Un psicólogo debe ser un científico practicante. La actividad de cualquier profesional de la psicología, con independencia del área de especialidad a la que se dedique, se sustenta en el conocimiento científico propio de la disciplina. Separar la práctica profesional de lo que muestran las evidencias obtenidas en la investigación científica constituye un fraude a quienes nos confían su salud. Todo potencial usuario de los servicios psicológicos, tiene el derecho de exigir una atención eficaz y efectiva.
La psicología es una ciencia aplicada. En este sentido, no se puede olvidar y mucho menos obviar, que las técnicas que emplean los profesionales de la psicología, deben tener por objeto satisfacer las demandas de sus pacientes, clientes o usuarios. La consecuencia lógica, para la consecución de este principio, son las intervenciones basadas no solo en la experiencia del profesional, sino en la evidencia válida de éxito de los tratamientos.
Salvo charlatanes e intrusistas, nadie cuestiona la naturaleza científica de la psicología; sin embargo, los psicólogos no podemos mirar hacia otro lado, en cuanto a si, el método científico que se emplea, justifica la realidad de la psicología moderna como científica. Es decir, en psicología no soltamos una bola de metal cien veces y cien veces obtenemos el mismo resultado, el problema científico de la psicología reside en que nuestro objeto de estudio es algo tan impredecible como el ser humano. La psicología, en consecuencia, no se puede evaluar como ciencia desde la experimentación, no al menos como la entiende un físico, o desde la óptica de aquellos que desprecian las ciencias que tratan de estudiar el comportamiento humano. En este sentido, haremos bien los psicólogos y psicólogas en no dar por empíricas las respuestas a unas manchas y las respuestas a cómo nos llevamos con nuestros padres y a qué diantres nos trabó cuando niños, de interminables cuestionarios.
El método científico de la psicología es la evidencia de sus resultados. Pero, ¡ojo!, la psicología es tan susceptible al fraude como otras tantas ciencias. En 2011, el psicólogo social holandés Diederik Stapel, protagonizó un escándalo mayúsculo al publicar en la prestigiosa revista Science, revista científica de referencia, un estudio cargado de falsedades. En el mismo venía a asegurar que la gente sometida a entornos y vidas desordenadas tiende a despreciar a los extranjeros. El fraude no consistió en que los datos que presentó generasen dudas sobre su validez u objetividad, sino que, sencillamente, se lo había inventado todo. Todo, desde las encuestas a la recopilación de datos, era falso. Como al capitán de El holandés errante (leyenda inmortalizada en una ópera wagneriana) al psicólogo le había podido la soberbia, se creyó incuestionable.
Así, de igual manera, pasa en determinadas conductas e intervenciones en psicología, donde la falta de evidencia cuestiona su eficacia. Ya no les digo nada de las pseudociencias y pseudoterapias que ponen en jaque a nuestra disciplina. No entraré aquí a valorar el daño que tanto fraude y mentiras causa a la psicología como ciencia, pero sobre todo, a los que confían en ella para abordar sus problemas. En cualquier caso, me remito a lo que publiqué, en estas mismas páginas, no hace demasiado tiempo (Como un ciego con una pistola, febrero, 2019).
Un colega mío suele recetar flores de Bach. La idea de que la intervención psicológica, que la psicoterapia, necesita un «plus» para ser creíble, me resulta, sencillamente, desoladora. Desde 1947, las acometidas de algunos profesionales, y de otras muchas más personas que sin ser psicólogos pretenden actuar como tales, han venido arrinconando lo científico en psicología a los libros y apuntes de metodología de la investigación, observándose una preocupante desconexión entre las técnicas que se aplican en la práctica profesional y los avances logrados en la investigación científica. En una investigación realizada por Prochaska (quien definió la psicología como una ciencia que busca un cambio motivacional en la persona), en 1983, pidió a una cohorte de psicólogos clínicos que indicaran los motivos por los que habían elegido una orientación psicoterapéutica determinada. Casi todos alegaron motivos personales relacionados con la influencia, muchas veces aleatoria, de personas o escuelas de una determinada orientación. Llamó la atención que casi ninguno de ellos estableciera vínculos entre su elección y resultados y evidencias de investigación. Afortunadamente, en la actualidad, las escuelas psicológicas han dejado de ser compartimentos estanco, gracias a las evidencias de éxitos terapéuticos, y de la visión integral en las intervenciones.
Cuando alguien decide, finalmente, acudir a psicoterapia, lo hace porque ha tomado conciencia de un problema que quiere arreglar, principalmente porque le produce situaciones de malestar psicológico que afectan a la calidad de su vida, tanto a nivel de salud mental, como de cualquier otro aspecto que condiciona negativamente su bienestar personal y social. Hay profesionales que consideran que puede ser útil, que la persona que busca un psicólogo, conozca la orientación teórica y metodológica de las diferentes psicoterapias. Más allá de que alguien pueda encontrar en este conocimiento un método más atractivo que otro, o que perciba un determinado tratamiento como más cercano a su forma de ser y de sentir, o crea se acopla mejor a sus necesidades, la realidad es que existen decenas de terapias psicológicas. Podría «el paciente» reducir el espectro considerando exclusivamente aquellas, digamos, más conocidas o con mayor implementación, pero, ¿en base a qué podría hacer su selección? ¿Quizá a la evidencia científica de sus resultados? Labor ardua para quien, en la mayoría de los casos, busca soluciones a su malestar, una puerta de salida a su conflicto. Lo lógico, lo pragmático, lo ético, es que los profesionales ofrezcamos intervenciones fundamentadas en el éxito científico de los resultados. Esto es, promover la práctica psicológica efectiva en la evaluación y diagnóstico, la prevención, el tratamiento, la psicoterapia y el asesoramiento psicológico.
El soporte empírico de la psicología
La eficacia de las intervenciones psicológicas está estrechamente ligada a las condiciones establecidas en la investigación científica. Ésta es la garantía, no ya del profesional, sino de la persona que pone en manos de éste aspectos cruciales de su vulnerabilidad como persona. Cuando alguien da el paso, desde el primero y más importante, y todos los que vienen a continuación, está poniendo en manos del psicoterapeuta un espacio propiamente personal, nos envía un claro mensaje poniendo el foco en la atención a su propia vida. Exponer lo que pasa por nuestra propia mente, especialmente cuando se vive en un estado de confusión, nos desnuda por completo.
Como la psicología no solo tiene una finalidad curativa, sino un carácter marcadamente preventivo, las actuaciones tienen que estar perfectamente diseñadas, enmarcadas y garantizadas. Los conflictos emocionales y las creencias erróneas de un paciente pueden desarbolar a cualquiera, incluido el profesional de la psicoterapia poco preparado, arbitrario o que desconoce la base científica de la disciplina. La validez interna de los métodos de una intervención psicológica, o para que me entiendan, en otras palabras, los criterios por los cuales se puede determinar que la persona paciente recibirá una atención ajustada a su necesidad o a su carencia, tienen que ser el timón que marque el rumbo de la relación terapéutica.
Destaquemos alguno de estos criterios, que no solo son importantes en término de eficacia de la intervención, sino también de efectividad o utilidad para la demanda de ayuda de la persona tratada. Es decir, al contrario de lo que sucede con muchas pseudoterapias o con la mala práctica de la psicología, no se trata de convencer al paciente de la idoneidad de la práctica terapéutica, sino de que pueda observar por sí misma resultados favorables en su propia persona. A propósito de esto que comento, ya en 2010, en un documento de la Asociación Española de Psicología Clínica y Psicopatología, sobre la efectividad de las terapias psicológicas, Echeburúa, Salaberria y otros, argumentaban que «no se trata de sólo demostrar que una terapia es eficaz para un trastorno dado, sino que lo es más que otras alternativas y en unas mejores condiciones». La psicología y las prácticas psicoterapéuticas fundamentadas en la evidencia empírica propicia, además, un abandono de la vetusta visión donde se buscaba mostrar la supremacía de un enfoque terapéutico frente a otro.