Este viernes más de un millón de personas salieron a las calles de Santiago en una histórica marcha para protestar contra el Gobierno de Piñera y expresar un malestar que viene de lejos. Queremos arrojar un poco de luz y analizar lo acontecido estos días en el país andino.
Chile, ¿una tasa de leche?
La publicidad acerca de la sociedad chilena instaló la idea de que éramos una sociedad muy tranquila donde convivíamos todos sin mayores dificultades, éramos los «tigres» de Sudamérica. A lo menos eso era lo que proclamaban los políticos de turno, los ejecutivos de empresas y muchos otros arrogantes. Pero, de un momento a otro, esa imagen quedó rota. El viernes 18 de octubre se produce una acción destructiva y vandálica, algo que comenzó cuando el Gobierno subió la tarifa del metro de Santiago en sólo $30 y los estudiantes de manera masiva eludieron el pago saltando por sobre las barreras de entrada. De pronto, ese viernes 18 de octubre en una acción destructiva y vandálica, se genera un estallido social que se va generalizando a varias ciudades del país y que se mantiene hasta ahora. Desde el sábado hasta el pasado martes 22, la situación se mantiene igual. El Gobierno declaró el estado de emergencia en Santiago y varias provincias, entregándole a las Fuerzas Armadas el control del país. Miles de manifestantes, posiblemente organizados, invadieron estaciones del metro causando graves destrozos; se incendian inmuebles, destruyendo lo que se les cruza, asaltan y roban supermercados, farmacias y negocios. ¿Son los $30 de alza de tarifa? No: es la gota que rebalsó el vaso; porque no sólo se limitó a Santiago, se fue agregando el resto de Chile. La paciencia de la enorme mayoría de chilenos se agotó.
Chile aparentemente era una tasa de leche, pero subterráneamente la mayoría de la población no vivía tranquila, vivía en tensión, con angustia, ira, frustración y hasta desesperación. Eso es lo que estalló, acabándose la aparente tasa de leche que publicitaban los dueños de Chile.
Escribo el martes 22 de octubre sintiendo los estallidos de las bombas lacrimógenas y observando cómo las multitudes escapan de las mismas. Hoy en la provincia de Valparaíso tendremos toque de queda desde las 18.00 horas.
¿Por qué he escrito acerca del paradigma actual y de la necesidad de una Gobernanza planetaria y qué relación tiene con los sucesos acá en Chile?
Lo que pasa en Chile es sólo una muestra de lo que pasa en muchísimas partes de este planeta. Porque Chile es un reflejo de una sociedad individualista, una economía profundamente «neoliberal» y de mercado, un modelo de sociedad cruel, donde el sector privado actúa casi sin mayor control porque la clase política no ha modificado de manera esencial la Constitución instaurada en dictadura en la que el estado es débil por definición, «subsidiario al sector privado», donde casi todo lo existente, incluido el agua y las riquezas del país está privatizado, con casi todas sus Instituciones desacreditadas ante el grueso de la población, porque se trata de una sociedad imbuida en el paradigma del nosotros/ellos, amigo/enemigo, los míos/los demás y así sucesivamente. No se escucha la necesidad del otro/a, no se dialoga.
Nos caracteriza una falta de empatía de quienes ejercen el poder real en Chile, de la clase política chilena (y sus partidos a los que pertenecen), de los dueños del país, de las Fuerzas Armadas que desde las sombras lo controlan. Existe un nivel de corrupción nunca visto en nuestra historia donde se han coludido muchos empresarios y ejecutivos de empresas con políticos, donde los altos mandos de la Fuerzas Armadas han cometido fraude y robado miles de millones de pesos con cifras de tal magnitud que aún se desconocen en su totalidad y están en la impunidad ya que la “justicia” simplemente los ampara. Se tiene además una justicia militar que funciona en tiempos de paz, aparentemente la única en el mundo que favorece aún más la impunidad de sus altos mandos. Contamos con una justicia civil que ampara los privilegios; a modo de ejemplo: mientras que un ciudadano cualquiera que atropella y da muerte en estado de ebriedad a una persona se le da pena de cárcel, a un hijo de un diputado “de buena familia” se lo deja libre por una falta similar, pero se castiga a dos muchachos que lo acompañaban por “complicidad”, algo que nadie aún se explica.
Mientras, el 80 % de la población tiene angustias económicas, pensiones miserables, deudas que muchas veces implican embargos, en una desigualdad social que implica vivir al margen de las posibilidades de trabajos mejor remunerados al no existir una educación pública adecuada de calidad o al no haberse educado en el colegio de elite de quienes son los más pudientes ya que no pueden acceder a ellos. Eso muestra con claridad que la sociedad chilena esta lejísimos de pensar en el Bien Común y de tener un verdadero norte para el país, salvo el sostener un crecimiento lo más permanente posible a cualquier costo social y ambiental y amparar los privilegios de quienes detentan el poder. Todo ello es un producto evidente del paradigma actual: «lo mío es fundamental, el otro no cuenta».
Chile no es una isla separada del dolor del mundo, somos parte integral de una humanidad que aún no aprende a vivir en armonía y solidaridad entre sí. La inequidad en el acceso a la salud, la educación, los servicios básicos, pensiones dignas y un trabajo bien remunerado, forman parte de la realidad en nuestra patria. No somos diferentes en ello de otros pueblos tan cercanos y queridos del continente. Es así que muchos de nuestros compatriotas puedan sentir que esta situación está más allá de lo soportable o aceptable. Por ello vemos estas manifestaciones de protesta y rebeldía, muchas veces agresivas y violentas, que nos llegan a sorprender y afligir. De pronto no somos lo que creíamos parecer. Estamos muy enfrascados en el paradigma de los opuestos del cual tenemos que generar los primeros pasos para poder superarlo en algún momento. Pero a lo menos podríamos generar conciencia como para mitigar sus efectos. Otros países y sociedades ya lo han hecho.
El actual Gobierno de Sebastián Piñera y sus ministros es especialmente poco empático con la población y no conoce de sus angustias. Son muchísimos los ejemplos de su falta de empatía con la gente que no es de su clase. Pareciera que recién ha manifestado interés por la situación de la gente y reconociendo públicamente, por primera vez, de que la enorme mayoría de sus compatriotas está viviendo en la angustia, pero hasta ahora no muestra disposición a renunciar a ninguno de los privilegios que él, sus ministros y sus más cercanos, dueños del poder, tienen en Chile. Eso ocurrió sólo este fin de semana a consecuencias de este estallido social ya que alguien le dijo que el tema de fondo no es «sólo el alza de la tarifa en $30» sino un resentimiento, frustración y rabia acumulados. Pero el insiste en enviar un proyecto de Ley al Congreso para rebajarle los impuestos a la gente de su clase de manera de aumentar aún más la desigualdad social existente. No escucha, no desea entender al otro, al que no es de su clase.
Sin embargo, ninguno de los demás Gobiernos que ha habido desde que se fue Pinochet del poder formal, y llegó nuestra débil democracia, puede declararse a sí mismo como sin responsabilidad en este estallido. Todos son responsables. Estalló ahora porque Piñera y quienes lo rodean son especialmente poco afortunados en su relación con la gente que no es de su clase. Pero en la acumulación de las rabias ciudadanas todos, casi sin excepción, son responsables de lo que esta ocurriendo.
Y no han aprendido: siguen enfrascados en ideologías opuestas propias de este paradigma, ya obsoletas, rígidas, incapaces de superar problemas básicos de convivencia, incapaces de llegar a un Acuerdo Nacional orientado al Bien Común lo que significa la renuncia a mantener los actuales privilegios y cuyas consecuencias son la base de este estallido social.
La chilena es una sociedad en la que quienes tienen el poder no se interesan en darse cuenta de que son unos insolentes privilegiados que se han aprovechado de la debilidad del resto, siendo además una fiel expresión del paradigma planetario expresado en la sociedad chilena.
Sin embargo, existen sociedades que a pesar de vivir en un mundo donde en general rige el paradigma de los opuestos, han sido capaces de reducir sus efectos. Me refiero a países más civilizados como los escandinavos, algunos europeos, algunos del sureste asiático, que a lo menos tienen un norte donde el Bien Común está bastante priorizado y sus pueblos logran vivir en una mejor convivencia social.
Por lo mismo, de haber voluntad y consciencia política y social, especialmente de las clases dirigentes y dueños del país, Chile podría mejorar su convivencia, reconstituir sus Instituciones y sembrar por un país más sustentable generando mejores condiciones en su tejido social.
Acerca de la violencia
Es necesario condenar la violencia, todo tipo de violencia. Por una parte distingamos una violencia visible que es la que ejercen turbas descontroladas destrozando edificios e instalaciones y/o asaltando negocios y también aquellos actos puntuales de agresión a personas los que se publicitan a diario.
Hay también una violencia invisible: la de quienes son los más vulnerables en lo económico y social, que tienen que vivir al día tratando de subsistir lo mejor posible a quienes se les va generando una destrucción paulatina por acumulación en el tiempo de su salud mental y emocional. Combinado a aquello de tener que vivir por su subsistencia básica, está el conocimiento a través de los medios del mal funcionamiento institucional de la sociedad por acciones delictivas que quedan impunes o con castigos risibles especialmente por parte de personas con poder económico social que les genera frustración, desamparo y rabia a la mayoría de la gente. Este tipo de situaciones que se va acumulando en el tiempo, va destruyendo el tejido social del país: es violencia invisible.
Pienso que la mayor parte de las personas rechazamos todo tipo de violencia; tanto la visible como lo invisible. Y esperamos de parte de la sociedad organizada castigos, penas a lo menos al nivel del daño que causan quienes provocan esas violencias.
Una de las frases más recurridas por parte de los gobernantes, políticos y personajes en Chile es: «dejemos que nuestras instituciones funcionen». La mala noticia es que la percepción ciudadana estima que las instituciones funcionan muy mal. Prácticamente todas las «instituciones» del país desde el Gobierno, el Parlamento, la clase política, grandes empresas y corporaciones, empresarios y altos ejecutivos entre otros y sin duda alguna el Poder Judicial tienen una pésima percepción ciudadana respecto a su funcionamiento. La sensación de impunidad ante las diferentes situaciones delictuales como robos en gran escala, narcotráfico, corrupción en diferentes niveles, delincuencia común y así sucesivamente llevan a que la esperanza de castigo efectivo en Chile, de no cambiar drásticamente el actual sistema en lo penal y varios aspectos de lo judicial, sea muy baja. Este es otro factor que colabora gravemente a la frustración y rabia de la gente. Aun es mejor negocio para las empresas estafar y/o engañar a la gente ya que no existe un castigo equivalente a lo que la estafa o el engaño causan.
Algunas de las ilustraciones que he entregado y entrego en este artículo respaldan esta sensación de impunidad ciudadana y del descrédito de nuestras Instituciones.
Es hora de renovar nuestras Instituciones. Es hora de modificar esa sensación de una maraña de leyes que en lugar de agilizar la posibilidad de drásticos y fuertes castigos dejan muchos delitos en la impunidad. Es hora de un gran Acuerdo Nacional para abrirnos hacia una sociedad mejor.
Repasemos algunos aspectos que va generando la violencia invisible, esa que desde hace muchos años, destruye la vida de millones de personas que viven con la esperanza de un mejor futuro, de una buena educación, de adecuadas jubilaciones, de recibir buena atención a sus dolencias, de contar con dignidad material y oportunidades de capacitarse y educarse, frustración que se va acumulando en la mente y la emoción de las personas.
Es hora también de que se den claras señales de cambio positivo que afecten a la enorme mayoría de la gente de nuestro país. Que mejoren sus ingresos mínimos, que validen la real participación ciudadana, que se repiensen las Instituciones existentes para que cumplan su función y muy especialmente eliminar la maraña de leyes con las que se trata de gestionar la sociedad chilena, que nos hunde en la burocracia y la impunidad, en lugar de optar por decisiones que se amparen en el sentido común, en la sabiduría y sencillez de algunas personas y no de otras encerradas en sus rigideces y dogmas mentales. Pero este es un tema que requiere más análisis y diálogo.
La violencia reactiva, irracional, violenta, destructiva y visible es una reacción emocional muchas veces a la violencia invisible, pero también son actos delictivos que nadie puede respaldar o aprobar. Ese modo de protestar no favorece una real protesta ante las violencias invisibles de nuestra sociedad. Las protestas masivas, sin violencia ni destrucción, son más eficientes y no causan el daño innecesario de esas protestas vandálicas que destrozan y en nada ayudan.
Nuestra condena a la violencia visible y vandálica no nos debe inhibir a condenar igualmente la violencia invisible que es también tremendamente violenta porque es acumulativa en el tiempo. Veamos algunas ilustraciones:
Cuando el sistema judicial castiga a un conjunto de ejecutivos de cadenas farmacéuticas que a través de colusión de precios estafaron a todos los chilenos con hacer un seminario de ética y la gente ve en la TV como se abrazan jubilosamente y se ríen, sin duda es una burla y una violencia a la gente que se entera y observa.
Cuando un ministro de la República declara a los medios que la gente afectada por el alza de la tarifa del metro de Santiago debería levantarse más temprano para poder ahorrarse esa alza, mientras el tranquilamente se desplaza en su automóvil y no tiene ningún tipo de angustias como sí la tiene una enorme cantidad de ciudadanos que tiene que ver la forma de vivir con ingresos totales familiares inferiores a $400.000 mensuales, ¿le cabe duda a alguien de que se está ejerciendo una cruel violencia hacia la ciudadanía?
¿No es violencia que la gente se muera esperando ser operada, que la gente jubile con sueldos de miseria cuando a esas alturas de la vida necesitan cosechar lo mejor, que la mayor parte de la gente tenga angustias para llegar a fin de mes sin seguir endeudándose?
¿No es una vergüenza que en Chile las farmacias cobren por una caja de medicamento de marca hasta 50 veces a su equivalente genérico. Es decir, en lugar de un mes de medicamento con el mismo dinero el paciente tendría para más de 2 años de tratamiento? ¿Y que si se consulta por el genérico en la farmacia normalmente no está disponible?
Existe violencia invisible en los planes de salud que segregan drásticamente a la gente, en una educación pública de mala calidad, destrozada en todo aspecto incluso en lo valórico humanista, en una clase política que son una vergüenza por no tener empatía alguna con la gente, en partidos políticos con ideologías tanto de derechas o izquierdas absolutamente obsoletas y encerradas en sus dogmas y prejuicios que no interpretan la realidad social y sus posibilidades alejadas del Bien Común.
La violencia invisible de las abismantes diferencias de oportunidad según la familia en que se nació o el colegio donde se estudió, del gran desprestigio institucional en el país motivado en gran medida por la corrupción donde hay desde jueces, altos mandos de las diferentes fuerzas armadas, empresas de todo tipo, políticos ligados a las mismas cuyos delitos quedan en la impunidad o reciben penas absurdas que son una burla a los demás y así sucesivamente, ¿no es todo eso una tremenda violencia instalada en nuestra sociedad?
En esta época la gente está informada (o manipulada en su información) a través de los diversos medios y de un modo u otro, le llega lo que pasa y va comparando cómo viven algunos pocos y cómo están obligados a vivir ellos. El acceso a los medios así como la indignación y frustración que se genera en la gente es inevitable y va a continuar si no se generan puentes que hagan consciencia de lo que le pasa a los demás.
Ojalá se genere la capacidad de escuchar no sólo a los personajes de instituciones altamente desprestigiadas (lo que es darse vueltas en lo mismo), sino a la gente de los estratos más humildes de la sociedad para centrarse en el Bien Común en lugar de tratar de mantener los viejos privilegios generando medidas de parche. Menos abogados y economistas, en esos consensos y más gente real y afectada en sus vidas, para tomar medidas de fondo, a esas personas son a quienes debe escucharse. Chile es un país muy rico con gente de gran potencialidad y falta tener un concepto claro y consensuado del país que deseamos. No es bueno que el 2% de la población sea la dueña del 85% de las riquezas del país y que no haya un mínimo de empatía con los más vulnerables que son demasiados. Sólo la renuncia, la altura de miras y la generosidad harán posible una convivencia social sana y armónica.