El destino político ha propiciado en los dos países más importantes de la región la eclosión de dos Gobiernos diametralmente opuestos a partir de este 2019, año en que se inician en firme los mandatos del derechista Jair Bolsonaro, en Brasil, y el izquierdista Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en México, presentándose, por ende, la oportunidad de poder confrontar sus efectos de política económica, social y ambiental en tiempo real, por lo menos dentro de los próximos cuatro años.
En la práctica, Bolsonaro y AMLO se juegan el prestigio mismo de la derecha y la izquierda en Latinoamérica, una región de 606 millones de habitantes con tareas sociales tan importantes como sacar de la pobreza al 30,7% de la población (186 millones: fuente Cepal/2017), dentro de los próximos 11 años, según la Agenda de Objetivos 2030 para el Desarrollo Sostenible (ODS) trazada por la ONU.
Y para lograr esta meta, todos los Gobiernos de la región, sean de derecha o de izquierda, se han comprometido con esta agenda que pone a las personas en el centro de 17 objetivos de desarrollo sostenible con un enfoque de derechos fundamentales y generales, con sendos pilares en lo económico, social y medioambiental.
Varias de las metas, como la lucha contra el calentamiento global, han entrado en conflicto con el modelo de desarrollo económico neoliberal imperante en la región, y que, al menos en los países marcadamente de derecha, no se vislumbra la voluntad política de asumirlas con la intensidad que se requerirá en los próximos 11 años para llegar con la tarea hecha al 2030.
Precisamente en Brasil, la balanza a favor de Bolsonaro la inclinó su promesa de retirar al país del Acuerdo de París contra el Cambio Climático, siguiendo el ejemplo de Trump, medida apoyada por los empresarios del campo ansiosos de acceder a las ricas zonas de reserva minera y forestal en el Amazonas, echando por la borda los ODS 13, 14 y 15 de la Agenda:
«13. Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos».
«14. Conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible».
«15. Promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y frenar la pérdida de la diversidad biológica».
Para no hablar de otros objetivos como «promover la agricultura sostenible» en un mundo que ha tomado la decisión agroindustrial de alimentar primero los tanques de los carros y los aviones con biocombustibles, que los estómagos de la gente.
¿Cuál la diferencia entre derecha/izquierda?
Los analistas más conspicuos de la izquierda tienden a identificar a los regímenes de derecha con posiciones plutócratas, teocráticas y oligárquicas, con prevalencia del neoliberalismo en lo económico; y, a su vez, los analistas de derecha, identifican a los regímenes de izquierda con enfoques populistas, agnósticos y socialistas, con regulación económica por parte del Estado…
Es la sempiterna lucha entre la derecha y la izquierda afincadas a lo largo de la historia, la primera, en élites económicas y la segunda, en las masas populares.
Pero en la contemporaneidad, esto ya no es tan cierto, pues, partidos que se autoproclaman «democráticos», no son ni pizca; y otros de «centro» que son realmente polarizantes; o tendencias de «izquierda» que conviven con las formas básicas del libre mercado. Y en este vaivén político de hoy, uno encuentra partidos anclados estatutariamente en las clases populares, como el liberalismo en Colombia, cómodamente instalado a la derecha, y viceversa: tradicionales dirigentes conservadores que se oponen con ahínco al Gobierno derechista de Iván Duque. Así en Argentina, Chile, Brasil y en todo el mundo occidental: la liberación económica, el feminismo, la revolución sexual, la caída del Muro de Berlín, la internacionalización y globalización de la economía y la revolución de las comunicaciones, le han metido a la política un revolcón que parece de momento parada de cabeza.
¿A dónde vas, Vicente?
Otra coincidencia marca el inicio de estos dos gobiernos: Brasil viene de un régimen de izquierda que se extendió entre 2003 y 2016 con los presidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff; y México de un largo periodo de derecha, desde Plutarco Díaz (1929) hasta Peña Nieto (2018).
Si la solución a los problemas más sentidos de la población fuera la derecha, uno debiera esperar que México, al cabo de tantos años, no tuviera los problemas sociales que confronta actualmente, según todos los balances de las instituciones multilaterales: ONU, Banco Mundial, FMI, Cepal, OCDE, entre las principales; y lo mismo aplica a Brasil: si la solución está en la izquierda, los «dorados» años de Lula y Dilma, debieron haber evidenciado, al menos, progresos sociales más visibles de lo que se percibe hoy. Pero no, fueron también, por coincidencia entre ambos países, el desencanto de los electores lo que llevó a la gente a buscar alternativas de momento, recayendo Brasil en la derecha y México en la izquierda.
La enseñanza de Venezuela es traída a colación a cada nada al decir que la llegada de Chávez al poder fue la crisis política y moral en que entraron los partidos tradicionales (Acción Democrática y el COPEI). Y estos episodios políticos de Brasil-México que se sucedieron en la segunda parte de este año que fenece, al parecer, nos deja otra enseñanza: eso de la izquierda y la derecha prevalece solo en la disquisición académica que, con toda la seriedad que pueda encerrar, no parece importar, a la hora de elegir, a las masas populares de las clases medias y bajas que se la juegan en el día a día por su propia evolución social y económica.
¿Valdría la pena pensar que la gente vota solo movida por el deseo de mejorar su condición personal, sin importar que el elegido sea de izquierda o de derecha? La misma teoría económica de Adam Smith sobre la mano invisible, aplicada al libre mercado, podría aplicarse a la praxis electoral. Y, entonces, pudiéramos decir que, el ánimo de obtener el máximo bienestar social a través de la búsqueda del propio interés, lleva automáticamente, en democracia, a la elección del mejor, en su momento.
Un enfoque de este tipo en el ejercicio democrático, del que tanto se ufana el mundo latinoamericano, debiera llevarnos a una apertura política de formas más flexibles, electoralmente hablando, que les permitiera a los pueblos revocar directamente todos los cargos de elección popular con las mismas reglas en que fueron elegidos y por incumplimiento, en primer lugar, de las promesas hechas en campaña.
No tan rápido
Todo lo dicho atrás sería válido si la política fuera una ciencia exacta y no se sostuviera, como todas las ciencias humanas, en conjeturas, análisis cualitativos y experimentos que arrojan resultados inciertos, no predictivos; y si a eso se le agrega la corrupción electoral que se ha apoderado de la democracia contemporánea, pues, apague y vámonos.
Aunque cuantitativamente el predominio de la derecha en Latinoamérica no es tan abrumador, 11 a 9 en los 20 países, la gente siente el peso del influyente apoyo de EE.UU. a los regímenes de derecha con sus intereses económicos y políticos.
Si el destino no hubiera instalado a AMLO en México, el predominio sería más abrumador, pues, detrás de Brasil y México, se despliegan en importancia Chile, Argentina, Colombia, Perú y Ecuador, ya capturados por la derecha en periodos presidenciales que van, por lo menos, hasta el 2022. Y si se suman las inestabilidades políticas que, precisamente, a somatén de EE.UU se baten sobre Cuba, Bolivia, Venezuela y Nicaragua, cuatro de los nueve países con tendencias izquierdistas, el México de AMLO viene a ser como un «dique iluminado», del que hablara el escritor y político colombiano, Álvaro Uribe Rueda, en su libro sobre la Constantinopla de Justiniano, año 527 d.C, hoy Estambul.
Por eso la importancia que encierra la confrontación de estos dos regímenes de derecha e izquierda en Brasil-México. Aunque EE.UU. y sus aliados dirijan todas sus baterías contra AMLO, México es México y su respeto a la autodeterminación de los pueblos lo ha demostrado a lo largo de la historia, inclusive en gobiernos muy proclives al imperio.
Lo anterior no obsta para librarse de la saña con que los medios de comunicación corporativos, impresos y audiovisuales, lanzan sus dardos contra el izquierdista presidente mexicano, y los silencios en que esconden las garras del derechista brasileño. Cualquiera que le dedique un día o dos a los panelistas y noticias de la CNN, podrá atestiguar el aserto. En Colombia (otro ej.), estuvo de visita el 5 de diciembre el hijo de Bolsonaro, y el despliegue de los medios y las atenciones que le prodigó el Centro Democrático, con el presidente Duque y el expresidente Uribe a la cabeza, fue como si se tratara del mismo progenitor.
El presagio es que se avecina una guerra de falsas noticias (fake news) con sus medias verdades, que hará de la interpretación informativa sobre Brasil y México a lo largo del 2019 una verdadera lucha de clases. En este contexto, resulta oportuno recordar a John Rawls en su Teoría de la Justicia, en la que preceptúa que «solamente a partir de condiciones imparciales se pueden obtener resultados imparciales». Este no será propiamente el caso que nos espera a la vuelta de este calendario.
Fin de folio. Con el desparpajo propio del cínico, el embajador de Estados Unidos en Colombia, Kevin Whitaker, dice que «los bombarderos rusos en Venezuela son de museo». Pero, Wikipedia cataloga al Tu-160 como el «bombardero más potente de la historia». Si este letal bombardero tuviera un itinerario Caracas-Washington, tal vez no le parecería muy de «museo» al gringo este… Fue una falta de respeto a los pueblos colombiano y venezolano, pues, mirando desde la barrera, como él, poco importan los muertos vecinos, sea bajo bombas o flechas.