadáver del Cid, para que el espectáculo tuviera éxito.
Cosme Pérez muere el 20 de abril de 1672, y con él muere también Juan Rana.
Se hicieron varios intentos para resucitar al personaje, pero ninguno de los actores logró acercarse a lo de aquel, que con solo salir a escena conseguía el aplauso y las risas de los presentes. Por ello, la solución para seguir representando algunos de estos entremeses fue cambiar el nombre del personaje.
Un gran actor con tal capacidad interpretativa que consagró para siempre la vida de un personaje, aun a riesgo de deslucir con ello la suya propia, que quedó atrapada entre las bambalinas.
Solo me queda anunciar, para todo aquel que no se quiera tener que imaginar cómo será el tal Juan Rana, que en el Teatro de la Comedia de Madrid (hasta el 8 de marzo) podrán degustar algunas de las más ingeniosas piezas, que nos transportarán hasta pleno Siglo de Oro para hacer un homenaje al que fuera uno de su máximos representantes.
¡Ah, y no dejéis de ir a Almagro!