Hacia finales del siglo XVIII, en un pequeño pueblo de la extinta Prusia, ve la luz Hacia la paz perpetua (Zum ewigen Frieden en alemán, traducido habitualmente al castellano como Sobre la paz perpetua) de Kant. Un pensamiento filosófico que, en tiempos de Napoleón Bonaparte y de los grandes imperios europeos, concibió un análisis racional de cómo lograr la paz mundial y evitar los conflictos bélicos entre naciones. En Francia, los cruentos tiempos post-Revolución francesa dejaban un reguero de ilustres guillotinados y una época convulsa de guerra a lo largo del mapa europeo movilizaba a los heraldos de la época (conflictos entre: Austria-Turquía, Rusia-Turquía, Rusia-Finlandia, Austria-Francia, etc...). Es en ese caldo de cultivo, poco después de instaurada la Paz de Basilea entre Francia y Prusia, donde el viejo Kant, en su cavilar, propone y dispone de una serie de artículos preliminares y definitivos junto con dos suplementos para la paz perpetua entre los Estados; además de dos apéndices en los cuales el filósofo expone su opinión acerca de la discordancia y concordancia entre moral y política.
Los artículos preliminares son posturas y decisiones políticas clave a la hora de determinar un modo neutral ante posibles conflictos. En total, Kant postuló seis artículos en este apartado para «contenerse» en política exterior:
- Que ningún Estado trate de controlar a otro mediante la fuerza.
- Que no se promuevan prácticas poco honorables entre pueblos a modo de que éstas impidan cualquier reconciliación futura debido al debilitamiento de la confianza entre naciones.
- Se advierte de armisticios enmascarados como tratados de paz donde un Estado se reserva cierta ventaja para una futura guerra.
- La no emisión de deuda pública para tratar asuntos de política exterior.
- La abolición de los ejércitos.
- La forma de gobierno no debe tratar al Estado como una posesión intercambiable, donable o heredable, a fin de cuentas, que no sea patrimonio privado (sino que es la sociedad propia del territorio es la que tiene el control sobre el territorio).
Los artículos definitivos son asombrosamente adelantados a su época y estos proclaman específicamente la constitución republicana en época de reyes, una federación global de Estados libres (como la Unión Europea pero a lo grande, preconcebida unos 150 años; por cierto, no ha habido guerra entre los Estados miembros desde su inicio...) y el respeto y trato de igual a igual a todos los habitantes del planeta en tiempos de colonias y esclavitud.
En el suplemento primero es donde Kant le otorga a la naturaleza un protagónico rol y la define como garantía para la paz perpetua. A su vez, la naturaleza ha dispuesto que todo ser humano de cada rincón del planeta pueda vivir, que a través de la guerra se haya ocupado cada territorio del mundo desde la Laponia a la Tierra del Fuego y que se haya conseguido regular las relaciones entre pueblos fundamentalmente por la guerra y por el afloramiento del espíritu comercial. Kant razona de forma magnífica en este suplemento desde el seno de una sociedad y un mundo muy diferente al nuestro, en pleno siglo XXI. Hoy, la naturaleza tiene indudablemente un rol similar al conferido por el filósofo. Lo cierto es que desde la época de Kant hasta el presente ha cambiado hasta la era terráquea (Antropoceno), ya que, principalmente, la impronta del ser humano desde la revolución industrial, y especialmente desde mediados del siglo XX, ha modificado incluso la corteza terrestre y ha cambiado las condiciones (anteriormente estabilizadas) de la naturaleza.
Actualmente se espera una extinción masiva (de otros animales) y un sobrepoblamiento humano, un alza de la temperatura global, derretimiento del hielo septentrional y meridional, subida del nivel del mar y grandes migraciones. La contaminación atmosférica y del agua (dulce y salada) es crítica, el desarrollo de tensiones bélicas entre pueblos a causa del cambio climático está de moda en la prensa diaria. La garantía para la paz perpetua parece garantizar todo lo contrario a lo expuesto por Kant por lo que un desarrollo consciente, economía a escala humana y la protección de la naturaleza, entre otras muchas medidas, contribuiría a revertir esta situación. Es insólito que el ser humano deba contribuir a preservar la naturaleza, como si ella (la naturaleza) fuese la deidad griega en un mito clásico y el ser humano, su héroe o heroína protectora; pero no queda otro remedio: paz y futuro pasan por un manejo social y medioambiental de nuestro planeta.
«Era un aire suave, de pausados giros...» versaba Rubén Darío un siglo después de Hacia la paz perpetua. Esos giros hoy son emulados, por ejemplo, en los vientos de Morricone; sus notas dibujan el concatenamiento entre el oxígeno y el do natural que, entre violoncelos, se habrían dejado ver junto a las «frases vagas y tenues suspiros» aquel día, aquel lugar y en aquel tiempo los cuales el poeta ignoraba. Sin embargo, nuestro Caronte se hubiera referido, quizás, a esa brisa que alguna vez respiró y que hoy es la brisa milagrosa de verano que penetra la muralla inmobiliaria de Santiago de Chile y sopla el bochorno creado entre la mala distribución metropolitana y el profiláctico asfáltico que separa la tierra de nuestros pies, entre muchos otros factores. Esa brisa estival que resbala por las montañas sin árboles de la cordillera de los Andes hacia la ciudad cuando la resignación está a punto de ganarle la batalla al calor. Ese milagro etéreo, ese refrescante elemento, esa sintonía con la naturaleza que revienta el saco de los epítetos y aún no ríe Eulalia...
De todos modos cualquiera ríe si la naturaleza muestra su cara afable. Sin embargo, jueza imparcial entre comedia y tragedia, la naturaleza también golpea: son los grandes incendios, el hambre, las migraciones y las guerras, pobreza, la pérdida de biodiversidad, de bosques, de selvas, el monocultivo, el desarrollo desigual y un largo etc... los que ocupan la palestra de grandes problemas actuales ambientales y sociopolíticos de la tierra que más nos preocupan tal y como en su momento se preocupó Kant de la cruda realidad de su tiempo.
A nivel de enlace personal con la naturaleza, existen hoy en día muchos deportes y actividades que nos diluyen en el medioambiente como a una gota en la mar. Hay ciclismo, running, trekking, andinismo, senderismo, rappel, parapente, kayak o escalada entre otras. Todas ellas, aficiones que comparten el amor por la naturaleza y determinan la disciplina y el carácter del que las practica. Todas, sin excepción, vigilan el estado de los nervios y el estrés, te reconectan con una fuerza poderosa que la ciudad desactiva, te regalan el sonido de los latidos del corazón por sobre el silencio y las horas del día se salen del minutero y duran lo que determina la rotación de la tierra. Te ves capacitado como un protector del ecosistema, te dejan exhausto y levitando pero es la gran artista naturaleza la que, providencia y destino, como opinaba Kant, nos enseña todas las caras de la moneda y, en su trago más amargo, hasta nos puede dejar huérfanos. Paz, anhelos, desvelos, sonrisas y llantos proporciona la naturaleza cuando uno liga su propio destino de forma individual a ella, además, como rescata elocuentemente Kant a Séneca: fata volentem ducunt, nolentem trahunt, esto es, el Destino guía a quien se somete, arrastra al que se resiste.
El suplemento segundo del libro trata un tema que todavía no ha cambiado desde entonces, la importancia de escuchar al filósofo. Seguimos con problemas cruciales de raíz y sin embargo no reunimos masa crítica para cambiar ciertos aspectos de nuestro devenir como especie ergo en la actualidad, como si fuesen los Asurancetúrix de la aldea gala, también se desoye a las personas con conocimiento.
Ha cambiado mucho el mundo desde la época de Kant, pero nosotros parecemos ser los mismos.