Nuestros amigos del Frente Amplio, descendientes de Vanguardia Popular (Partido Comunista de Costa Rica), prohibían a los homosexuales ser parte del partido. Sin embargo, gracias a las alianzas con lo más burdo del chavismo y de la izquierda ridícula latinoamericana (que no es en realidad marxista) ahora son nuestros grandes aliados. En lucha mortal contra los evangélicos y los mismos católicos, los del FA corren a apoyar cada barrabasada en pro de la diversidad sexual. La última, es que la CAJA (Sistema de Seguridad Social) realice los tratamientos hormonales y las operaciones de cambio de sexo. Tan conectados están estos progresistas con Irán que nos ofrece las mismas operaciones que se hacen en Teherán. En ese país, obligan a los homosexuales a convertirse en mujeres, aunque estos sean simplemente gay. Les cortan el pene y los dejan sin ninguna sensación. No entienden que ser gay y ser transexual son opuestos. La estupidez del fundamentalismo islámico.
Obviamente, los jinetes del Apocalipsis cristianos de nuestra Asamblea, se convierten en sus grandes opositores, de la misma manera que lo hicieron con el matrimonio gay. Entonces, una vez más, la polarización se presenta como una entre la izquierda progresista y la derecha reaccionaria. Los liberales progresistas en contra de los diputados cavernícolas.
¿Pero son las operaciones de cambio de sexo «progresistas»? ¿Existe una oposición a ellas que no sea religiosa y conservadora?
Claro que sí. Uno puede estar a favor de que la gente cambie de género, se vista como le de la gana, se acueste con quien que quiera, se enamore de Rue Paul y aún así no apoyar a la industria transexual.
En primer lugar, el FA nos dicen que existen diferencias en el cerebro de hombres y de mujeres y que unos nacemos con el cerebro equivocado (en mi caso, tengo que admitir que tienen razón. Yo debí nacer en el cuerpo de Rafael Amaya ). Entonces, si uno nace con un cerebro de mujer en cuerpo de hombre o uno de hombre en cuerpo de mujer, la solución a este problema es hormonal y quirúrgica. Pero esto no se ha probado. En un intenso análisis de Cordelia Fine de toda la literatura sobre las influencias hormonales durante el embarazo que crean supuestos senderos masculinos y femeninos en los cerebros, no se han encontrado grandes diferencias. Ningún niño nace con un cerebro «femenino» o «masculino» y ni el género ni la orientación sexual son heredados. Porque se aprendan temprano, antes de los 3 años, no significa que uno nazca con ellos. Lean a Lacan, por favor.
Ahora, si no hay cerebros femeninos ni masculinos, ¿qué pasa cuando uno cree se siente en el cuerpo equivocado? Pues todos nacemos en cuerpos equivocados porque el género se aprende como un lenguaje y como intuyeron Freud y Lacan, hombres y mujeres sabemos hablar el lenguaje del otro. La única diferencia es que en algún momento de la infancia, lo reprimimos. Entonces, la solución a los que se sienten incómodos no es quirúrgica sino política: tenemos que luchar contra los estereotipos y no contra los penes o las vaginas. En una sociedad progresista, la gente podría actuar y atraerse sin tener que cortar o agregar nada.
Los progresistas del PAC o del Frente Amplio no se dan cuenta del monstruo que van a crear, como ha pasado en otros países, cuando se le da la bienvenida a la industria de las operaciones de cambio de sexo. Una vez aprobadas en la Seguridad Social, los hospitales privados ofrecerán también operaciones a diestra y siniestra. La Clínica Bíblica competirá con la Católica por las mejores vaginas del mercado. La Clínica Jerusalén ofrecerá hímenes lave y use. El CIMA (un hospital para ricos) anunciará que incluirá wifi en sus penes artificiales.
Para decidir si una persona en realidad nació en el cuerpo equivocado, se contratará, como en Argentina, a médicos y a psiquiatras que evalúen a los candidatos. Con estos especialistas, nacerá una nueva disciplina: los inspectores del género que no solo harán operaciones sino que «prevención». Pronto estos escudriñarán a los niños y convencerán a los padres para que empiecen con las hormonas antes de la pubertad. La menor variación en la conducta será sospechosa; los padres volverán a ser policías del sexo.
¿Y cómo determinan que uno merece la operación? Pues demandando conductas estereotipadas. El varón que quiere hacerse mujer tendrá que demostrar que le gusta cocinar, jugar con muñecas y buscar trabajos de secretaria, preferiblemente con don Óscar Arias y de enfermera con Maradona. Si le gusta jugar fútbol y dedicarse a la construcción, será rechazado por no ser apto para el cambio. Entonces, cuando estamos por abrir todos los campos a hombres y a las mujeres, vienen los médicos y los psiquiatras a cerrarlos otra vez con sus teorías falsas de que unos somos de Venus y otros de Marte y a dictar cómo debemos comportarnos.
La industria del cambio del sexo terminará asfixiando las luchas feministas y gais por medio del bisturí.