Macron Dimisión es el eslogan que los «chalecos amarillas» (gilets jaunes), han voceado durante cinco sábados seguidos en toda Francia (del 17 de noviembre al 15 de diciembre). El conflicto que comenzó con el rechazo del impuesto a los combustibles rápidamente escaló a la impugnación del modelo y a la demanda por la dimisión de Emmanuel Macron.
Las manifestaciones han tenido por efecto suspender el alza al impuesto de los combustibles. Reajuste del sueldo mínimo de 1.185 euros netos en 100 euros. A lo que se agrega la reducción de las cotizaciones sociales que pagan las empresas y en esa medida completar los 100 euros. No se especifica en este mecanismo compensatorio si el incremento es neto de impuestos. Se acuerda además dejar libre de impuestos las horas extraordinarias; así como la prima de fin de año a cargo de los empleadores. No se incrementará la Contribución Social Generalizada (CSG) que financia la seguridad social de las pequeñas pensiones menores de 2.000 euros, en cambio se aumenta el techo anterior que alcanzaba a 1.280 euros. Se mantiene la rebaja al Impuesto sobre la Fortuna (ISF) como mecanismo de política económica destinado a incrementar las inversiones y con ello el empleo. Se mantiene en cambio el Impuesto sobre la Fortuna Inmobiliaria (IFI) superior al tramo entre 1,3 y 1,4 millones de euros.
¿En qué medida los anuncios podrán satisfacer a los chalecos amarillos? Un Informe parlamentario presentado a la Asamblea Nacional por el diputado radical de izquierda Joël Giraud sobre el presupuesto del año 2019 revela que las tasas impositivas y otras a las cuales estaba sujeta la población en 2017 representaba el 40% del PIB, es decir 1.038 billones de euros exactamente. ¿Cómo se llegó a ese 40%? Cifras del período 2004-2017 demuestran alzas sistemáticas e importantes del impuesto a los ingresos, 48%; el impuesto a la habitación, 73%; a las contribuciones, 87%. A ello debe agregarse el alza del resto de los impuestos, tarifas, cotizaciones, regalías y multas para así llegar a los 1.038 billones ya mencionados. Las cifras de impuestos directos e indirectos demuestran principalmente el impacto en los afanes aspiracionales de los estratos medio-medio y medio-bajo de la sociedad. La rebaja al ISF representa 49% del total recaudado es decir, 2.000 millones de euros. El objetivo de esta política era de recuperar los exiliados fiscales. Agréguese que dentro del ranking de los seis impuestos que involucran 2/3 de la fiscalidad francesa, el impuesto indirecto de la TVA (establecido en 1954) es el de mayor rendimiento con más de 152.000 millones de euros es decir, el 36% del ranking.
Estas cifras nos ayudan a entender el ras-le-bol (la exasperación) de un sector pauperizado de la población, en cuyo seno conviven obreros, artesanos, pequeños comerciantes, profesionales independientes, inmigrantes en el sector de servicios precarios, propietarios de pequeñas empresas del sector urbano; clase que vive en un clima de inseguridad y carencias, donde la seguridad social y el déficit fiscal es incapaz de resolver las necesidades del trabajo ocasional y las aspiraciones de quienes buscan ascender en la escala social.
El discurso neoliberal, común denominador de las formaciones de izquierdas y derechas tradicionales, proclama un crecimiento que chorreará hacia abajo con beneficios de seguridad social, educación, salud, vivienda, puestos de trabajo y mejoras salariales. Predica que las mejoras en productividad se traducirán en aumentos proporcionales en remuneraciones lo que nunca se ha producido en la práctica de Gobiernos de izquierdas y derechas en las últimas cuatro décadas.
En las dos economías que marchan a la cabeza de la Eurozona, Francia y Alemania, los avances de la productividad se hacen al costo de bajos salarios y seguridad social precaria. Esta situación impacta en la mitad de la ventaja exportadora que tiene Alemania sobre Francia y en una hipótesis conservadora afectaría el 2% de la tasa de desempleo en Francia.
Pensar que se pueden recuperar las carencias sociales del sistema (externalidades negativas) a partir de incrementos de productividad que no se corresponden con alzas de remuneraciones es insensato. Perseverar en ello significa encontrarse al final del camino con millones de trabajadores conscientes de la explotación a la que están sometidos. Es lo que crudamente expresan los chalecos amarillos y que explican reivindicaciones aparentemente contradictorias en una masa heterogénea donde los pequeños empresarios reclaman que se bajen las cargas patronales que constituyen un aporte importante en la seguridad social, incluida las pensiones que contribuyen a la CSG de aquellos que marchan junto a ellos, codo a codo, en contra de un sistema injusto y regresivo. Agreguemos que diariamente los impuestos indirectos recuerdan a los trabajadores la exigüidad de sus ingresos.
Esta contradicción al interior de la clase media se vive no solo en Francia sino en el conjunto de la Eurozona. Es la contradicción de nuestros tiempos a la que son sometidos los afanes aspiracionales de la clase media donde conviven clase media alta, media-media y media-baja. Contradicción que el modelo capitalista puro y duro, o su versión negociable, la neoliberal, no resuelve.
Macron nunca entendió que la recuperación de un Bien Público, propio de la continuidad del género humano en el planeta, el clima y la necesidad de bajar las partes de CO2 en la atmósfera no podía hacerse al costo de impuestos que inevitablemente hieren a los estratos más vulnerables de la población carentes de ingresos que habiliten el pago de impuestos en alza. Si se quiere elevar el impuesto al consumo de los combustibles, debe presentarse una fórmula de repartición justa entre los contribuyentes teniendo en cuenta sus ingresos y poder de compra. Esta perecuación de cargas tributarias no está presente en los cálculos de un presidente que parece ignorar el problema social de Francia.
Estas situaciones de justicia tributaria, salariales, ingresos, seguridad social no parecen estar en la agenda del Ejecutivo francés. Lo cual profundiza las contradicciones al interior de la masa trabajadora. Este es uno de los desafíos centrales de la economía del siglo XXI, cuando de lo que se trata es hacer partícipe al conjunto de la población de Bienes Públicos básicos como la salud, educación, vivienda, jubilaciones…. Cumplir con este principio elemental permite equilibrar resultados de la economía con costos verdaderos y no ficticios –donde uno de los problemas fundamentales es administrarlos según la productividad de la economía.
Está claro que los chalecos amarillos entienden que no puede resolverse este cálculo sin incorporar los Bienes Públicos en la ecuación básica de las remuneraciones. Esta regla es el principio de la recuperación/realización de costos que en el curso del siglo XX y la tercera revolución industrial se dejaron al arbitrio del mercado que consagraba costos ficticios a la baja en salud, educación, vivienda, clima, pensiones…lo que indefectiblemente significaba plus renta para las ganancias de propietarios y empresarios.
Asumir estos costos y políticas económicas, sin engaños ni eufemismos es el desafío del siglo XXI.
Es vital, e inevitable, entender la realidad interclasista de la sociedad francesa que por lo demás constituye un fenómeno mundial en las economías desarrolladas y emergentes. Asumir problemas y desafíos relativos al empleo y la productividad, surgidos de la inteligencia artificial y digitalización de las nuevas rutinas laborales; nuevas condiciones de habitabilidad planteadas por el cambio climático; imperativos ecológicos; administración del recurso agua; conservación de las especies, entre muchos otros... significa asumir la reproducción social del trabajo de manera distinta.
Robert Reich, ministro del trabajo en la primera administración Clinton, señalaba el componente digital en una economía global terciarizada con un problema no resuelto para la relación central entre productividad, salarios y mercado cuando enfrentamos un punto de no retorno en que la producción en masa parece haberse ido con el signo de los tiempos para ser reemplazada –en la expresión de Robert Reich– por «una producción futura casi ilimitada con un número cada vez menor (de trabajadores)», sin que tengamos certeza de cuántos podamos adquirirla.
Las reformas fundamentales que implica el área de los Bienes Públicos en la economía no podrán realizarse en plenitud sin la intervención permanente del Estado.
En conclusión. No bastará el déficit fiscal para resolver las contradicciones sociales originadas en la carrera aspiracional de los estratos de clases medias. Tampoco vendrán en mayor ayuda el alza de los impuestos. Es lo que ocurrió en Estados Unidos en el período de Obama y en Brasil durante la gestión del Partido de los Trabajadores (PT). Obama buscó mayor justicia social con dos reformas fundamentales, en salud (Obamacare, 2010) y educación (Every Student Succeeds, 'Que cada estudiante tenga éxito', 2015). En Brasil, el PT se centró en programas tales como elevar el salario mínimo, hambre cero, Bolsa Familia, plan Mi Casa, Mi Vida (2009), Más Médicos (2013). En ambos casos, fondos federales insuficientes determinaron que en EEUU y Brasil, parte importante de la población de estratos medios bajos y bajos quedó al margen de los beneficios donde se jugaban la salud, la habitación y mejores ingresos. La frustración en el ascenso social creó una situación de enfrentamiento entre estratos de clase media. Los resultados los conocemos: los aspiracionales frustrados crecieron y buscaron soluciones en Trump y Bolsonaro.
La elección de Emmanuel Macron en 2017 con su movimiento EM (En Marche) respondió a la búsqueda del hombre providencial que impondría la justicia social para aquella masa de clase media (media-media y media baja) frustrada por décadas en sus aspiraciones de ascenso social. Las protestas voceadas por los chalecos amarillos en cinco sábados de manifestaciones en toda Francia revelan que las expectativas no se cumplieron. Se podría pensar en un reemplazo político. Sin embargo, se revela un rasgo notable en esta crisis a saber, el tiempo de los partidos políticos de izquierdas y derechas tradicionales se agotó. La ausencia de dirección política en las filas de los chalecos amarillos plantea un vacío al menos en el muy corto plazo en que se desenvuelven los acontecimientos.
¿Continuará la sociedad francesa en la búsqueda de un hombre providencial, que parece ser el signo de nuestros tiempos? ¿Se podrán ignorar los límites de todo tipo que plantea la globalización en el siglo XXI: inmigración, empleo, integración, comercio, cooperación, pobreza de países olvidados…? En resumen, resta por saber cuál será la nueva vía en la política francesa cuando parecen contados los tiempos de la Quinta República.