Uno de los tantos conflictos irresueltos en Chile es la relación entre el Estado y el pueblo mapuche. Los enfrentamientos y acusaciones por parte del Estado hacia las comunidades mapuches se repiten continuamente en la historia nacional y la cantidad de víctimas aumenta inexorablemente. Las fuerzas policiales siguen una política intransigente y discriminatoria. Los comuneros han sido catalogados de terroristas y tratados injustamente como tales.
Hace pocos días, se sumó a la lista de las víctimas el joven Camilo Catrillanca y la policía ha destruido un video para ocultar ante la opinión pública que ellos dispararon en una situación que no justificaba el asesinato. Las políticas del Gobierno incluyen una serie de comunicados y declaraciones, donde las comunidades indígenas son presentadas como criminales, llegando a insinuar que los mapuches han prendido fuego a iglesias con gente en su interior.
Por otro lado, aumentan las protestas por parte de los ciudadanos, rechazando los ataques de las fuerza militares y la popularidad del Gobierno baja como consecuencia de estos ataques. Los conflictos se arrastran desde decenios y las últimas injusticias se suman a una larga lista de atropellos, que han ya puesto en guardia las Naciones Unida y la comunidad internacional, que catalogan los hechos como violaciones a los derechos humanos. Atrocidades similares han sido cometidas por otros Estados, pero recientemente se aprecia una sensibilidad creciente, que lleva a un reconocimiento de las minorías étnicas y a un respeto intransigente de sus derechos.
Una de las posibles soluciones es la delimitación de un territorio, que permita a las comunidades indígenas de autogobernarse de manera independiente, reconociendo y aceptando sus derechos, cultura y sentimientos de pertenencia. Una respuesta de esta índole debería haber sido implementada hace años y la pregunta sin respuesta es: ¿por qué esta iniciativa no es considerada seriamente?
Chile es un país atravesado por conflictos históricos no resueltos, sus instituciones están marcadas por fuertes políticas represivas y actitudes intolerantes, que han tendido a la negación de todos los derechos de las comunidades indígenas, además de su marginalización casi absoluta, paradojalmente en un país donde la mayoría de los habitantes son mestizos. Esta observación nos lleva a otro aspecto importante del problema: mucha de la violencia tiene sus raíces en un desconocimiento absoluto de está innegable realidad, la legitima existencia de un número importante de personas, un pueblo, que no se reconoce en la historia y «valores» del Estado chileno y que por otro lado eran y son los habitantes originarios del país.
Chile tiene que reconocerse indio, multicultural. El país tiene que reconciliarse con su pasado colonialista y aceptar formalmente la cultura de los pueblos indígenas y hacerlo lo antes posible, distanciándose además de todas las violencias cometidas y pidiendo perdón de modo tal que permita una reconciliación con el pasado y con una parte importante de la población. Esta aceptación implica que sean reconocidos territorios, donde rijan los valores, cultura, credos y lengua de las comunidades indígenas en absoluta autonomía e independencia del estado nacional. No hacerlo significaría alimentar la violencia, que ha llegado a niveles intolerables y que cuestiona los valores del Estado nacional, su legitimidad moral.
Vengo de un país
con el corazón herido.
Sus falsos dueños
linchan a los nativos
y a pesar de ser muchos,
nadie se reconoce indio.
Pero llevan en sus ojos,
todo el orgullo perdido
de no saber lo que son
matando hermanos y primos.
Vengo de un país
que ya no tiene destino.
Rechazando su pasado
no sabe de su camino.
La paz canta en los bosques
y la sangre no tiene olvido.