«Lo que puedo decir que guarda mi
mente no es ni ocurrió exactamente
como lo cuento, pero es semejante a
qué pasa en ella…».(«Revelaciones casi científicas», de Zerpe Aírbu Orazal, libro en proceso)
Una de las estimas más apreciadas por el sapiens es «la inteligencia propia» –con todo lo que conlleva de vanidad, orgullo y estupidez humana-. Y quien esté leyendo esto podría pensar o creer que cuando lo digo informo de algo que todos sabemos. Lo cual me invita a investigar en mí mismo el escenario mental en que se me ocurrió escribir tal cosa. ¡Cáspita! Me estoy hackeando a mí mismo, sin permiso del Inconsciente. Y pretendo entrar en las redes de mi cerebro, donde millones de neuronas -con más de mil conexiones sinápticas cada una-, esconden trillones de conexiones que conservan y explican quién soy y por qué hago esto o aquello. Es decir, estoy autorevelándome «datos privados» de la máquina que soy.
¿Máquina? («Sí, soy el Dios de Mi Máquina»). ¿Y quién o qué provocó a mi pensamiento para que mediante este juego de palabras que usted, lector, esté leyendo ahora, comenzara la expedición para descubrirme a mí mismo quién soy? Busco, analizo, establezco secuencia temporales de lo que ha entrado en mi cabeza en la última hora y encuentro al culpable: Isaac Asimov. Él es responsable de que este soliloquiando sobre tal asunto ahora –bueno, no directamente él, más bien el periodista que escribió un artículo con este título: «Cuando Isaac Asimov jugó a predecir 2019 y acertó».
Dios ha cambiado su perfil
«Dios ha cambiado su perfil». ¿Qué significa lo que afirma esa oración? ¿Es un hecho, o algo imaginado por mi mente? Mi conversación conmigo mismo, en la que soy juez y parte –incluso más, también defensor y acusador, lo cual supone tres interlocutores-, me sugiere que ambas preguntas puedo responderlas con un «sí» o con un «no». Y cualquiera de ambos adverbios es real, consistente y verdadero ¡Pero solo en el conjunto universo específico de los significados que otorgo a Mis Palabras! ¿Y qué sería necesario, imprescindible, incuestionable para que pudiera estar completamente seguro de que «la respuesta elegida» es la correcta? Sencillo: una segunda opinión, siempre que esta proceda de una entidad de poder superior, puede ser un dios o un organismo nacional o internacional de los cuidan de nuestra especie, porque si emana de otra persona que pertenece a la misma especie que yo, corro riesgo de que uno u otro esté equivocado.
Este «Principio de Verdad» o «Cualidad de Autoridad» es, aunque no evite totalmente quedarnos con dudas sobre sí o no es cierto, es, repito, el más importante descubrimiento del Pensamiento Religioso. Y fue y es lo que le concede El Poder Absoluto sobre todas las formas de pensar posible en que lo hicieron los primeros homínidos y que todavía hoy día se mantiene como «la primera condición» para aceptar que algo pensado es correcto y no falso: Creer (sustento emocional por excelencia).
Yo he pecado: porque quise y quiero saber cuál era el primer fundamento de todo lo «pensable». Y para ello es inevitable encontrarme con «Yo creo». Mi cerebro de sapiens distorsiona el mundo en que existe para reforzar los vínculos emocionales que se adaptan mejor a mi propósito de sobrevivir y de hacerlo en la forma más placentera.
Moralidad y Ética –como mecanismos para controlarme-, juegan papel secundario en el intercambio constante que mantengo con el medio ambiente en que existo. Solo «Amor», por su naturaleza de «energía sexual incomprensible», puede, aunque no siempre, influir en que cambie de comportamiento menos útil y bueno a otro más útil y bueno. ¡Pero ello solo ocurre cuando el equilibrio entre yo y mi entorno, está a favor del primero! O en casos puntuales excepcionales en que se manifiesta lo que llaman «mi altruismo».
La norma del comportamiento estándar del sapiens –según deduzco de mi observación sensorial del entorno donde vivo y de la información que recibo de los medios de información-, es el llamado ego-ismo que, por cierto, no siempre es negativo, abusivo, ni depredador o letal para «otros», sino que más bien funciona como fuerza de compensación para contrarrestar la beligerancia con que «aquellos otros» intentan imponer-me sus condiciones de convivencia.
¿La información es poder?
«La Información es poder», reza la idea, usada frecuentemente en obras, papers y artículos periodísticos –sobre todo en los que versan sobre política, ¡que son todos!-. Y a fuerza de repetirse tanto, el aforismo ha prendido como eco en las capas más populares de audiencias, aunque la mayor parte de quienes la repetimos sepamos escasamente qué significa y para qué sirve. Yo la oí por primera vez, durante el medio siglo que residí en la isla de Cuba, cuando cursaba estudios en la Universidad de La Habana. Y volví a escucharla muchas veces en el Instituto de Arte e Industria Cinematográfica –ICAIC-, donde desempeñé varios oficios, desde fregador de vehículos hasta director de cine y TV. Y ese saber me atrajo, no tanto por la término «poder» como por mi apetito incontrolable de «comer información» -¡de cualquier tipo de conocimientos humanos o no!-. Hacerlo me proporcionaba placer. A veces más que el buen comer o dormir la siesta, pero siempre menos que «El Máximo de Los Goces». Hoy no tanto, porque mi cerebro tiene «exceso de grasa informativa», aunque mi colesterol malo –datos inútiles, noticias falsas, disparates científicos y otras inmoralidades necesarias de la cultura-, es bajo. ¡No lo digo yo, lo dicen las analíticas que me hago periódicamente!
Dada mi historia personal relacionada con aquel aforismo perverso (cantidad de Información=poder), actualmente me inclino por expresarlo de otra manera, que estimo más pertinente y menos confundidora:
«La información es poder, siempre y cuando esté vinculada con asuntos de la vida que te importan; más allá de ese valor personal, es carga inútil en tu cabeza».
Hasta los escribanos de biblias estarían dispuestos a respaldar esta afirmación. Si no me cree, pregúnteles. ¡O hackeese usted mismo su propia mente!
El lector se preguntará ¿de dónde saqué «la idea» para este artículo, o cómo se me ocurrió?
La mejor respuesta que puedo darle es la siguiente: el núcleo básico lo creó el comentario que hice a un post publicado por Jorge Pucheux Padrón –amable amigo de mis tiempos de cineasta y excelente especialista de «efectos especiales audiovisuales»-, en su muro de Facebook el 24 enero 2019, donde invita a leer un artículo: Humberto Maturana, el biólogo chileno que propuso una definición de vida que hizo reflexionar hasta el mismo dalái lama. Lo leí y me motivo a escribir el siguiente comentario:
«Otros datos e informaciones -sumados a las opiniones que he leído sobre Maturana mismo-, probablemente han contribuido a una idea que desarrollaré en mi próximo articulo para WSIM con el título «Autohackeándome a mí mismo». Leyendo este «post tuyo», confirmo la idea -por experiencia propia-, que los sapiens ‘almacenamos más saberes en el subconsciente que el que nos autoriza a recordar el consciente’. Quizá, por ello, solemos creer que ciertas ideas geniales que se nos ocurren son de ‘cosecha propia’, cuando no son más que resultado de la 'autogestión de datos e información de que disponemos personalmente adquiridos gracias a lecturas y experiencias olvidadas'. La Evolución del Conocimiento de los Saberes Humanos -estoy casi seguro-, sigue el mismo 'patrón' que "la evolución biológica" (¡con sus características propias, por supuesto, porque 'Las Analogías' -incluida la definición con que nos bautiza Maturana a los seres humanos, ¡sistemas autopoieticos moleculares'), nunca nos hace semejantes exactamente unos a otros. Vivimos bajo "el control de la libertad" que nos regalan e imponen las palabras que nos gobiernan».
«Un milímetro cúbico de corteza cerebral del ser humano contiene unas 27.000 neuronas y 1.000 millones de conexiones. Y eso en un volumen similar al de una cabeza de alfiler. Estudiar el cerebro es enormemente complejo y requiere un abordaje multidisciplinar. Para autohackearnos a nosotros mismo necesitaríamos más vidas que de la única de que disponemos. ¡Pero podemos instalar "una puerta trasera" en el sistema operativo de nuestra mente para fisgonear, de vez en cuando y puntualmente, lo que estamos pensando en secreto!».
Espacio y Tiempo están subordinados a la materia, de forma semejante a como «lo que piensas» está determinado por lo que guarda tu cerebro.
¿A quién no se le ha despertado la imaginación cuando, mirando el cielo durante la noche, ha sentido el escalofriante misterio de la inmensidad del universo?
Nuestros cerebros contienen, aproximadamente 1014 sinapsis, es decir 100.000.000 .000.000 unidades elementales de información microscópica estructural. Y cada una de las neuronas que poseemos –entre 86.000 y 100.000-, produce, como promedio, 7,000 conexiones sinápticas con otras neuronas. Se estima que el cerebro de un niño de tres años de edad, cuenta con cerca de un cuatrillón de sinapsis (1,000,000,000,000,000,000,000,000). Esta cantidad disminuye con la edad, estabilizándose en la adulta. Las estimaciones para un adulto varían entre 100 y 500 trillones de sinapsis (100,000,000,000,000 y 500,000,000,000,000). Y no crea nunca en cuando le digan, refiriéndose a él o ellas que alguien posee: «… es una esponja…». La Esponja es uno de los dos únicos animales que no poseen ni neuronas ni sinapsis -¡el otro es el placozoo!-. Y solo existen dos seres del reino animal que poseen una cantidad mayor de neuronas en su anatomía cerebral y sistema nervioso que nosotros: el elefante africano y la ballena piloto (Globicephala melas), una de las especies de delfines.
El poder constructivo de la autoduda
Cuando no puedes justificar con razones reales los argumentos en que basas tus razonamientos –al menos así lo hago yo-, acudes a las dos única solución posible para posponer tu derrota: una, construir tu lenguaje con belleza impecable para disfrazar de perfección tu ignorancia -«mí»; dos, descalificar la cualidad de entender del enemigo -«mi»-, que te escucha. Los mejores ejemplos de estos «recursos de comunicación», los puedes encontrar escuchando las sesiones parlamentarias del país donde resides.
Actualmente hay un ejército de nuevos y talentosos jóvenes escritores y oradores que llenan páginas y más páginas diariamente en La Red para indicar a sus lectores y audiencias potenciales cuál es «el camino correcto» para lograr La Felicidad o cualquier otra idea disparatada que se les ocurra para convertirnos en ciudadanos serios y rentables.
Con el advenimiento de las redes telefónicas 5G –cosa que ocurrirá en un quinquenio que comienza este año-, empezaremos a llamar al presente «La Era de la Invención». Busque usted en Internet «5G» y encontrará cientos de Isaac Asimov prediciendo lo qué ocurrirá, después espere el tiempo prudencial para asegurarse del grado de veracidad que tienen esas «hipótesis» y observe como ocurre lo anunciado en el caso de su situación económica personal –no existe «un solo futuro para todos», siempre será «personalizado». El camino hacia la grandeza comienza en La Mente y termina en El Bolsillo.
Todo lo que sé imagina cuando se construyen expectativas, contiene «límites autoimpuestos». Los relatos que nos hacemos a nosotros mismos, tienen escalas, que siguen el algoritmo más totalizador de todos los posibles: El Universo. Y «el relato más amplio y abarcador del espacio y el tiempo» que los sapiens han escrito jamás, se llama La Biblia. Consta de dos tomos: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. También hemos escrito otros, con la misma voluntad de abarcar El Todo. Pero ninguno emula al meticuloso y bien intencionado manual cristiano, que tiene otra cualidad omnipotente: es imposible de hackear porque su contenido posee cortafuegos, bucles y agujeros negros que engullen cualquier malware que intente desvirtuar su contenido. Solo se puede debilitar su poder de convencimiento, entendiendo al Dios que nunca la escribió, pero fue Autor de La Obra que nos imaginó a todos como «Autores de nuestro propio relato», es decir semidioses.
Mientras paseaba por el laberinto de carreteras, caminos, senderos y trillos de la red de transporte de señales químico-eléctricas del cerebro que ha escrito este artículo –es decir, el mío-, me percaté de que, constantemente, pasaban ante mi cognición cantidad incontable de «señales/vendedoras de significantes» buscando a «clientes/compradores de significados», lo cual convertía el espacio de mi mente en enorme, casi infinito, mercado de ideas, conceptos y vínculos nuevos entre ellas y ellos. ¡Sentía, incontroladamente, que me movía en un «Escenario de Futuro» que, simultáneamente, era «Almacén de Pasado». Y entre ambas percepciones, inmóvil, tranquilo y feliz -¡ignoro por qué!-, auto percibía que mi «Yo» era solo una parte de «Todo lo que soy». Este tercer reflejo, ocurría en «Presente» -tiempo inmóvil que no me permite «detenerme»-.
Apreté la tecla enter y abandoné inmediatamente el hackeo a mí mismo. ¡Uff!, resoplé. Y mi locus dijo: «Has terminado de construir el artículo, felicidades, pero no pudiste descubrir cómo fabrico las palabras».