El PSOE y Unidas Podemos tardaron menos de dos días en anunciar un acuerdo de gobierno tras las elecciones de noviembre. Claramente, ese pacto estaba esbozado con anterioridad y esperaban a que la circunstancias acompañaran para hacerlo público. Y esas circunstancias eran un hipotético ascenso de VOX en estas elecciones, o, en su defecto, de cualquiera de los miembros de la tríada de la derecha.
La posición de las izquierdas es algo más débil que hace meses, pero el pacto es más justificable ante el electorado. El escollo puede venir con los nacionalismos, ya que Pedro Sánchez había adoptado un rol incomprensiblemente duro estos últimos meses con los partidos independentista catalanes, que ahora tienen más difícil justificar su apoyo al PSOE sin mejoras en la situación catalana, especialmente sin un referendo vinculante. Para ERC y JXC ya no les basta simplemente huir de la derecha reaccionaria como razón para apoyar a Pedro.
Esos vaivenes políticos han hecho que el presidente dé una imagen de político veleta lamentable, quizá no tanto como la de Albert Rivera, quien en alguna ocasión estaba dispuesto a pactar con todo el mundo por lograr su cuota de poder, pero igualmente indigna de un presidente. La radicalización del discurso de Sánchez venía con la intención de rascar votos por la derecha y comerle el terreno a la tríada de PP, C’s y VOX, ya que por la izquierda lo tenía más complicado. Un movimiento que muestra signos de la destacada audacia de Sánchez, pero también una falta de principios alarmante. Algo, por otro lado, tristemente común en la política española.
En los últimos años, la política en España ha pasado a ser el arte de la radicalización, sin término medio en la mayoría de temas, extendiéndose la idea de que todo lo que no sea blanco o negro, o toda voluntad de diálogo, es señal de debilidad y de encubrir la pertenencia al otro bando. Y así resulta imposible salir del bache político, social y económico que vive el país. El escenario hoy día está más crispado que nunca desde 1978, con mucha gente de los estratos más bajos de la ciudad votando y justificando el auge de la extrema derecha. En ese sentido, el de la falta de diálogo, el acuerdo PSOE-UP puede ser una bendición.
Una de las grandes lacras del país viene de los medios de comunicación; los públicos están politizados, sobre todo cuando la derecha rige las administraciones, pero los privados pertenecen a conglomerados de empresas cuyos intereses sirven, o, en su defecto, son grupos intervenidos por bancos, que no suelen desperdiciar la oportunidad de meter mano en los contenidos de esos medios. Una situación deplorable, caldo de cultivo para la manipulación del pueblo y condiciones incompatibles con tener una democracia sana. O, simplemente, con tener una democracia real, según la percepción original del término en la Antigua Grecia.