La República Bolivariana de Venezuela cursa un proceso de transformación político-social de envergadura desde el año 1998. Ahí es cuando llega a la presidencia, a través del voto popular, Hugo Chávez.
A partir de allí, con su liderazgo y una enorme movilización de las grandes mayorías venezolanas que lo apoyaron, el país comenzó a tener profundas modificaciones. La renta petrolera, principal recurso histórico de Venezuela, por primera vez en la historia comenzó a repartirse equitativamente. La población de a pie, la clase trabajadora, los excluidos de siempre, fueron considerados gente. El país comenzó a cambiar. Todos los indicadores socioeconómicos se dispararon hacia arriba. Salud, educación, vivienda, seguridad social, cultura, participación popular, pasaron a ser prioridad en la agenda nacional. Ahora sí, por primera vez en la historia, la renta petrolera tenía un verdadero destino social.
En medio de esos cambios, y quizá cuando nadie se lo esperaba, comenzó a hablarse de un nuevo socialismo, superador de los errores del viejo estalinismo del pasado: el socialismo del siglo XXI. Se estaba entonces en la construcción de la Revolución Bolivariana.
La misma es un proceso atípico, habiendo llegado al poder por vía pacífica, democrática, a través de elecciones limpias. Las transformaciones que comenzaron a operarse en Venezuela inquietaron a la burguesía nacional tanto como al imperialismo estadounidense, y en general, a la derecha global. ¿Por qué? Por dos motivos: por un lado, porque el poder popular de base que comenzó a gestarse, el control obrero de muchas empresas y un ideario socialista que se abrió y comenzó a crecer, demostraron que los trabajadores, «los de abajo», los por siempre olvidados y marginados, existen, son mayoría, y también pueden manejar un país.
Y en segundo lugar, inquietaron al Gobierno de Estados Unidos –representante de los intereses de las grandes corporaciones multinacionales de poder global– porque un recurso vital para la economía del imperio, el petróleo, quedó en manos del Estado venezolano. El oro negro sigue siendo fundamental en el desarrollo capitalista, y las reservas que ofrece Venezuela –las más grandes del mundo– permiten su explotación, al ritmo del consumo actual, por no menos de 200 años más. El botín, evidentemente, es muy grande, demasiado apetecible. Quienes manejan ese negocio a nivel mundial, Estados Unidos a la cabeza, no quieren perdérselo.
En otros términos: poder popular socialista y soberanía nacional sobre los recursos petrolíferos fueron los elementos que dispararon la reacción de la derecha, tanto la venezolana como la de quien sigue pensando que Latinoamérica es su patio trasero: la clase dominante de Estados Unidos.
Pero la República Bolivariana de Venezuela es un país libre y soberano, que construye el modelo social que sus grandes mayorías quieren. Y que no quepa ninguna duda: el pueblo venezolano votó por esta revolución, votó por Hugo Chávez en 1998, y siguió votando por él en innumerables ocasiones. ¡Quiere eso, eligió eso, defiende eso! Y muerto Chávez –muerto de extraña manera, con un cáncer que siempre hizo pensar en la intervención estadounidense en ese lamentable proceso– el pueblo siguió apoyando al proceso bolivariano. Ahora, desde hace ya unos años, con Nicolás Maduro en la presidencia.
En todos estos años de revolución, la oposición de derecha (la venezolana, más bien títere de Washington, y la de la clase dominante de Estados Unidos, quien verdaderamente maneja los hilos de sus títeres) intentó por todos los medios detener el proceso. Intento de golpe de Estado, look out patronal, paro petrolero, guarimbas, ataques despiadados en todos los frentes posibles, mercado negro, guerra económica y bloqueo, atentados, vandalismo contrarrevolucionario, conato de sublevaciones militares…, ninguna maniobra logró torcer el curso de la Revolución Bolivariana. Pueblo y gobierno socialista siempre supieron defender la soberanía nacional y la construcción socialista. Las fuerzas armadas, distinto a lo que sucede en la mayoría de países latinoamericanos, son fieles defensoras del orden constitucional. La Casa Blanca, en todos los casos, siempre estuvo detrás de cada acción desestabilizadora.
Sin dudas, la vida cotidiana de cada venezolana y venezolano se hizo complicada, producto de ese despiadado ataque; el desabastecimiento y el mercado negro hicieron mella. Pero pese a eso, y a una monumental campaña internacional de desprestigio del proceso bolivariano y de la figura del presidente democráticamente electo, Nicolás Maduro, la revolución se mantuvo y siguió contando con fervorosa apoyo popular. En las últimas elecciones, boicoteadas por la oposición, una vez más el chavismo se impuso. De esa cuenta, el presidente obrero Nicolás Maduro volvió a tener el mayoritario apoyo de los votantes.
Ahora, una vez más, la derecha arrecia en su intento de detener el proceso. La propaganda con que inunda el mundo es que en Venezuela hay una narco-dictadura antipopular, sanguinaria y corrupta. En realidad, para decirlo muy claramente, lo que hay en el país es una inconmensurable reserva de petróleo, y las empresas petroleras yankis, más algunas otras de otras potencias capitalistas, no quieren perderse ese botín.
¡En Venezuela no hay narco-dictadura! ¡¡En Venezuela hay mucho petróleo y mucha dignidad nacional!!
La actual maniobra del imperialismo, secundado por sus títeres locales y con el coro de diversos gobiernos que están a sus órdenes en varios países, consiste en desconocer la presidencia de Maduro y reconocer como presidente al titular de la Asamblea Nacional, un ilustre desconocido en la política venezolana, Juan Guaidó, autonombrado primer mandatario en una acción claramente provocadora. Con ello se pretende desautorizar y descalificar un gobierno democráticamente elegido en elecciones transparentes, llamando a todos los países del mundo a seguir esa conducta.
Por lo pronto, varios rastreros Gobiernos de algunos países, alineados con el imperialismo como obedientes perritos falderos, desconocen al Gobierno legítimo de Caracas y saludan al nuevo «Gobierno» de este títere autoproclamado. Con todo ello se crean condiciones totalmente desestabilizadoras en lo interno, buscando agudizar la división entre pueblo chavista y antichavista, y por medio de inducidas provocaciones callejeras que ocasionen casos, poder llegar a una intervención externa, quizá militar, amparándose en la Carta Democrática de ese «Ministerio de Colonias» como es la humillante Organización de Estados Americanos (OEA). La situación es peligrosa.
Debemos condenar enérgicamente esta nueva intromisión del gobierno de Washington, y desde cada trinchera, desde cada pequeño lugar donde actuemos, denunciar la vil maniobra desestabilizadora que se puso en marcha.
Que quede más que claro: ¡en Venezuela no hay dictadura! ¡¡Hay mucho petróleo y hay mucha dignidad!!