El reciente incendio de la legendaria catedral parisina de Notre Dame supone un golpe a un pilar de la cultura europea. Pocos edificios hay más icónicos y, de hecho, se trata del edificio histórico más visitado de todo el planeta, recibiendo a más de 13 millones de personas cada año. Estos símbolos de nuestra civilización de tal magnitud están, a menudo, muy expuestos a catástrofes y ataques, y solemos darnos cuenta y lamentarnos cuando es demasiado tarde.
Notre Dame, entre otras pocas construcciones icónicas, es una obra que refleja diversos aspectos de nuestra cultura, y todos ellos recibieron una sacudida difícil de imaginar cuando las llamas golpearon uno de los iconos de París y Francia, a saber:
Desde un punto de vista religioso. Aunque nunca he sido creyente, la importancia eclesiástica de la catedral es innegable, y Notre Dame es uno de los iconos del triunfo del catolicismo en Francia y Europa.
Culturalmente, es uno de esos edificios con los que es fácil identificarse, que despierta respeto y admiración, y que ha contribuido a la formación de la Europa moderna.
Artísticamente; la catedral francesa es una joya arquitectónica. Es más, a pesar de mi ya mencionada falta de apego por la religión, me resulta incuestionable que las diversas creencias han inspirado muchas de las más maravillosas obras de arte y que iglesias y catedrales son comúnmente edificios de gran valor artístico y arquitectónico. Y el arte inspira al arte, por esa razón Víctor Hugo dotó a Notre Dame de mayor notoriedad en el siglo XIX con su obra maestra Nuestra Señora de París, conocida por todos como El jorobado de Notre Dame.
El impacto de acontecimientos naturales, atentados o accidentes en determinados puntos específicos da a pensar en la fragilidad del orgulloso mundo occidental, cimentado en unos pocos pilares, muchos de los cuales fueron construidos siglos atrás, y sobre los que se sustentan culturas, sistemas de creencias e incluso estados.
Esa es una realidad que enemigos de lo que representa la cultura occidental, como son los grupos islamistas, supieron ver, por eso atacan en ciudades populares, y planean, por ejemplo y como se descubrió, el ataque a iconos como es la Sagrada Familia.
Esta situación debería hacer que nos demos cuenta de la necesidad de proteger los símbolos históricos y culturales, ya que son el principal legado que recibirán de nosotros las generaciones futuras, y su desaparición supondría un golpe mortal a nuestro tejido cultural tal y como lo conocemos.
Lo cierto es que fue conmovedor comprobar como tantas personas de todo el mundo contribuían económicamente a la futura reconstrucción del templo parisino, aunque en este caso comparto las críticas leídas en internet que se mofaban de que cuesta mucho más recaudar dinero para ayudar a los más necesitados. Ambas causas deberían ser principales y olvidarnos de cualquiera de ellas, o de las dos, nos deja en un mal lugar como sociedad; sin esos símbolos no existiría nuestra cultura hoy día, pero sin personas no existirá en el futuro.