Este artículo está basado en un texto que el autor redactó para prologar el libro de Miguel Prieto, «La desconocida batalla de los Oficiales Constitucionalistas de las FFAA», publicado el año pasado.
La preservación de la memoria es crucial para el fortalecimiento de la democracia. De allí la importancia del reciente libro de Miguel Prieto, La desconocida batalla de los Oficiales Constitucionalistas de las FFAA, Editorial Radio Universidad de Chile, 2018, con entrevistas a tres destacados oficiales que no respaldaron el golpe militar en Chile, en 1973.
Mucho vale el relato de quienes vivieron experiencias trágicas, para conocerlas, prevenirlas y evitar su repetición. Sin embargo, su registro tiene mucho más alcance. Aporta a la memoria colectiva una conciencia vigilante y orienta a pensar las relaciones cívico-militares en democracia a las generaciones que vendrán.
El relato del Carlos Vergara educa y alerta. Capitán del Ejército, ingeniero, fue arrestado y dado de baja el mismo día del golpe militar. Conocí más de su vida en mis tiempos de senador por Tarapacá, cuando indagaba sobre los acontecimientos acaecidos durante el golpe en el norte de Chile. Sabía que su padre, general del Ejército, había servido como gobernador de Arica en tiempos del presidente Allende. Y me alegré de saber que Carlos tuvo después la entereza y fuerza moral de luchar en favor de los derechos humanos en el Comité Pro Paz, predecesor de la Vicaría de la Solidaridad. También me siento cercano a Carlos, pues ambos fuimos alumnos del Instituto Nacional, al igual que otro de los entrevistados, mi amigo Patricio Carbacho, con quien compartimos las mismas salas de clases. Y valga demostrar con estos ejemplos cuán importante fue, es y será la educación pública para una formación republicana y democrática.
Con Carbacho y Raúl Vergara convivimos más cercanamente, pues con Patricio, además del colegio, compartimos exilio en Venezuela y en Washington, y con Raúl cumplimos funciones durante los gobiernos democráticos. Al rememorar a militares constitucionalistas no puedo dejar de reconocer a Efraín Jaña, comandante del regimiento Talca al momento del golpe, apresado y tratado dura e indignamente por resistirse a reprimir. Con él me unió una sincera amistad. Y recordar además a figuras como el comandante Arturo Araya, edecán naval del presidente Allende, asesinado por grupos de extrema derecha, y al almirante Montero; al general Bachelet, de la Fuerza Aérea. Y cómo no simbolizar en los comandantes en jefe del Ejército, generales Schneider y Prats, asesinados por la extrema derecha y la DINA, la tradición y cultura constitucionalista de las Fuerzas Armadas. Sus vidas sesgadas han dejado un surco profundo.
Pero, ¿cuánto ha cambiado aquella realidad?
Las reflexiones de Carlos Vergara sobre la actitud y el pensamiento de sus compañeros de armas y sus reflexiones sobre lo vivido nos hablan del pasado y del presente, pero también abren interrogantes sobre del futuro. El propio Carlos Vergara afirma que en 1973 la mayoría de los oficiales eran partidarios del golpe y menciona cifras en su territorio, que de 60 oficiales habría tres a cinco constitucionalistas, es decir, una ínfima minoría. El grueso del ejército respaldó a Pinochet, y aún hoy existen oficiales jóvenes partidarios de ese gobierno dictatorial.
Es cierto que aquellos acontecimientos ocurrieron en circunstancias muy distintas de las de hoy. Lo que sucedía en Chile se enmarcaba en la Guerra Fría, que ya no existe. Nuestros oficiales eran enviados a Panamá y a EEUU para educarlos en la llamada doctrina de seguridad nacional, que inculcaba que el enemigo era interno, que estaba entre nosotros. Se sospechaba de quienquiera promoviera el cambio social o confrontara los intereses económicos de los grupos poderosos de América latina y del Gobierno de Estados Unidos.
También influyó en la irrupción de los acontecimientos de entonces, como describen los entrevistados, el sentimiento de marginación y aislamiento que embargaba a muchos militares, que se sentían mirados con desdén por algunas élites, y vivían en condiciones económicas desmedradas en cuanto a sueldos y equipamiento.
Pero, ¿es ello es suficiente para explicar lo acontecido? ¿Estamos siguiendo un camino que fortalezca las convicciones democráticas y la relación entre civiles y militares?
Relaciones cívico-militares en el Chile de hoy
El mundo y Chile han cambiado mucho desde 1973 y más aun desde 1990, y uno podría pensar que lo de entonces es irrepetible. En Chile, desde el inicio de los gobiernos democráticos, la sociedad civil fue perdiendo el temor, floreció la libertad de expresión e información, se comenzó a hacer justicia y fue creciendo la educación, el bienestar y la conciencia ciudadana. Se afianzaron las instituciones democráticas.
Además, se explicitó una doctrina democrática de las FFAA:
El monopolio de las armas, que la sociedad confía a los militares, nunca puede ser usado contra esa sociedad.
Debe existir plena subordinación a la autoridad elegida por el pueblo, y los militares no pueden intervenir en política. La reforma constitucional que terminó con la inamovilidad de los comandantes en jefe contribuyó a la obediencia militar (lamentablemente demoró 15 años, debido a la oposición de la derecha y de los senadores designados).
La verdad y la justicia son esenciales para afianzar la democracia y los violadores de derechos humanos han de ser juzgados. La Comisión de Verdad y Justicia es un ejemplo a nivel internacional.
Los militares deben ejercer una función profesional, para lo cual el Gobierno debe establecer las condiciones propicias para que cumplan esa función. Durante los gobiernos de la Concertación se adoptaron políticas sin precedentes para la formación profesional y para la modernización del equipamiento.
La educación en las escuelas matrices debe incluir formación en los valores democráticos y el respeto de los derechos humanos. La acreditación de las escuelas de educación superior de las FFAA puede ayudar al mejoramiento de la calidad de los contenidos. Asimismo, se ha venido propiciando una política activa de misiones de paz, experiencia que enriquece la formación militar.
Adicionalmente, se han creado instancias internacionales que persiguen la violación de los derechos humanos y los crímenes en cualquier lugar del planeta, pues se trata de derechos universales que están protegidos por sanciones de alcance universal. Existe la Corte Penal Internacional, que permite llevar a juicio a dictadores y genocidas. También la Organización de Naciones Unidas ha desarrollado una amplia estructura institucional para proteger contra la tortura, la explotación de mujeres, niños y las minorías. Son avances culturales mundiales que hacen más difícil hoy recurrir al uso de la fuerza por militares dentro de una nación.
¿Cuáles son los desafíos futuros? ¿Qué nuevos roles deben desempeñar los cuerpos militares y como vincularlos a la sociedad, evitar su aislamiento y supervisar su subordinación al poder civil? Hay innumerables desafíos globales y nuevos donde cabe una participación de las FFAA. El cambio climático y los riesgos de desastres naturales, el terrorismo, las amenazas cibernéticas, los flujos migratorios, la protección de los bienes económicos del mar y de los recursos naturales, tierras, agua, minerales, las actividades espaciales, el Pacífico Sur, la competencia económica internacional, la acción conjunta con las naciones hermanas de América Latina, son todas tareas de envergadura que configuran una realidad distinta del pasado. Estos escenarios conforman nuevos espacios para la función militar en una democracia moderna.
La función militar en la democracia actual: por un nuevo modelo más innovador
Atendidos estos cambios nacionales y mundiales, ¿podemos estar confiados que en Chile vamos en la dirección correcta? No tengo la certeza de que una cultura democrática amplia esté sólidamente afincada en las fuerzas armadas. Lograrlo es una responsabilidad común de civiles y militares. Existe aún insuficiente conocimiento de lo que acontece en el seno de las FFAA. El interés civil en temas de seguridad es bajo, con el riesgo de que caigamos de nuevo en marginación y aislamiento. Igualmente importa disponer de sistemas de evaluación de la educación y la especialización de los oficiales, suboficiales y soldados, y elevar la cantidad de oficiales que estudian en universidades con civiles.
La relación entre civiles y militares debe ser más sistemática e innovadora. El involucramiento de los civiles en temas de seguridad, así como la participación de militares en las instancias que abordan temas de futuro debe tornarse más frecuente y activa. Agreguemos a ello la necesidad de supervisión externa sobre los recursos financieros que provee el Estado, para prevenir mal uso y corrupción, que puede abrir las puertas a la penetración del narcotráfico y de otras organizaciones criminales.
Los demócratas deben redefinir la función militar en democracia en el siglo XXI, participando activamente en las instancias propias de la seguridad y las FFAA. No son temas privativos de los militares, son temas que requieren la contribución y definiciones de civiles y la decisión de las autoridades políticas.