Las expectativas son producciones mentales creadas a la medida de nuestras propias carencias o de nuestras más deseadas ilusiones, pero que, al estar fuera de nuestro control, convertimos en creencias. Situaciones de expectación en las que deseamos que algo pase de determinada manera, o que no ocurra nunca, por lo que tienen que ver más con el afán de control de explorar lo que pasa y cómo sucede, que con la confianza.
Las expectativas consiguen que basemos nuestra vida en la espera. No nos facilitan avanzar hacia lo que queremos, antes al contrario. La expectativa es solo una idea depositada sobre las personas, el entorno o las circunstancias, con la esperanza que nos devuelva lo que queremos o necesitamos. Conviene no confundir con la motivación, que es un mecanismo interior que sí podemos manejar nosotros y nos aporta un impulso real para alcanzar las cosas que nos proponemos.
Si quieres una decepción segura, crea expectativas
A veces pasa mucho tiempo y algunas frustraciones importantes hasta entender que a las expectativas conviene no tomarlas muy en serio. La medida de nuestros desengaños tiene que ver con el detalle y la magnitud de las expectativas que hemos construido. Las expectativas son limitadamente poderosas, pero pueden engañar más que las apariencias. No es difícil construir castillos en el aire esperando tener un golpe de suerte en la vida, que aparezca la relación «ideal», aguantando por si nuestra pareja cambia, anhelando el trabajo definitivo y hasta confiando en la honestidad de los políticos. Las expectativas nos acompañan toda la vida, forman parte de nuestra cotidianidad.
Las expectativas tienen, también, mucho que ver con lo que nos han hecho creer y con lo que nos hemos creído. Pero aunque las expectativas son el fruto de nuestras creencias y de los juicios interiores que nos hacemos con ellas, no solo las engendramos, sino que también padecemos las que pertenecen a otros. Por eso las expectativas a veces las tenemos y a veces nos tienen ellas a nosotros. Sinceramente, no sé qué es peor.
Sólo a través de la acción la expectativa adquiere algún sentido. Las decisiones que tomamos generan las condiciones necesarias para que un determinado acontecimiento ocurra, o no se produzca. Pero no se trata de cerrar fuertemente los ojos y desearlo con todas nuestras fuerzas, ni convencernos, como pretende el infumable Coelho, de que «si quieres realmente una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla», ofreciendo una visión esotérica de la expectativa muy alejada de la psicología y el humanismo en su sentido amplio, y en consecuencia, de la realidad. Pero no nos vamos a rasgar las vestiduras a esta altura, la literatura de autoayuda sustenta su producto de venta neoliberal en los consejos y en la creación de expectativas.
Las expectativas nos influyen en casi todo. Es básicamente inevitable tener expectativas en relación con alguien o con algo, hacia nosotros mismos. Todos nos las formamos en forma de pensamiento automático en nuestra mente. La mayoría de ellas son impuestas por la sociedad y por la cultura en la que nos movemos. Desde muy pequeños nos señalan el camino (más bien los atajos) de cómo debería ser nuestra vida futura, de la imagen que deberíamos crear de nosotros y de cómo debería ser aquello que ocurra. Esta suerte de «imposiciones» son el caldo de cultivo de la frustración de las expectativas.
La trampa de las expectativas
La expectativa empuja a un esfuerzo de adaptación, nos invita al juego de construirnos según lo que se espera de nosotros y nos inocula el miedo a quedar aislados o excluidos. La expectativa influye en nuestro auto concepto sobrecargándolo con las expectativas de los demás; la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, la pareja. Como consecuencia de ello se condiciona el comportamiento de una persona.
No es infrecuente que quien se toma demasiado en serio las expectativas sufra lo que en psicología conocemos como profecía autocumplida, esto es, las creencias y sobre todo las acciones que acometemos sobre nuestra realidad, pueden llevar a la toma de decisiones distorsionadas, cuando no erróneas, sobre lo que se puede o no se puede conseguir. Las expectativas no son buenas o malas, pero esconden la trampa de la confusión que produce querer ser lo que otros creen deberíamos ser. El sentimiento de culpabilidad por frustración de las expectativas es uno de los factores que generan más ansiedad, desmotivación y miedo al cambio en las relaciones.
¿Qué hacer con las expectativas?
Desarrollar el pensamiento crítico es una buena receta para avanzar en casi todo en la vida. Esto permite visualizar con mayor claridad si la frustración de nuestras expectativas está en nuestro terreno o en el campo de los demás. No es una tarea fácil, requiere valor.
Las personas no somos específicamente de una determinada manera. Pero estamos en posesión de la capacidad para propiciar los cambios necesarios para intentar vivir la vida que realmente queremos. Nuestra experiencia, lo que vivimos, es nuestro arsenal más efectivo contra las construcciones mentales basadas en creencias poco realistas, para dejar de construir castillos en el aire que tienen puertas con cerraduras de las que desconocemos su combinación. Parecería que proponer vivir sin expectativas generaría más frustración que frustrase con las expectativas no cumplidas. Y es posible que esto pueda suceder realmente así. Vivir sin expectativas como hacerlo con expectativas poco realistas. La comprensión de la inflexibilidad del esquema mental que alimenta las creencias por las que esperamos que la vida funcione como queremos, es básica para relativizar la influencia de las expectativas en nuestras vidas.
Como la vida da giros, o nos sorprende, la acumulación de expectativas nos produce desasosiego, incertidumbres, debilidad emocional y poca capacidad de reacción. Los entrenamientos para adecuar nuestras expectativas a la vida que vivimos nos acercará siempre un poco más a ser dueños de nuestro estado emocional y a comprender la diferencia entre lo que podemos controlar y lo que no.