Los científicos se muestran de acuerdo, una vez más, en que dentro de 30 años procesos biológicos como la polinización de los cultivos o la renovación del agua se verán reducidos, sobre todo en áreas que actualmente disfrutan de un mayor capital natural, como África y Asia.
Para los autores de esta última investigación varios ecosistemas resultan fundamentales en tres procesos clave para los humanos: la polinización por parte de insectos y aves, la regeneración del agua mediante la retirada del exceso de nitrógeno procedente de la ganadería y la agricultura o la protección que diversas barreras naturales ofrecen en la línea de costa. No obstante, el científico Unai Pascual, del Ikerbasque (la Fundación Vasca para la Ciencia) apunta que «la naturaleza ofrece mucho más a los humanos pero no hay datos de las 18 grandes familias de contribuciones naturales que existen y para todo el planeta».
El estudio también incluye los distintos factores que más están deteriorando la naturaleza, como la deforestación de la tierra y el avance de la agricultura, la escalada de la urbanización y, por supuesto, el cambio climático. De hecho, la investigación refleja que, en el peor de los escenarios, hasta 4.450 millones de personas podrían tener problemas con la calidad del agua por la incapacidad de los distintos ecosistemas de regenerarla; además, casi 5.000 millones de humanos tendrán que soportar una significativa merma en los rendimientos de sus cultivos por una deficiente polinización.
Es más, solo una apuesta por una trayectoria sostenible podría reducir el número de personas afectadas por el deterioro de los ecosistemas. Sin embargo, dentro de 30 años, unos 500 millones de habitantes de las zonas costeras tendrán un mayor riesgo de erosión del litoral o de inundaciones.
Concretamente, la investigación asegura que «hasta 2.500 millones de personas del este y sur de Asia y otros 1.100 en África sufrirán una reducción en la calidad de su agua. Los riesgos costeros se concentrarán en el sur y el norte de Asia. Mientras, los mayores problemas con la polinización natural los tendrán de nuevo en el sudeste asiático y África, pero también en Europa y América Latina. En ambas regiones las personas afectadas podrían acercarse a los 900 millones».
Y parece que la tecnología no puede ofrecer la alternativa a seguir. Como explica Patricia Balvanera, de la Universidad Nacional Autónoma de México, especializada en la interrelación entre biodiversidad y bienestar humano, «si nos referimos a tecnologías como aquéllas que reemplacen por completo las contribuciones de la naturaleza, como puede ser la polinización manual de cultivos que hacen en China, o plantas de tratamiento de agua para eliminar el nitrógeno, o la elaboración de estructuras sólidas para proteger las costas, no me parece que sean solución».
«No son soluciones porque no cumplen todas las funciones que cumple la naturaleza. El tener vegetación a lo largo de los ríos o los bordes de los lagos no solo contribuye a la retención de nitrógeno, sino también contribuye a la infiltración del agua, a bombear agua a la atmósfera, además de ser un lugar apto para la recreación. Lo mismo con los manglares, arrecifes, pastos marinos. No solo contribuyen a la protección costera, sino que son las guarderías de los peces y por lo tanto contribuyen a la regulación de las pesquerías».
Por otro lado, Balvanera añade la falta de correlación entre los países en desarrollo y la apuesta tecnológica. «No es realista que Madagascar pueda invertir en construcciones costosas para la protección costera. No es realista que la India pueda poner cientos o miles de plantas de tratamiento de agua. Tampoco es realista que China compense toda la polinización con trabajo manual».
Qué duda cabe que la esperanza parece recaer en conservar los ecosistemas y la biodiversidad tal y como hoy los conocemos; así concluye la científica Becky Chaplin-Kramer, «contamos con la información que necesitamos para evitar los peores escenarios y avanzar hacia un futuro justo y sostenible».