La pregunta que figura como título de este artículo suelen lanzártela derechistas acérrimos o centroderecha, según eufemismo al uso; democratacristianos guatones, como calificamos en Chile a los especímenes que bailan en la cuerda floja de las ideologías; los tibios o amarillos de corazón y asimismo esos chicha ni limoná, que zahería el gran Víctor Jara.
Por supuesto que es viable otro modelo, no el soviético, fallecido de muerte natural, ni el venezolano tambaleante; ni siquiera el cubano, a pesar de sus indesmentibles logros en educación y salud, teniendo en cuenta –cómo si no- la incidencia del despiadado bloqueo estadounidense de medio siglo sobre la débil economía isleña. La opción debiera ser un sistema mixto, que posibilite el desarrollo de pequeñas y medianas empresas, más cerca del cooperativismo que del lucro individual o corporativo, con un Estado fuerte, de estructura técnica y moderna, que pueda ejercer la supervisión de la economía orientada al bienestar social, mediante la recuperación de las riquezas básicas y la administración de los servicios esenciales. En él no tendrían cabida los grandes empresarios ni las corporaciones multinacionales.
Mi buen amigo ingeniero, aquí a mi lado cuando esto escribo, me dice que la última frase del párrafo precedente invalida de inmediato mi propuesta, pues en un mundo de economía global no se puede nadar a contracorriente sin ahogarse. Es el punto esencial de esta disyuntiva, es decir, de qué manera las poderosísimas fuerzas que sustentan el sistema mundial imperante se opondrán a todo cambio estructural. El quince o veinte o veinticinco por ciento –cuando mucho- que se beneficia del modelo en boga, defenderá sus prebendas con todo lo que tiene a mano; si es necesario, apelará a hechos y acciones en apariencia atentatorios contra su propio estatus, como lo han estado haciendo ahora en nuestro país, mediante la planificación de algunos precisos atentados contra la propiedad, para atribuírselos al anarquismo, a los violentistas o al terrorismo internacional incitado por… Venezuela; están saliendo a la luz testimonios de ello, a pesar del control mediático del ministerio del interior.
Cito a un lúcido pensador –no marxista, para no ofender ni alterar a mi amigo-, Isaiah Berlin en su biografía crítica sobre Karl Marx, quien, a pesar de lo que dice una canción de Serrat — ....que Carlos Marx está muerto y enterrado...—, buena parte de su pensamiento no ha perdido vigencia, según interpreta Berlin, y viene muy a cuento en nuestra realidad chilena, hoy:
Una sociedad es reaccionaria cuando avanza inevitablemente hacia un punto muerto, es incapaz de evitar el caos interno y el desmoronamiento final a despecho de los más desesperados esfuerzos por sobrevivir, esfuerzos que crean por sí mismos una fe irracional en su propia y postrera estabilidad, propósito con el que todos los órdenes moribundos se engañan a sí mismos acerca de los síntomas de su propia condición. No obstante, lo que la Historia ha condenado, ha de ser necesariamente barrido…
El actual modelo neoliberal que impera en Chile, de capitalismo salvaje y no de economía social de mercado, como pretenden quienes manipulan hoy la cosa pública en su particular beneficio, está sufriendo un estruendoso colapso. El argumento agonizante de sus defensores, ya lo conocemos de sobra: «cualquier cambio podría resultar peor». Pobre raciocinio, pero eficaz cuando se alza con el fantasma del miedo, arma preferida de la derecha económica. Entonces, a quien recibe 240.000 pesos líquidos (sueldo mínimo) y osa pedir un aumento, se le responde: «Si no te gusta, búscate otra pega... Hay cincuenta huevones esperando esta misma oportunidad que aquí te brindamos».
Para muchos, quinientos años de capitalismo expoliador, que tienen a la humanidad al borde de una catástrofe ecológica y colectiva inimaginable, no son suficientes para cambiar de rumbo. Continúan en la porfía suicida del «aumento sostenido de la producción», a toda costa, mientras la Naturaleza -o la Madre Tierra- padece los terribles daños de la codicia como una colosal fiera herida.
Sí, debemos ser capaces de articular otra opción. De lo contrario, nuestros descendientes heredarán los escombros y las cenizas –si es que algo queda- de un edificio social construido sobre la arena, aunque hayamos pintado sus granos con los chillones colores de la farándula feliz.