En la semana del 15 al 21 de abril se celebró en todos los países del mundo occidental o cristiano (más de 2.400 millones de personas) la «Semana Santa», dedicada a recordar la vida y obra de Jesús de Nazaret, un extraordinario predicador de Galilea, cuyas ideas religiosas revolucionaron en muchos sentidos al mundo.
Como estudioso (no experto) de la Biblia, me ha llamado la atención y de hecho me deja perplejo, el que, en los tres primeros Evangelios (sinópticos), se cite tan poco a María, madre de Jesús, aunque en el cuarto, el más moderno, al parecer se trató de corregir esa falla. Como dice ese incomparable educador costarricense, don Omar Dengo, en su Elogio de María:
«Los Evangelios no revelan muy poco de esta mujer escogida y bendecida para ser la madre del hijo de Dios, para los cristianos. Pero lo más impresionante es que no se cita una sola alabanza para su madre de parte de su hijo Jesús, ni se señalan palabras de cariño o de amor y más bien parece expresarse en forma dura con ella».
María (en arameo Miriam), la madre de Jesús, fue una mujer judía de Nazaret, en Galilea, con un posible nacimiento entre el 30 al 20 a.C.
Lucas dice que María y José fueron a Jerusalén para la fiesta de Pascuas cuando Jesús tenía doce años, al regresar notaron que el niño no estaba con ellos y al buscarlo después de tres días, lo encontraron en el Templo conversando con los sacerdotes. Su madre sorprendida le dijo: «¿Hijo mío, por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados». La brusca respuesta del niño fue: «¿por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi padre?». Por supuesto, ni José ni María entendieron nada.
Los tres Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas citan que, en una oportunidad, su madre y sus hermanos llegaron a una reunión y quisieron hablar con él, y no pudieron hacerlo, ya que la respuesta que él le dio a quien vino a darle la noticia fue: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y él mismo señalando en ese momento a sus discípulos dijo: «estos son mi madre, y mis hermanos».
El mismo Lucas señala que cuando terminó Jesús de dar un sermón, una mujer gritó «¡dichosa la mujer que te dio a luz y te crió!». Él contestó: «dichosos más bien quienes me escuchan y obedecen a Dios».
Los tres Evangelios al relatar la muerte de Jesús en la cruz no señalan que su madre o algún apóstol estuvieran cercanos y menos al pie de la cruz. Pero todos afirman, a diferencia del cuarto, que María Magdalena y otras mujeres sí estuvieron cerca. Finalmente, los cuatro Evangelios concuerdan en que después de resucitar Jesús se le apareció primero a María Magdalena y a otras mujeres, antes de hacerlo a su madre o a los apóstoles.
El autor del cuarto Evangelio, el más reciente, trata de darle más importancia a María y señala tres datos que no existen en los otros. Cita una boda en Caná, en Galilea, donde Jesús convirtió el agua en vino a solicitud de su madre. Luego fue a Cafarnaúm en compañía de los apóstoles, su madre y sus hermanos, y finalmente afirma que él, el apóstol Juan (supuesto autor del cuarto Evangelio), y María la madre de Jesús estuvieron al pie de la cruz en el momento de su muerte.
Al leer los Evangelios, no nos queda la menor duda de que María la madre de Jesús sufrió tremendamente ante el hecho de que las prédicas de su hijo le pudieran acarrear castigo y hasta la muerte de parte de los sacerdotes del Templo o los jefes romanos. Por otro lado, Jesús a través de su vida de predicador, que es la que conocemos, enseñó, aconsejó y curó mentes y cuerpos de muchos judíos enfermos, se ofreció como cordero para el sacrificio por los pecados cometidos por otros, dio cariño y buen trato a sus compañeros apóstoles y amor a raudales para los niños, los pobres y para quienes creían en él. Fueron varias las mujeres que consoló o ayudó durante su tiempo. De hecho, entre las mujeres seguidoras de Jesús y que le ayudaban, María Magdalena fue más cercana a él en sus últimos años que su propia madre, e incluso fue la primera persona a la que le anunció su resurrección según los cuatro evangelios, pero nada de aviso a su madre.
Para quienes piensen que he criticado como desagradecido a Jesús en relación a su madre, recordemos que: como correspondía según su cometido, Jesús tuvo que preferir a las demás personas, en cuanto a dar; sin embargo, para su madre no solo fue una fuente de dolor, sino que en ningún momento se dice que le expresó su amor por todo lo que había hecho por él o le dijo palabras de consuelo por todo lo que ella se preocupaba.
Cuando Jesús estuvo en Nazaret predicando, sus habitantes se resistían a creer en él ya que decían: «¿no es este el hijo del carpintero José y de María?» El Evangelio de Juan señala que hasta sus hermanos no creían en él. Por eso Jesús dijo «nadie es profeta en su tierra y en su propia casa». Por otro lado, él necesitaba dar el ejemplo y debemos acordarnos que Mateo y Lucas dicen en la parte de Jesús causa de división, que éste señaló:
«¿Creen ustedes que he venido a traer la paz, a la tierra? Les digo que no, sino división en la familia; el padre contra el hijo, la madre contra la hija y los hijos contra los padres, la suegra contra la nuera y viceversa».
Él claramente había dicho: quienes me sigan deben dejarlo todo incluyendo a su familia y tuvo que dar ejemplo de este tremendo sacrificio que le debe haber costado un mundo de sentimientos.
Creo que con lo anterior se ejemplifica el hecho de que los padres sólo deben dar sin esperar recibir nada de sus hijos. Si se trata de José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús, sólo se cita como descendiente de David y carpintero, más insignificante no pudo ser su papel. Y María representa a la mujer que es madre, dedicada al sacrificio de llevar durante 9 meses al hijo, al riesgo y al esfuerzo de dar a luz con dolor, el tener que alimentarlo, cuidarlo, verlo crecer por meses y años, educarlo y finalmente verlos partir, sin tal vez un agradecimiento cuando dejan el hogar. Este es el misterio del amor de la madre por sus hijos y la entrega total de ella, con los sacrificios que a sabiendas hace por el bien de ellos, aunque no sea comprendida.
Los hijos deben entender que el amor de los padres es el más desinteresado del mundo y muchas veces no reconocido, esta es una ley de la vida. En los Evangelios no se dice en ninguna parte que María se sentía menospreciada, ya que su amor de madre aceptaba los hechos, aunque posiblemente no encontraba, al menos en la Tierra, consuelo para su inmenso dolor. Una profecía de sufrimiento le había sido anunciada por Simeón, un hombre justo y piadoso que le había dicho «una espada te atravesará el alma».
El Nuevo Testamento relativamente habla poco de María, excepto de su pureza y origen y por qué fue escogida para ser la madre de Jesús. En todo caso, ella cumplió plenamente con esa tremenda responsabilidad, por eso la piedad y adoración que las mujeres cristianas y en especial las católicas le consagran. Van al corazón de María a acogerse a su consuelo y a pedir su apoyo cuando tienen algún problema.