Desde que el hombre es hombre – mucho antes de llegar a ser Homo sapiens — siempre ha buscado una figura que le guíe en su devenir. Ese es uno de los principales significados de la palabra líder, un anglicismo adoptado de la palabra inglesa leader. Es decir, ser líder es mucho más que estar al frente de una organización o institución pública o privada, o sobresalir en una disciplina deportiva o campo concreto, es guiar al común de los mortales hacia nuevos caminos, nuevas formas de hacer o de pensar que redunden en principio en el beneficio común para toda la sociedad. Mucha responsabilidad y muchas expectativas para un simple mortal, ¿verdad?
Pues a lo largo de la Historia ha habido muchos mortales – algunos de ellos no precisamente los que salen victoriosos en los libros de Historia- que han liderado a sus comunidades en pos de ese progreso, de ese bien común. Otros, quizá más humanos, tan sólo trataron de sobrevivir a tiempos inciertos. Sin más. Y también lograron pasar a ser leyendas. Un caso de este tipo podría ser la figura del Cid Campeador, el infanzón burgalés Rodrigo Díaz de Vivar. En mi generación millennial casi aparecía en los manuales de texto de forma tangencial y como curiosidad literaria de leyenda. En los libros de mi madre, aquella «Enciclopedia Álvarez» tan nacionalcatólica- aparecía también como una figura mítica pero bastante travestida de política.
Es difícil determinar todo el alcance real de su figura – desafortunadamente no soy historiadora y creo que tampoco hay muchos medios para confirmar la verosimilitud de toda su historia, puesto que en el siglo XI no existía internet. Pero lo que sí es un hecho es que para sobrevivir a X siglos su relevancia debió ser incuestionable. Pero su influencia la puedo encajar más en la descripción que el maestro Arturo Pérez- Reverte hace de él en su novela Sidi que en cualquier otro relato.
Un tiempo incierto, de muchas culturas viviendo dentro de la Península Ibérica y todas queriendo una posición hegemónica, pero todas al mismo tiempo conviviendo en dificultades. Dentro de este escenario, un hombre sencillo, cuyo oficio es algo tan terrible como matar, logra ser autónomo de cualquier señor y ofrecer sus servicios contando con una mesnada de soldados a sueldo. Es decir, un ejemplo de líder. Porque le siguen incluso cuando no entienden sus razones, simplemente porque él se comporta como uno más, les respeta, les da su sitio. Y ellos le respetarán a él en cualquier circunstancia, dependen de él para su supervivencia. Y confían en él.
Todo este concepto de liderazgo y su valor ha ido incrementando su valor con el tiempo. Actualmente vivimos en tiempos inciertos y volátiles, por eso la idea de una figura clave a la que respetar y nos guíe en nuestras dudas y responsabilidades diarias siempre es un aliento motivador. De otra forma, no se explicaría que, por poner un ejemplo de liderazgo negativo, chicas occidentales contactasen para formar parte del ISIS y servir como recipientes de hijos de los terroristas. Aunque no tenga sentido, en un mundo caótico y sin valores todos los valores negativos y reaccionarios de muerte y destrucción del ISIS para ellas era un aliciente.
Desde los años 80 del thatcherismo y el perfeccionamiento del sistema consumista, ser líder implica ser siempre y en toda circunstancia un triunfador. Y esa figura se encuentra específicamente entre aquellos que saben hacer mucho dinero – grandes ejecutivos, banqueros- pero cuya guía, a diferencia de la de Rodrigo Díaz, no tiene ni moral ni sistema de valores. Es el famoso tanto tienes, tanto eres. El problema es que a este mundo venimos y nos vamos sin nada material.
En pleno siglo XXI, la era de la imagen y el marketing sin contenido ni valores –el orden consumista pervive- de repente las personas han dado una vuelta hacia el espíritu, hacia los valores. Si se da entidad y credibilidad a una niña como Greta Thunberg – que de momento no es científica, ni ha logrado nada en el campo medioambiental y aún debe acabar sus estudios- es porque a pesar de la gran campaña de comunicación brillantemente ejecutada por su familia y jaleada por los medios de comunicación a nivel global, ella sí está alzando la voz para poner sobre la mesa un enorme problema de toda la sociedad: el inexorable fin del planeta si no hacemos algo para remediarlo. Fuera eslóganes, más acciones. Eso es lo que llega a la gente.
Hace poco tiempo, en prime time y formato multicanal pudimos ver a una de las mujeres más poderosas del mundo, Ana Patricia Botín, en un formato por supuesto controlado, pero muy lejos de la zona de confort de las ruedas de prensa o los desayunos con medios. Es un formato en el que – aunque dejes ver lo que tu quieras dejar ver- el margen de error es mucho más alto. Y optó por dejar ver una imagen de liderazgo feminista, conciliador – con la ayuda siempre de los hombre, algo muy destacable- preocupado por lograr ese impacto social para llevar a cabo esas acciones necesarias para mejorar la vida de las personas con temas precisamente como el cambio climático.
Quienes pertenecen a esa élite de los que dominan el mundo – los políticos son meros títeres agradecidos del dinero que les proveen sus puestos, ya sin sentido de servicio público alguno- están optando por estrategias distintas para lograr trasladar una cara más amable, más optimista. Un liderazgo en positivo, más cercano. Y el relato de ese liderazgo se va humanizando un poquito más. Necesitamos ese relato de superación, de perseverancia, de confianza, en líderes y no sólo entre las élites para lograr salir de esta época incierta y volátil donde el futuro aún no llegó y el presente parece que siempre se escapa entre nuestras manos. No sólo de glorias pasadas vive el hombre, aunque siempre necesite referentes.